“Venezuela
vive una de las etapas más dramáticas de su historia contemporánea. La
democracia ha sido secuestrada por Hugo Chávez. Desde la caída de Marcos Pérez
Jiménez en 1958, sus instituciones no habían estado tan amenazadas y
violentadas. Todo esto tiene indudables repercusiones políticas y sociales a
escala continental, y muy particularmente para nosotros, los colombianos.
Frente a los últimos acontecimientos no se puede seguir siendo indiferente,
porque en situaciones como esta, la indiferencia se vuelve cómplice.”
¿Quién pudo haber expresado tan dura visión
de la Venezuela chavista hace diez años? No, no fue como podría pensarse Álvaro
Uribe Vélez. Fue Juan Manuel Santos. Corría el año 2004 y él escribía
abiertamente lo que pensaba en El Tiempo, diario de su familia.
En aquel artículo sobre Venezuela no vaciló
en acusar al presidente Hugo Chávez de “fracturar la sociedad, sembrar odios y
fomentar, por todos los medios, la lucha de clases”. Escribió también que en el
seno de las fuerzas armadas de Venezuela la situación era “grave, muy grave; no
solo por la purga y la politización, sino por los planes de convertirla en una
fuerza miliciana y adoctrinada.”
Más claro no canta un gallo. Dueño de estas
ideas que parecía compartirlas enteramente con el presidente Uribe, Santos
consiguió en 2010 que el mandatario colombiano lo viera como su legítimo
sucesor y lo lanzara como candidato de su movimiento político. Hasta entonces,
nunca Santos había sido elegido para un cargo público. Carecía, por lo tanto,
de un caudal electoral propio. De modo que su triunfo se lo debió enteramente a
Uribe.
¿Cómo explicar que solo tres días después de
haber tomado posesión de su cargo, el 7 de agosto de 2010, Santos olvidara todo
lo escrito por él sobre la realidad venezolana para tenderle la mano a Chávez
llamándolo su “nuevo mejor amigo”? En ese momento se vio por primera vez su
hábil perfil de jugador de póker (así se le conoce en el alto mundo bogotano)
capaz de mover sus cartas con cierto engaño. Para marcar diferencias con su
antecesor y no aparecer como una ficha suya en el poder, nombró en su primer
gabinete ministerial a acérrimos adversarios de Uribe. Al mismo tiempo, no
vaciló en acercarse a gobiernos del continente con los cuales Uribe había
mantenido serias diferencias. Buscaba con ello incorporarse a los sectores
mayoritarios de una OEA dirigida por el señor Insulza que, poniendo de lado
inquietudes democráticas, veían amistosamente al gobierno cubano.
Ahora bien, en el manejo económico del país
mantuvo una línea de estímulo a la inversión extranjera, de apertura con nuevos
tratados de libre comercio y de impulso a la exploración y explotación
petrolera. Los índices económicos logrados con esto le aseguraron una muy buena
imagen en el exterior.
No ocurrió lo mismo en el ámbito nacional. Si
bien, algunos de sus programas alcanzaron a despegar, como la entrega de
viviendas gratuitas y el auge de la industria petrolera –sin duda gracias a la
llegada de expertos venezolanos exiliados por cuenta del chavismo-, otros de
vital importancia para el común de los ciudadanos se derrumbaron o jamás
llegaron a cumplirse: la salud, la justicia, la infraestructura vial, el agro y
la seguridad.
Estos dos últimos, mostraron, al contrario,
un alarmante deterioro. Cultivadores de papa, café, caña de azúcar, soya,
trigo, se encuentran en una ruinosa situación. Y en cuanto a seguridad se
refiere, se perdió lo que Uribe había logrado. Hoy, tal como ocurre en
Venezuela, la delincuencia es un azote público.
¿Cómo explicar tales fallas? Si bien Santos
comparte con Uribe una macro visión de los problemas nacionales, su falla
radica en lo que el propio Uribe califica como micro gestión; es decir, en
verificar que lo ofrecido se cumple. Lo hacía Uribe conociendo las fallas del
propio Estado en manos de una incompetente burocracia. Así, por ejemplo, si a
medianoche se producía un ataque de la guerrilla, de inmediato, vía telefónica,
movilizaba tropas y guarniciones. Y cada fin de semana, en vez de reposo,
viajaba a las regiones más apartadas para comprobar su real situación.
Pero, como bien se sabe, el tema emblemático
de Santos ha sido la apertura de diálogos con las FARC para poner fin a un
sangriento conflicto que dura en Colombia más de 50 años. Con este propósito,
en los dos primeros años de su gobierno, realizó secretos contactos con las
guerrillas. Sabiendo que estas, luego de recibir certeros golpes en el campo
militar, veían imposible la toma del poder por la vía armada, procedió a
negociar su desmovilización. De esta manera esperaba levantar ante el mundo un
glorioso trofeo de paz. Y de paso, asegurar su reelección.
El recorrido hecho por él con este propósito
es bien conocido. Luego de contar con el apoyo de los gobiernos de Cuba y
Venezuela, las negociaciones con las FARC que se adelantan desde hace un par de
años en La Habana, no han evitado que la guerrilla siga adelantando cada semana
terribles acciones terroristas contra la población civil como la voladura de
carreteras, puentes y oleoductos, el reclutamiento forzado de menores, la
siembra de las llamadas minas antipersona en senderos transitados por familias
campesinas, además de secuestros y extorsiones.
Al mismo tiempo, los colombianos ignoramos lo
que se está acordando en La Habana con las FARC. Conocemos las exigencias que
hacen sus máximos comandantes, “Timochenko” e “Iván Márquez”. No admiten
sanciones penales ni entrega de armas, exigen amplios cupos en el congreso y en
una asamblea constituyente, reducción de las fuerzas armadas y cambios en la
llamada doctrina militar, zonas campesinas bajo su control y un modelo
económico similar al que ha causado desastres en Venezuela.
Todo esto, sumado a la infiltración que han
logrado en la justicia, las universidades, los sindicatos, las comunidades
indígenas y en la protesta social, está abriéndole la puerta al castro
chavismo. De ahí que quienes se identifican con el régimen venezolano han
anunciado su voto por Santos. Tal desliz hacia una peligrosa izquierda de visos
populistas, explica el vertiginoso ascenso del candidato de la oposición, Oscar
Iván Zuluaga. Si bien, ha decidido no romper los diálogos de La Habana, exige
para mantenerlos que se suspendan las acciones terroristas y no acepta el
reparto de poderes que buscan las FARC. Sólo admite rebaja de penas y
conversión de las FARC y el ELN en partidos políticos.
El alza de Zuluaga en las encuestas y sus opciones de triunfo el próximo domingo se explican por los riesgos que un gran número de colombianos ven en la reelección de Juan Manuel Santos.
Plinio
Apuleyo Mendoza.
plinioapuleyom@gmail.com
@PlinioApuleyoM
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