“La existencia del hombre en la sociedad
política, como recordaba Eric Voegelin en la nueva ciencia de la política, es
una existencia histórica.
Asimismo poseer sentido de la historia
significa, para el político, básicamente tres cosas: el conocimiento real
compresivo, valorativo y aleccionador del pasado, (sobre todo de su propio
pueblo, en cuyo proceso le toca actuar como protagonista); el conocimiento
cultural político del presente; y un diseño del aporte posible al proceso
histórico de la nación para el tiempo por venir”. La política con mayúscula,
supone, por ello, opción sobre diseños del mañana.
Se trata de tener claro que, en la vida
política lo esencial y conveniente nos es ir a la búsqueda del tiempo perdido,
como en la ficción de Proust, sino la conquista del periodo por revelarse”.
Ubicando algunas pistas…
Como sabemos todas las generaciones se
suceden las unas a las otras en una escala antropológico-sociológica, pero la
novedad o juventud de una generación determinada en su momento de
desplazamiento de las anteriores no es garantía suficiente como para poder ser
considerada como una que habrá de hacer historia. La apelación a la juventud o
al hallazgo que tan frecuentemente se hace en contextos sobre todo políticos es
vista entonces como otra muestra más de frivolidad intelectual.
Otra cosa es considerar que algún evento
puntual carezca por completo de precedentes, lo que hace de él, en efecto, algo
original; pero el hecho de que un acontecimiento sea inédito no garantiza que
sea también, necesariamente, un acontecimiento histórico en virtud de la
posibilidad de que, por más transformador que pueda parecer a muchos, sus
consecuencias estén llamadas a tener una insistencia de alcance y efectos
mínimos, insignificantes o repetidos.
Situamos esta exploración entonces en una
posición antagónica con una tendencia muy característica de nuestro tiempo en
el que quiere ponerse en operación una
desactivación ideológica de las determinaciones históricas de la política y del
presente. Se trata precisamente de las ideologías que podríamos llamar
futuristas, corporativistas o, también, individualistas (que apelan al futuro,
a la visión de próximo y a la modernidad o modernización) con las que se hace
abstracción de los surcos y recorridos (políticos, ideológicos, y armónicos) de
calado histórico-político para aislar al individuo y acorazarlo dentro de los
límites del individualismo metodológico y encogido de un presente eterno en
donde sólo importan categorías como las de calidad de vida, bienestar, libertad
de elección, desarrollo, felicidad, progreso, identidad individual
psicológico-subjetiva, democracia, Todo
centrado a en el individuo y en su “elección racional” como sujeto impalpable
dentro del mercado harto capitalista. El ideal de esta sopa ideológica y
democrática formalista es el consumidor satisfecho a-histórico, a-crítico,
sensible, sentimental, espiritual, subjetivista, funcional: todo será estar al
corriente y de conducirse con una perspectiva ético individual, tolerante,
respetuosa siempre de todo y de todas y todos, que no juzga nunca sino que
comprende y se conmueve de la otredad del otro y de lo otro.
Sin negar la distinción de una que otra de
estas categorías en general (¿quién puede estar en contra, por ejemplo, de que
se logre un indiscutible nivel de vida o de desarrollo económico para
Venezuela?), pero tomamos distancia de ellas en el momento en que se quieren
hipostasiar como ideas fuerzas incorporadas a un sistema ideológico que hemos
denominado en otros momentos como neoliberalismo democrático, o
socialismo-estatizante a través del que,
se sustrae ideológicamente al individuo de las grandes formaciones político
históricas de las que forma parte para hacerlo creerse formando parte de un
Género Humano inmerso en un proceso impreciso al que se ha llamado
globalización. Esta dispersión o desdibujamiento de las grandes plataformas
histórico políticas (o de los grandes relatos totalizadores, dirán acaso los
posmodernos) donde lo importante es solamente el sujeto y su “salvación” (o sus
pequeños relatos), lejos de ser la codiciada autonomía del hombre de conexiones
totalitarias o autoritarias, es, por paradójico que pueda parecer a muchos,
índice inequívoco de las grandes crisis históricas y orgánicas de la gran política
en el sentido de Maquiavelo, de Gramsci o de Gustavo Bueno.
Preservamos, en este sentido, la consistencia
con lo inicialmente dicho cuando afirmamos que es ésta una exploración política
en tanto que reclama a la política y al Estado como su figura fundamental. Pero
no es una pretensión que habría que oponer o enfrentar dicotómicamente al
individuo o al ciudadano (o a su bienestar o a su “calidad de vida”, término
infrecuente éste como pocos); se trata simplemente de que la razón moral o
cívica, la razón económica, la razón política y la razón del hombre que aquí
tenemos contemplada en el horizonte de nuestras indagaciones se cincelan a la
escala de la historia (de la política, de la ciudad, de la economía) y con el
propósito de localizar y asignar al material analizado un sentido unitario y
una consistencia dialéctica y política establecida.
Pero el hecho de que sea éste sea una
búsqueda histórica significa que en él estará ejercitada una teoría de la
historia intercalada con una teoría del Estado y una teoría política muy
determinadas desde las que se ofrece una reconstrucción crítica del material en
liza. Es así que al espectador le será posible apreciar la manera en que, tanto
en nuestra crítica de la economía política como en nuestra crítica de la razón
política e ideológica, residirá implícitamente puesta en ejercicio nuestra
interpretación de la historia.
En este sentido, subrayamos nuevamente, para
reafirmarla una vez más, la divisa de Mariátegui según la cual la política es,
en efecto, la trama de la historia.
Este es un intento seguramente insuficiente
desde la filosofía. Y más concretamente: de la filosofía política y de
filosofía de la historia. Irrumpimos (con conceptos y categorías) propios de la
ciencia y la teoría política, de la economía y de la historia, pero no estamos
ante una investigación de ciencia política, de economía o de historia, o por lo
menos no lo estamos exclusivamente. Es de filosofía en tanto que, partiendo de
los saberes políticos, económicos o históricos, es decir, de los saberes y certezas, intentaremos llevar nuestras
pesquisas y consideraciones a aquél terreno en el que se nos aparecerán Ideas
determinadas (Hombre, Estado, Libertad, Justicia, Socialismo, Nación, Imperio,
Democracia) y en el que haremos referencia a sistemas de Ideas (idealistas,
materialistas, espiritualistas) intercaladas y comprometidas vitalmente
(ontológicamente) con las campos y distinciones en donde se establecen pero
que, en su despliegue, los exceden. El momento del desbordamiento de los campos
y de los saberes científicos es el momento de la aparición de la filosofía. Se
trata de un aluvión en el que se nos manifiestan los límites de los saberes
científicos cuya proliferación desemboca en una fragmentación y saturación de
especializaciones supuesta o pretendidamente científicas (y “el especialista es
el que sabe cada vez más de cada vez menos”, que se deriva un amasijo (un totum
revolutum) descoordinada de sub.-disciplinas o, peor, de pseudo-disciplinas, de
ya ininteligible unidad. Y a la recuperación de esa unidad es a lo que se ha
empinado una tendencia muy característica de las ciencias políticas
contemporáneas (y que se nos manifiesta a nuestro juicio como el índice del
estado de descoordinación en el que en su conjunto se encuentran) a la que
llaman “interdisciplinariedad”: ante la ausencia de una perspectiva guía de
síntesis, muchos son ya, en efecto, los que han querido alcanzar esa
perspectiva abarcadora cuando, al encontrarse ante la complejidad de los
problemas y de adecuados saberes o disciplinas para abordarlos y resolverlos,
buscan recuperar el sentido de unidad global. Pero esa fragmentación y esa
complejidad son ellas mismas, como señalamos, del dilema, pues esa unidad no se
encuentra nunca en la medida en que la búsqueda se mantiene en el terreno
científico (de las ciencias sociales). ¿Cuántos comités de “expertos” no se han
formado para tratar de zanjar una profusión de problemas del presente sin
llegar nunca a nada más que a la aproximación y abultadas de “propuestas”
pretendidas aunque nunca consistentemente sistematizadas? No se encuentra ni se
encontrará nunca esa síntesis didáctica científica porque en donde hay que
buscarla es en el terreno de la filosofía, o más concretamente: en el terreno
de los sistemas filosóficos, que es desde el que hoy intentamos dialogar.
Consideramos a la filosofía según es definida
desde la perspectiva maestra del materialismo filosófico de Gustavo Bueno, como
saber de segundo grado que se abre paso entre medio de saberes de primer grado
(tecnológico, científico, político, militar, histórico, teológico). La
aportación de la filosofía son las Ideas. El de las ciencias son los conceptos
y las categorías. La filosofía es un laboratorio de las Ideas. Es una actividad
de segundo grado en el que se producen sistemáticamente descriptivas de las
Ideas.
El problema de Venezuela es entonces más
complejo que una busca de filosofía (de filosofía política, de filosofía de la
historia) se trata de ofrecer un diagnóstico de la configuración histórica,
política e ideológica de Venezuela a la luz de la cual se escudriñará iluminar
en perspectiva el conjunto y bordes de
sus problemas. Debemos alzar el vuelo
desde un contexto histórico, político, jurídico, económico, de primer grado,
para trasladarlo luego a un estrato de configuración equívoca, de segundo
grado, en el que habremos de desbordar los límites de los saberes científico
delimitados, de los informes (políticos, jurídicos, antropológicos,
económicos), para encontrar en ese desbordamiento como hemos precisado ya el
estrato de la filosofía (del estudio filosófico). Es sólo en esa franja, donde
se nos aparecerá esa perspectiva catedrática de síntesis desde la que nos será
posible apreciar el problema de Venezuela: y no corresponde solo a la ciencia,
corresponde a la filosofía. Marx, en El Capital, hico una incisiva crítica de la economía política y una
desmitificación de las ideologías. El su crítica revela la realidad íntima,
esencial de la apariencia, al mismo tiempo que subvierte sus expresiones
ideológicas, las hace estallar de un doble estallido.
¿"Será
suficiente las fuerzas actuantes y el aporte generacional para ese doble
estallido en el país?”.
Pedro
Rafael Garcia Molina
pgpgarcia@5gmail.com
@pgpgarcia5
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