Fui
educada para no tener miedo, para enfrentar los problemas y encontrarles una
respuesta. Es más, mi padre decía que “si no tiene solución, no es problema”. Y
no me refiero al hecho de tener respeto por las leyes humanas y las de Dios. Y
hoy, tantos años después, muy adulta, tengo miedo.
Y
el miedo se me ha vuelto irracional, aunque esté basado en sólidas y
serias razones. Tengo miedo al salir de
mi casa, miro a derecha e izquierda para ver si hay algo o alguien sospechoso.
¿Y cómo saber si el chico que avanza con buzo y capucha y jean, igual a como se
visten mis nietos, ¿es un buen chico o un chorro que me está acechando?
Imposible saberlo. Hay que arriesgarse.
Tengo
miedo mientras camino. Aprieto la cartera que lleva el mínimo de plata y la
tarjeta indispensables, llevo las llaves en el bolsillo y las toco cada tanto,
me dan tontamente la seguridad de poder volver a la cucha. Si tengo suerte.
Para entrar, la historia se repite. Siempre con miedo.
Mientras
tanto, comprar también es una odisea. Los negocios de mi barrio han sido
saqueados varias veces. Finalmente, vuelvo, entera, sin haber sufrido más
atropellos que algún empujón de alguien que va apurado o mira hacia otro lado y
en vez de pedir disculpas, se acuerda de mi mamá, mal.
No
salgo de noche salvo que sea con más gente que me asegure que me van a
acompañar de vuelta hasta la puerta de mi casa. Y todas las noches llamo por
teléfono a hijos y nietos, uno por uno, para asegurarme que están bien. Y me
digo, esto no es forma de vivir. Entonces recuerdo que en los campos de
concentración hubo sobrevivientes, y pienso que esto es Jauja comparado con el
horror. Pero resignarse no es la solución.
Tengo
miedo y no es justo que lo tenga. No forma parte del mundo civilizado tener
miedo de todo. Pero lo tengo. Por supuesto que puedo explicarme a través de la filosofía que se ha ocupado de
la violencia, todas las razones posibles para que esta exista. Empiezo con *Hobbes:
“el hombre es naturalmente violento”, “el hombre es el lobo del hombre”.
Hasta
el pacífico *Ghandi, inventor de la “no violencia”, decía: ”ningún hombre está
exento de violencia”. Y puedo seguir con los filósofos franceses del siglo
pasado que diferenciaban “violencia” de “agresividad”. La primera es terrible,
se puede y se debe eliminar, dominar, educar; la segunda es inherente a hombres
y animales y la consideran como el instinto necesario para la supervivencia.
Puedo buscar la etimología de la palabra violencia, que viene del latín “violentus”, “vis”, fuerza, “lentus”, continua, o sea fuerza continua. Con raíz indoeuropea, “wei”, fuerza vital”. O el *DRAE : acción violenta o contra el natural modo de proceder. No hay explicación que me alcance. Y ya sé que Caín mató a su hermano Abel, acto violento si los hay. Y que siempre hubo violencia. No me alcanza. La violencia que sufrimos hoy acá es “made in Argentina”, nuestra, propia, con demasiadas razones locales para existir.
La
corrupción es violencia. El narcotráfico permitido por gente de “arriba” es
violencia. La pobreza escondida como cifra, pero a la vista hasta en las calles
donde hay colas de personas en las cercanías de las iglesias esperando por un
plato de comida, es violencia. Es violencia, porque estamos en Argentina, país ubérrimo
y venimos de pasar los mejores 11 años de la economía argentina (gracias a la
soja que nos compra China), y tenemos personas ¡con hambre! Los Barras Bravas
son violencia, permitida.
Es
violencia la impunidad de los ladrones del gobierno que no son juzgados por la plata que los
enriquece, al tiempo que empobrecen a la gente que tratan de esconder. Es violencia la de los
jueces que se han olvidado de la Justicia y están al servicio de los
funcionarios. La anomía de todos hacia las leyes, es violencia. La destrucción
de las FFAA, es violencia. La inflación, es violencia. La lista de las
violencias es infinita. Ende, la sociedad es violenta.
Nadie
se escandaliza ante los homicidios, arrebatos, secuestros, salideras,
violaciones y todo delito tipificado en el actual código penal. Los fiscales
pertenecientes al ministerio público y que en principio están para
defendernos, miran hacia otro lado. Y
cuando hacen bien su trabajo se convierten en Campagnoli, chivo emisario del
mensaje mafioso que implica algo muy simple: no te metas con Báez, ni con nadie
cercano al poder.
Hoy es tema hablar de la violencia en la que estamos inmersos, porque la Iglesia la pone sobre la mesa y los medios se ocupan de ella. Pero estaba desde antes y temo que siga sin solución, mientras el relato la niegue, y eso también es violencia. Mentirle al pueblo es violencia. Tener a la policía como a los caballos con freno y filete, para no dejarlos actuar, es violencia. Y es violencia el porcentaje de FFSS corruptos.
Puedo
seguir explicando las razones, hay más. Puedo seguir buscando explicaciones en
los filósofos especializados en el tema. Poder, puedo. Pero nada de eso me
soluciona el miedo. Sigo con las puertas blindadas, las cierro con llave todo
el día, tengo miedo. Y no es normal vivir con miedo en un país que no ha
sufrido ningún desastre natural y no ha vivido una guerra, por lo menos desde
hace 30 años.
El
gobierno no se da por enterado ya que el miedo no forma parte del relato; la
violencia no forma parte del relato y todo los que no forme parte del relato,
simplemente, no existe. Aunque le roben el BMW a Aníbal Fernández, que ya sabe
que la inseguridad no es una sensación. Eso ya pasó. Lo olvidaron. El relato
sigue vivo y se niega a ver la realidad. Y la realidad es muy violenta.
Yo tengo miedo. Espero un candidato que se comprometa a darme seguridad, empezando por una CONADEP de la corrupción, que se tome en serio el combate al narcotráfico, que respete la Constitución Nacional en la forma y el fondo. ¿Espero demasiado?
Mientras,
tengo miedo.
Malu
Kikuchi
maluki@fibertel.com.ar
@malukikuchi
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