miércoles, 18 de junio de 2014

AMÉRICO MARTÍN, LA POLICÍA DEL PENSAMIENTO

1. En su sombría novela, 1984, George Orwell observa que la inteligencia, el pasear por el mundo de las ideas, el simple pensar sin la orden del partido, son actos extremadamente peligrosos y deben ser extirpados. 

Así se trate de un solo disidente, esos actos encienden alarmas y despiertan la cólera del sistema. El gobierno del Gran Hermano (el amado jefe totalitario, que para evocar a Stalin, lo adorna Orwell con agresivos bigotes gruesos) crea Ministerios de nombres cínicos: el de la Verdad, el de la Paz, el del Amor, el de la Abundancia. Mienten desvergonzadamente sin que nadie se atreva a denunciarlo. Del Ministerio de La Verdad depende la Policía del Pensamiento, cuya misión consiste en castrar hasta el último vestigio de divergencia o descontento. No se trata sólo de imponer la dictadura absoluta, sino también de extenderla a la intimidad de cada persona. El objeto de semejante operación es reconciliar al perseguido con su perseguidor de modo que el azotado bese el látigo que lo castiga. 

No es suficiente que se resigne a la tortura, no. Es preciso que la desee y se derrita de amor hasta las lágrimas por el Gran Autócrata. La diferencia con las dictaduras clásicas, aún las más crueles es clara: éstas se limitan a arremeter contra la disidencia, a acabar con las libertades, encarcelar y torturar. La totalitaria va por más. Invade el fuero interno de cada uno. El sadismo, el sadomasoquismo, la eliminación del ser humano, de su dignidad, de su respeto propio. Para mejor lograrlo se ensañan contra los socialmente más vulnerables: niños, los adolescentes. De allí la imposición del pensamiento único en la educación. Falsean la verdad, predican el olvido, rehacen el pasado para conformarlo al cambiante interés del autócrata. El totalitarismo es el olvido y la democracia, la memoria. Memoria contra Olvido. El Ministerio de la Verdad, con su policía del Pensamiento, adultera el pasado. Quien ayer fue fiel al jefe eterno y luego disintió, será implacablemente borrado en reediciones actualizadas.

2. Esas prácticas se multiplican en Venezuela, a medida que el gobierno entra en crisis. La angustia frente a los líderes de oposición, a los intelectuales, a quienes –como los estudiantes- se relacionan con la cultura y se sienten con derecho a expresarse libremente, se resuelve en un amasijo de pánico, odio, desesperación y maldad. No los persiguen porque sean privilegiados o algo así. Lo hacen porque se sienten descubiertos en sus análisis. No son fáciles de engañar con estallidos contra fantasiosos golpes o magnicidios. 

Les irrita cuando la gente de pensamiento, lejos de molestarse hace de esas acusaciones fantasmagóricas objeto de befa. Esta masa informe de complejos y pánicos se revela en los bárbaros atropellos contra los estudiantes y en el zarpazo y la calumnia contra líderes de la oposición que, por lo demás, no se asustan. Una vez conformada en el régimen la tendencia más fanatizada y fascista, se cerró para el presidente Maduro el instrumento del diálogo y cualquier forma de flexibilidad o tolerancia hacia la disidencia democrática. Comoquiera que la reiteración latosa, aburrida y sin pruebas de magnicidios, terrorismo y golpes no convence a nadie, el fundamentalismo oficial –en la incapacidad de retroceder hacia la reflexión y el diálogo- grita más duro, promete más pruebas, insiste en la falacia. Pero esta vez proporciona nombres con el fin de revestirla con algo reconocible. Machado, Salas Romer, Arria, Tarre son conocidos. Al difamarlos, esperan respuestas irracionales que les permitan patear el diálogo y acusar, con espuma en la boca, a la otra parte de negarse a conversar. Se han propuesto sacarle el jugo al pobre parapeto que llaman Poder Judicial, incluido el Ministerio Público. Pero son tan disparatados que desacreditan a los tribunales que supuestamente les servirían para vestir de legalidad el zarpazo. Maduro ya condenó por magnicidas a sus acusados. Diosdado (odios dados, por mejor decir) ordenó a Teodoro Petkoff presentarse cada semana al dócil tribunal a sabiendas de sus padecimientos. Sus médicos han certificado lo que Diosdado sabe pero por ruindad finge ignorarlo. Afortunadamente Teodoro tiene lo que a aquel le falta: moral, rectitud, valor físico.

3. ¿Deben presentarse o no los acusados al tribunal que tiene pre-elaborada la sentencia? Ese debate tiene antecedentes remotos. Las decisiones que tomen los afectados son respetables, ambas. Entiendo que María Corina se presentará, confiada en que el impacto del desmán se devolverá con fuerza sobre un gobierno débil y desasistido de la razón y la verdad. Es un noble gesto que nadie puede criticar. 

VARIOS CAMINOS
Pero será igualmente válido que Salas Romer o Diego Arria o Tarre, desconfiando del tribunal que los oirá, opten por denunciar el hecho en todos los países, sin ponerse en manos de quienes los tratarán de humillar.

Machado y López son figuras de alto perfil actualmente. Pueden apoyarse en su gran nombradía para hacer un gesto de resonancia mundial. Nada sugiero pero lo comprendo. Salas, Arria y Tarre no tienen en este instante tal colocación y no tendrían por qué aceptar el vejamen que probablemente les preparan. Ese dilema se le planteó a los bolcheviques rusos en la víspera de la revolución. Se libró una orden de detención contra Lenin. ¿Qué hacer? ¿Convertirla en publicidad revolucionaria? Varios recomendaron esa salida. Lenin los paró en seco. – Yo no confío en esa “justicia”. No me presentaré.

Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin

EL ENVÍO A NUESTROS CORREOS AUTORIZA PUBLICACIÓN, ACTUALIDAD, VENEZUELA, ACTUALIDAD INTERNACIONAL, OPINIÓN, DEMOCRACIA, LIBERAL, LIBERALISMO, REPUBLICANISMO, LIBERTARIO, POLÍTICA,ELECCIONES,UNIDAD, ALTERNATIVA DEMOCRÁTICA,CONTENIDO NOTICIOSO,

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comentario: Firmar con su correo electrónico debajo del texto de su comentario para mantener contacto con usted. Los anónimos no serán aceptados. Serán borrados los comentarios que escondan publicidad spam. Los comentarios que no firmen autoría serán borrados.