Con
el afán de ocultar la realidad del país, en Venezuela el gobierno niega a los
investigadores sociales, parlamentarios y periodistas el acceso a las fuentes
de información. Realmente nadie tiene acceso y las estadísticas que se conocen
son el resultado de una colosal manipulación, aun así no pudieron ocultar el
doloroso incremento de la pobreza.
Se dice fácil pero es dramático: 1.800.000
personas son "nuevos pobres".
Lo alarmante es que existe una pobreza oficial y una real que es mucho
más elevada, que se siente en la calle y se comenta en las esquinas,
generalmente agregando “…y lo que viene” pues la gente sabe que con este
gobierno es imposible revertir la tendencia.
Cada día somos más pobres.
La
comparación del ingreso familiar con la cesta alimentaria la hace el gobierno
sobre la base de precios regulados irreales y productos usualmente
inexistentes. En efecto, la escasez es un marcador de la pobreza real, no sólo
es determinante del precio de mercado sino que coloca el problema en otra
dimensión. Por ejemplo, la falta de leche para una madre o ese repuesto que no consigue
el taxista, tienen un costo que trasciende el umbral de la economía. ¿Acaso no
es pobre el enfermo que no encuentra la medicina que necesita? De pronto la pobreza se nos hace cotidiana en
las colas para comprar desde un repuesto hasta papel tualé. Como en Cuba,
ahora todos somos pobres.
Para
los progresistas, elevar el ingreso familiar es un objetivo fundamental pero la
pobreza no se circunscribe a las limitaciones económicas, sino que es una
condición asociada a la calidad de vida, al habitat y a la satisfacción de
expectativas colectivas. Desde esta perspectiva, una persona estará en
situación de pobreza si no tiene posibilidad de acceder a una vivienda propia o
carece de servicios como agua, luz, transporte, cloacas, vialidad, etc. Cualquier ciudadano será parte de las
estadísticas de marginalidad -o sea, estará al margen de derechos
fundamentales- si está excluido del sistema educativo o está en riesgo su vida,
bien sea por las restricciones para acceder al sistema de salud o por la incapacidad
de las autoridades para garantizar la seguridad ciudadana. Así las cosas, el
deterioro de los servicios o la crisis hospitalaria son signos de la pobreza
que agobia al país. Pregúntese cuantas personas pueden hoy comprar vivienda y
tendrá idea de la dimensión de la pobreza real. Cuando sufrimos los apagones,
se nos va el agua, vemos las calles llenas de huecos y basura, entonces
sentimos que el país se ha empobrecido.
Que la "revolución" nos ha arrastrado y ahora todos somos
pobres.
Además,
la crisis de valores nos remite a una inmensa pobreza cultural-esiritual. La
división de la familia venezolana y el odio que han inoculado desde altas
esferas del poder, o la violencia y el irrespeto permanente a las normas de
convivencia, son expresiones de esa dimensión intangible de la pobreza. La
corrupción o la injusta prisión de Simonovis son signos de pobreza espiritual
que embargan a la Nación. ¡Vivimos en un país empobrecido! Superar tal realidad es hoy el principal
desafío para las fuerzas del cambio.
Richard Casanova
richcasanova@gmail.com
@richcasanova
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