«No
siento más indignación que misericordia hacia esas y esos infectos que, aun
cuando se mantengan política y financieramente aventajados e infalibles ante
millones de sus víctimas, son también rehenes de la Casta Forajida a la cual
pertenecen: empero donde están entrampados tras convertir al Estado en un
fétido organismo burocrático que ya exhibe su rigor mortis»
Ya
no sé cuántas veces he disertado sobre lo que realmente significa «magnicidio»,
la «magna muerte», que pudiera dársele a un «magnánimo» o «magnificente» nada
parecido a un miasma con mando sobre ciudadanos.
¿Cómo calificar a los
potenciales exterminadores de peligrosas bestias al momento que intentasen
cometer «saurio-cidio». Lo digo porque nada de grandiosos tienen aquellos,
éstas y esos mal nacidos que ordenan reprimir y matar a quienes se les oponen
políticamente: a desesperados, sitiados y excomulgados que cuestionan sus
atrocidades en el ejercicio de cargos públicos. No estoy de acuerdo con la
venganza asesina, la vendetta ni Vindicta Pública que ordena («capitalis»)
ejecuciones conforme a costumbres seudo-culturales que hace tiempo debieron
abolirse en el mundo. Pero, perplejo, observo cómo en sociedades oprimidas una
y otra vez aparecen las señales de la Ancestral Violencia Fratricida
inevitablemente por venir.
«Magnus»
no fue el menos criminal entre los canallas que la Historia Universal de
Infamias registra: ni ese que tuvo por nombre Alejandro el Grande, que igual
semeja a unos tales César, Felipe, Maximiliam, Napoleón, Isabel, Cristina y el
«Supremo y Bicéfalo Comandante» en malas conductas. Sátrapas que se arrogaron
inmortalidad, pero ya todos están en situación de difuntos y quienes recibieron
sus legados soberbiamente esperan ser agraciados por una presunta providencia
(que no las entelequias Dios y el Demonio, sino un dopado gurú). Yo calificaría
como «magno» por «mártir» sólo a cualquier pueblo que en el Mundo todavía esté
trágicamente sometido a una jurásica dictadura. Aun cuando percibo el «rigor
mortis» de un sistema de gobierno que fraudulentamente «crimina» a inocentes,
como el que padecemos en Venezuela, sus pútridas emanaciones todavía hacen
mucho daño al corpus social no corrompido pero sodomizado. No lo duden: con sus
hedores aun los embalsamados o encerados igual matan porque a ellos permanece adherida
su patogénesis.
Son
corruptos, claro, pero igual corruptores porque a quienes pretendan ser
alabados y temidos por esclavos de postmoderna servidumbre les urge asistir a
organismos internacionales para pujar y forcejear a favor de cambiar la letra
de los tratados que garantizan la defensa e inviolabilidad de los Universales e
Inalienables Derechos de Humanos. Tener un «derecho» que se pretenda de
«humano» no es compatible con los de quienes soberanamente tiranizan, porque
ellos conforman una casta dominante. Es preciso recordar que la interpretación
de lo que es la «dignidad» por parte de la «Burocracia Transnacional de
Cancillerías» está supeditada a la «Plusvalía del Dólar y el Combustible
Fósil»: a la forma como se dispensa entre quienes recibieron franquicias que
les permiten una existencia ostentosa, e inmunidad para satisfacer sus apetitos
de genocidas. Nos condenan a la «fecalidad», que es la fase superior de la
fatalidad en materia de penurias.
Alberto
Jiménez Ure
jimenezure@hotmail.com/
@jurescritor
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