“Un hombre que le arrebata la libertad a otro es un prisionero del odio, está encerrado tras los barrotes del prejuicio y de la estrechez mental.” Nelson Mandela (1918-2013), abogado, líder anti apartheid, ex Presidente de Sudáfrica, Premio Nobel de la Paz 1993.
Hasta
el año 2006, la investigadora norteamericana Erica Chenoweth creía que el poder
lo tenía quien portase las armas. Pero un estudio que abarcaba campañas
violentas y no violentas para llegar al poder, la hizo llegar a la sorprendente
conclusión que, de todos esos movimientos, los pacíficos obtenían en un 50% la
victoria mientras que los violentos sólo lo alcanzaban en un 25%.
Y
lo más increíble es que en la mayoría de los casos el número de los
manifestantes pacíficos no superaba el 5% de la población total del país
estudiado. Chenoweth escribió un libro publicado por la Universidad de Columbia
llamado “¿Por qué la resistencia civil funciona?: la lógica estratégica de los
conflictos no violentos“, el cual se ha convertido en un manual de la
resistencia pacífica.
Según
el estudio de casos desde 1900 hasta 2006, el 90% de los movimientos no
violentos enfrentaron acciones violentas del gobierno. Pero los movimientos se
tornan exitosos en la medida que suman voluntades, así ellas no se manifiesten
en la protesta callejera, pero se involucran en las razones que las causan. Y
esa protesta tiene que ser algo más que una manifestación de calle: debe ser
resistencia a la autoridad que quieren relevar, debe patentarse en acciones
públicas de desobediencia, huelgas y no cooperación.
Usualmente
los gobiernos tratan de desvirtuar la protesta calificándola de “minúscula” o
como dijo el de aquí: “son sólo 4 gatos”. En Ucrania sólo el 6% de la población
estuvo en la calle en los momentos pico de la insurrección, pero la población
ya estaba incorporada en la idea de que había que remover a un gobierno
corrupto, que pisoteaba sus derechos y empobrecía al país.
Los
movimientos más amplios que llevan a mucha gente a la calle, solo son exitosos
si incluyen a las clases más desposeídas, sobre todo en esquemas como el
venezolano, donde el gobierno trata a través de su poder de crear en las clases
D y E la idea de que la protesta es cosa de “burguesitos” y que ellos “no
volverán” porque les quitarán lo que les ha dado el finado. Técnicamente la
idea es acertada, a Fidel le dio resultado y logró que la clase media y la
elite se mudara para Miami, dejándole el camino libre.
Las
protestas han dado resultados insospechados: han logrado frenar el éxodo de
venezolanos que ahora sienten el compromiso de la lucha y quieren dar una
oportunidad a la esperanza. Quienes creen que “pito y bandera no tumba
gobierno” tienen en principio razón. Porque el primer paso no es tumbar nada
sino construir una mayoría de ciudadanos que protestan exactamente por lo
mismo, vivan donde vivan y ganen lo que ganen. Todos los venezolanos afrontan
iguales ansiedades por su futuro y la calidad de su vida. La protesta ha
logrado despertar la indignación de muchos resignados, motivos para luchar y
seguridad de estar, como dicen los abanderados estudiantes, “en el lado
correcto de la historia”.
La
lucha pacífica cuesta hasta vidas, pues la agresión es la forma de defensa de
quien no tiene argumentos. El heredero se ha lanzado más de 500 horas de
cadenas en 12 meses de gobierno, el doble que el finado en sus años de mayor
elocuencia planetaria. Heredó una economía enferma por las expropiaciones, el engorde
de la revolución con dineros públicos, los malos negocios con socios chulos,
los consejitos interesados de los cubanos y la corrupción de funcionarios,
boliburgueses y bolichicos, que hoy son multimillonarios a costillas del
bienestar de todos los venezolanos. Y sólo con ver los resultados de un año de
gestión, podemos medir la ineficiencia gerencial y la ignorante ceguera de
quien cree que comanda el país.
En
un año nos hemos enterado que Venezuela ya no tiene dólares con qué pagar a sus
acreedores internos y que está vendiendo hasta su mula para pagar la externa.
Los cacareados 500.000 millones de dólares de inversión social no sabemos si
incluyen el inmenso gasto en sembrar una revolución que por más que la rieguen
no pega con estos venezolanos a los que les gusta vivir bien, vestir bien,
comer bien y hacer un viajecito así sea para Mérida, de vez en cuando.
Eso de que “Con hambre y sin empleo con Chávez me resteo” se acabó. Primero porque ya saben lo que es pasar trabajo para conseguir un kilo de harina, un pollo o papel tualé. Porque ya las colas tienen hasta la coronilla a todos, sin importar el color de su corazoncito. Porque la cola del gas acaba con el espíritu más revolucionario. Porque los atracos en las busetas, los abusos de los malandros cobra peaje y cobra vidas, el arresto domiciliario que tienen en los barrios, es idéntico al que sufre la clase media, que tiene igualmente que hacer cola, azotada por la delincuencia y sufriendo del síndrome de abstinencia de playas, vida nocturna, viaje o hasta una sencilla fiesta, que está vedada por la inseguridad.
El
madurismo ha logrado que todos seamos de oposición: nos oponemos a hacer colas
humillantes para comprar lo que comemos, a pagar sobornos para conseguir un
documento o un repuesto, a seguir llevando carpeticas a Cadivi o pagándoles a
gestores. Nos oponemos a que nos tuerzan el brazo con sus imposiciones
comunistas, a que nuestros hijos sean adoctrinados como roboticos cubanos.
Claro que somos opositores y claro que queremos cambiar el gobierno -por vías
más que constitucionales-, porque sencillamente no sirve y nos tiene
arruinados.
Venezuela
se ha convertido en un campo de concentración, lleno de obstáculos para el
libre tránsito, para el libre pensamiento y expresión. Cuando a los hombres se
les arrebata el derecho de vivir en paz y libertad, sucede lo que en Venezuela:
estamos sentados sobre un volcán que está haciendo erupción ruidosa y
peligrosamente.
En
Venezuela el 94.7% de las violaciones a los derechos humanos quedan impunes.
Esa misma impunidad es la que permite a magistrados obrarse en la Constitución
destituyendo a alcaldes legítimos, a rectores manipular cifras y burlarse –
ellos creen que irreversiblemente-, a individuos bárbaros e impresentables
sacar de la asamblea nacional a una diputada electa por el pueblo. A estas
alturas solo los enchufados y vividores defienden al régimen “democrático”.
Internacionalmente la mayoría de los organismos han comprendido que los
venezolanos enfrentan un régimen cuartelario y dictatorial que gobierna con las
armas de la república, con la amenaza y el castigo.
Aquí
no hay instancias de justicia ni de apelación, estamos debatiendo un tema de
libertad y cada vez más personas entienden que este gobierno es inviable y que
colapsará ante una economía que le dará el golpe de gracia y una protesta
continua que enseña a propios y extraños la rebeldía ante un sistema a todas
luces injusto.
Venezuela,
de ser la democracia modelo en Latinoamérica, un país en desarrollo que miraba
hacia el futuro en la segunda mitad del siglo XX, pasó a liderar el Índice de
Miseria Internacional que hace el Instituto Cato, con el nivel más alto de
miseria del mundo. La fórmula del índice, aplicado a 90 países, suma la tasa de
desempleo, la tasa de interés y la tasa de inflación, y resta el porcentaje de
cambio en el PIB real per cápita. Además de medir la miseria, este índice ha
demostrado tener una alta correlación con el nivel de popularidad de los
presidentes: si la economía va mal durante el mandato de un presidente, aumenta
la probabilidad de que éste tenga una baja tasa de aprobación. Según las
últimas encuestas, el nivel de aprobación al heredero es en promedio de 34%.
La
represión aumenta proporcionalmente al disgusto: el régimen cree que poniendo
presos a alcaldes, lanzándole tanques a las barricadas, poniendo presos a
estudiantes y enviándolos a cárceles de alta peligrosidad, azuzando a sus
motorizados violentos contra población desarmada, han triunfado en acabar la
protesta. Y sigue sin entender nada de lo que le sucede a este venezolano que
todos los días hace esfuerzos supremos de supervivencia frente a un gobierno
que cerca con todo su poder. El Ministro policía denunciando conspiraciones
paranoicas, es solo una muestra del miedo que tienen a que les salga el coco. Y
no saben de dónde.
Siguen
actuando con la soberbia que vio el mundo entero en la Fiscal cuando fue
entrevistada por Cala en CNN y reía como loca ante las preguntas, porque no
tenía respuestas que justificaran la cárcel de Leopoldo López, los juicios y
violaciones contra los protestantes, la impunidad de los agresores. La técnica
de descalificar al periodista con esa arrogancia que da el poder sin límites,
es la misma que usa el gobierno contra los ciudadanos. Pero no se han dado
cuenta que los venezolanos ya no tienen miedo ni están desvalidos. Poseen un
arma que ha funcionado contra todos los abusadores de la historia: el deseo de
ser libres.
Charito
Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitoirojas
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