La reflexión, la hizo Julia. Joven, atenta e
inteligente. Sucedió en el marco de un taller donde se analizaba la cultura
política venezolana. Esta estudiante subrayó, a propósito de las denuncias del
Presidente Nicolás Maduro sobre la organización de un intento de magnicidio en
su contra, que en Venezuela en doscientos años de historia solo se consumó un
caso. Se refería, desde luego, al asesinato del teniente coronel Carlos Delgado
Chalbaud, presidente de la Junta Militar de Gobierno, ocurrido en el año1950.
Kevin, otro de los participantes del taller, apunto que en la democracia
americana, por el contrario, los magnicidios si han formado parte de su
historia. Estaba en lo cierto: Lincoln (1865), Garfield (1881), McKinley (1901)
y Kennedy (1963).
Estos señalamientos estimularon una breve
discusión sobre los parámetros que han definido nuestra vida democrática. Los
atajos terroristas, por ejemplo, han estado lejos de las vías exploradas por
los más acérrimos opositores a las diversas formas de gobierno experimentadas
en democracia. Una excepción, el atentado al presidente constitucional Rómulo
Betancourt ocurrida en el año 1960 y patrocinada por la dictadura del general
Rafael Leónidas Trujillo.
El argumento de magnicidio ha sido utilizado tanto por el finado presidente Chávez como Nicolás Maduro. En forma reiterativa han advertido sobre diversos atentados contra su vida. Desde luego, no han presentado pruebas convincentes que evidencien tales intentos. Pareciera, más bien, que estas fabulaciones forman parte de una estrategia discursiva para desviar la atención sobre los graves problemas que confronta el país.
En este sentido no hubo dudas, entre los
participantes del seminario, en señalar dos de las variables que dan cuenta de
la necesidad de fabricar estas narrativas: el ocaso de la revolución y el
agotamiento de su modelo económico. En relación a este primer parámetro, es evidente
que la emoción, ilusión y sueños que en su inicio provocó este experimento
chavista se han disipado. Lo que permanece son las evidencias de esta
alucinación frustrada: escasez, colas, desasbatecimiento, pobreza generalizada
y un estado depresivo colectivo a punto de transformarse en fermento para el
cambio. En el plano económico, el escenario no es en absoluto alentador. A
pesar de la magnitud de los errores y la precariedad de la economía no se
vislumbra, a corto y largo plazo, propósitos de enmienda. Los sectores
radicales presionan para abortar los tímidos intentos de innovación que se
pudiera experimentar en este ámbito.
Ante este panorama, se formuló la siguiente
pregunta ¿cuáles son las vías para superar esta calamidad histórica? La
repuesta a esta interrogante está por formularse. Lo cierto y, ahí el consenso
fue generalizado entre los participantes de este taller, es que las luchas
encabezadas por los estudiantes, jóvenes y ciudadanía en general, son expresión
de un sentimiento radical de cambio incubado a lo largo de estos quince años de
revolución. Emoción, se recalcó a lo largo de este evento, que no ha sido
capitalizada por ninguna de las formas políticas institucionalizadas en la
oposición.
En este sentido hubo acuerdo generalizado
sobre la idea que el desconcierto abriga por igual al gobierno y a la
oposición. Las certezas que proporcionaban seguridad, en ambos bandos, tienden
a esfumarse. De ahí el carácter histórico de la crisis. La misma arropa por
igual a ambos actores en pugna, El dispositivo simbólico republicano ha
caducado.
En palabras de uno de los participantes: los manuales que indicaban las instrucciones a seguir en estas situaciones ya no son útiles. Se han desvanecidos las viejas certezas.
En fin soplan, con fuerza, vientos de
cambios.
Nelson Acosta Espinoza
acostnelson@gmail.com
@nelsonacosta64
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