Hay
muchas formas de leer a Colombia y “la violencia” sería una de esas
literaturas. ¿Es García Márquez lector de esa realidad, o más bien su obra
constituye otro escurridizo jeroglífico? Pudiera ser que ambos y se percibe así
cuando al pronunciar “cien años de soledad” en boca de ellos, no sólo se
entienda el título del libro aquél sino además el largo y casi bíblico éxodo de
los colombianos buscándose a sí mismos.
Y si por contrastar e igualmente
entendernos, en solicitud de identificaciones, abre usted el baúl de
memorias de los venezolanos, sería tal
vez más apropiado desenredar el ovillo de ese laberinto a través del petróleo
al que habría que agregar el caudillismo. Ellos agrarios, nosotros mineros.
En
el caso en cuestión, si se me preguntara por dónde dar comienzo a sus
interrogantes, le sugeriría mirar en la muestra de sangre extraída de la tensión que se produce entre el fenómeno
de la violencia aquella ya nombrada y la búsqueda resentida de la paz, lo cual
daría para que se dedicara de por vida a interrogar la historia de ese pueblo y
de sus frustraciones. Lea a los violentólogos por ejemplo.
Hoy
más bien de lo que se trata es de encontrar solución al conflicto y no solo
recabar datos sobre la cultura de la
muerte sino superarla. Desde el Estado se han hecho propuestas, desde la
comunidad internacional, la academia, desde la propia izquierda, el conflicto
ha dado de todo y para todos pues hay demasiados intereses en juego, no solo
materiales, la locura inclusive.
La
guerra por la paz lleva ya tiempo en el primer puesto mediático de la gestión
del actual presidente. Y se ha convertido igualmente en estrella de la agenda
electoral que el próximo domingo enfrentará dos visiones del problema. Sume
usted al análisis el factor abstención. Sume usted igualmente la presencia
político-paterna del Presidente Uribe que entiende que la superación del
conflicto radica en la derrota militar de la guerrilla y no en el diálogo
que se realiza paradójicamente en la Cuba de los hermanos Castro,
amantes consabidos de poner en práctica aquello de que la violencia es la
partera de la historia. Sume la inaudita
y explosiva supuesta impunidad de los alzados en armas lo que provocaría una
nueva violencia.
Los resultados del domingo próximo definirán
buena parte de la agenda de América Latina en los próximos años. La paz de
Colombia se ha convertido también en una mercancía post electoral tanto así que
casi que ya le tienen preparado Ministerio con uniformes y demás burocracia de
Comisiones y de sub- comisiones.
Y ahora, andando ya por Chacaíto, cerca del Consulado de Colombia en Caracas, voy y pregunto entre la gente que hace cola de trámite: “¿y usted amigo qué opina del perdón requerido para bautizar la paz? Todos voltean. Hay alguien que más bien me responde desde una página del Gabo en “La mala hora”: “Hasta que nos resuciten a los muertos que nos mataron”.
Dos fantasmas recorren a América Latina: los votos y la paz.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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