La resistencia opuesta por la sociedad a un modelo económico
institucional que le impone un retroceso al país, es un hecho que no alcanzamos
a valorar en toda su diversidad y relevancia. Ha demostrado que no hay manera
de acoplar el modelo con nuestra idiosincracia y formas comunes de vida. Esa
incompatibilidad de fondo es la que aflora a la superficie como tendencias
favorables a un cambio.
El malestar casi unánime con la gestión del actual gobierno esta
manufacturando un rechazo más consciente del modelo. Pero experiencias
similares indican que el aumento de las dificultades económicas y la aparición
de un descontento son condiciones necesarias, pero insuficientes para echar a
andar un cambio global. La potencia requerida para traducir el rechazo en un
movimiento eficaz de cambio la ponen, fundamentalmente, la estrategia política
y el proyecto de país que se ofrece.
Para medir nuestra pérdida colectiva de rumbo basta con compararnos con
los vecinos del área andina. Todos nos han tomado la delantera en cualquier
renglón que se escoja. No sirve de nada tener las mayores reservas petroleras
del mundo, si hemos descendido prácticamente a los niveles de las llamadas
naciones inviables. Esta destrucción de las posibilidades país es lo que hay
que detener y revertir, sin dejar de mirar que la reconstrucción del aparato productivo
tiene ahora que implicar una mejor distribución social de la riqueza.
A la pugna entre los dos grandes bloques le hemos puesto unas máscaras
ideológicas para justificar el mecanismo de destrucción que conlleva una alta
polarización. El gobierno construyó un muro para separar a los venezolanos con
derecho a patria de los que somos oligarcas así vivamos en un barrio. Y ha
funcionado con tanta exactitud que vecinos de un mismo barrio, condenados a
iguales precariedades de vida, se repelen con agresividad. Cada vez que uno de
nosotros responde con emociones negativas y espíritu de secta a quien piensa
diferente, está entregando un ladrillo para elevar el muro oficialista.
Pero hay pugnas más inexplicables e indebidas que la división en dos
mitades. Aquellas que nos inducen a encerrarnos en pequeñas parcelas para
hablar pestes y descalificar a quienes están trabajando en un mismo campo.
Cuando hay que escoger entre autoritarismo o democracia es improcedente abrir
una lucha por el liderazgo. Cuando hay que defender el derecho de los jóvenes a
tener futuros es suicida dividirse en torno a cual forma de lucha es más
arrecha.
Lo que hay que decidir es si aprobamos la sociedad que ya estamos
teniendo o preferimos otra clase de país. ¿Aceptamos que se mantenga el rumbo
hacia Cuba o Corea del norte o luchamos para virar hacia Brasil o Chile? Esta
segunda opción obliga a usar todos los medios, iniciativas y actividades que
contribuyan a formar una mayoría plural que asuma pacífica y
constitucionalmente la tarea de rehacer la democracia, la justicia, la
solidaridad social y el derecho a vivir en el siglo XXI con la calidad promedio
de vida que puede financiar un buen uso de nuestras riquezas naturales, un
empleo bien remunerado y la oportunidad de invertir asegurando competitividad,
productividad, ganancias y bienestar social.
El gobierno puede o no emprender ese viraje. Debería hacerlo porque es
el modo más seguro de salvar el modelo que lo guía. Pero su engatillamiento en
la iniciativa de diálogo que él propuso da cuenta de las peleas internas por el
control del partido y de la representación civil en el alto mando político
militar de la revolución.
Quien si está condenada a cambiar de rumbo o a desaparecer en la forma
actual que ella tiene, es la oposición. Su primer gran desafío es lograr que
las visiones y divisiones del pasado no obstruyan sus misiones de futuro. El
segundo es prefigurar un país con justicia y equidad, que proporcione a cada
uno condiciones para prosperar, donde se pueda trabajar y vivir seguros. El
tercero consiste en plasmar ese viraje respecto a la MUD, a otros esquemas
unitarios, al ejercicio de un liderazgo plural, a la combinación de formas de
lucha y a la formulación de una estrategia eficaz de resistencia social.
Los dirigentes de los partidos tienen la palabra. Pero si acaso no
responden, los ciudadanos deben presionarlos a favor de un nuevo rumbo que
repita viejos derrumbes.
Simon
Garcia
simongar48@gmail.com
@garciasim
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