1.
En su sombría novela, 1984, George Orwell observa que la inteligencia, el
pasear por el mundo de las ideas, el simple pensar sin la orden del partido,
son actos extremadamente peligrosos y deben ser extirpados.
Así se trate de un
solo disidente, esos actos encienden alarmas y despiertan la cólera del
sistema. El gobierno del Gran Hermano (el amado jefe totalitario, que para
evocar a Stalin, lo adorna Orwell con agresivos bigotes gruesos) crea Ministerios
de nombres cínicos: el de la Verdad, el de la Paz, el del Amor, el de la
Abundancia. Mienten desvergonzadamente sin que nadie se atreva a denunciarlo.
Del Ministerio de La Verdad depende la Policía del Pensamiento, cuya misión
consiste en castrar hasta el último vestigio de divergencia o descontento. No
se trata sólo de imponer la dictadura absoluta, sino también de extenderla a la
intimidad de cada persona. El objeto de semejante operación es reconciliar al
perseguido con su perseguidor de modo que el azotado bese el látigo que lo
castiga.
No es suficiente que se resigne a la tortura, no. Es preciso que la
desee y se derrita de amor hasta las lágrimas por el Gran Autócrata. La
diferencia con las dictaduras clásicas, aún las más crueles es clara: éstas se
limitan a arremeter contra la disidencia, a acabar con las libertades,
encarcelar y torturar. La totalitaria va por más. Invade el fuero interno de
cada uno. El sadismo, el sadomasoquismo, la eliminación del ser humano, de su
dignidad, de su respeto propio. Para mejor lograrlo se ensañan contra los
socialmente más vulnerables: niños, los adolescentes. De allí la imposición del
pensamiento único en la educación. Falsean la verdad, predican el olvido,
rehacen el pasado para conformarlo al cambiante interés del autócrata. El
totalitarismo es el olvido y la democracia, la memoria. Memoria contra Olvido.
El Ministerio de la Verdad, con su policía del Pensamiento, adultera el pasado.
Quien ayer fue fiel al jefe eterno y luego disintió, será implacablemente
borrado en reediciones actualizadas.
2.
Esas prácticas se multiplican en Venezuela, a medida que el gobierno entra en
crisis. La angustia frente a los líderes de oposición, a los intelectuales, a
quienes –como los estudiantes- se relacionan con la cultura y se sienten con
derecho a expresarse libremente, se resuelve en un amasijo de pánico, odio,
desesperación y maldad. No los persiguen porque sean privilegiados o algo así.
Lo hacen porque se sienten descubiertos en sus análisis. No son fáciles de engañar
con estallidos contra fantasiosos golpes o magnicidios.
Les irrita cuando la
gente de pensamiento, lejos de molestarse hace de esas acusaciones
fantasmagóricas objeto de befa. Esta masa informe de complejos y pánicos se
revela en los bárbaros atropellos contra los estudiantes y en el zarpazo y la
calumnia contra líderes de la oposición que, por lo demás, no se asustan. Una
vez conformada en el régimen la tendencia más fanatizada y fascista, se cerró
para el presidente Maduro el instrumento del diálogo y cualquier forma de
flexibilidad o tolerancia hacia la disidencia democrática. Comoquiera que la
reiteración latosa, aburrida y sin pruebas de magnicidios, terrorismo y golpes
no convence a nadie, el fundamentalismo oficial –en la incapacidad de
retroceder hacia la reflexión y el diálogo- grita más duro, promete más
pruebas, insiste en la falacia. Pero esta vez proporciona nombres con el fin de
revestirla con algo reconocible. Machado, Salas Romer, Arria, Tarre son
conocidos. Al difamarlos, esperan respuestas irracionales que les permitan
patear el diálogo y acusar, con espuma en la boca, a la otra parte de negarse a
conversar. Se han propuesto sacarle el jugo al pobre parapeto que llaman Poder
Judicial, incluido el Ministerio Público. Pero son tan disparatados que
desacreditan a los tribunales que supuestamente les servirían para vestir de
legalidad el zarpazo. Maduro ya condenó por magnicidas a sus acusados. Diosdado
(odios dados, por mejor decir) ordenó a Teodoro Petkoff presentarse cada semana
al dócil tribunal a sabiendas de sus padecimientos. Sus médicos han certificado
lo que Diosdado sabe pero por ruindad finge ignorarlo. Afortunadamente Teodoro
tiene lo que a aquel le falta: moral, rectitud, valor físico.
3.
¿Deben presentarse o no los acusados al tribunal que tiene pre-elaborada la
sentencia? Ese debate tiene antecedentes remotos. Las decisiones que tomen los
afectados son respetables, ambas. Entiendo que María Corina se presentará,
confiada en que el impacto del desmán se devolverá con fuerza sobre un gobierno
débil y desasistido de la razón y la verdad. Es un noble gesto que nadie puede
criticar.
VARIOS CAMINOS |
Pero será igualmente válido que Salas Romer o Diego Arria o Tarre,
desconfiando del tribunal que los oirá, opten por denunciar el hecho en todos
los países, sin ponerse en manos de quienes los tratarán de humillar.
Machado
y López son figuras de alto perfil actualmente. Pueden apoyarse en su gran
nombradía para hacer un gesto de resonancia mundial. Nada sugiero pero lo
comprendo. Salas, Arria y Tarre no tienen en este instante tal colocación y no
tendrían por qué aceptar el vejamen que probablemente les preparan. Ese dilema
se le planteó a los bolcheviques rusos en la víspera de la revolución. Se libró
una orden de detención contra Lenin. ¿Qué hacer? ¿Convertirla en publicidad
revolucionaria? Varios recomendaron esa salida. Lenin los paró en seco. – Yo no
confío en esa “justicia”. No me presentaré.
Americo
Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
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