Recientemente dos expresidentes de la
República hubiesen cumplido años. Uno de ellos evoca las épocas lúgubres y
tenebrosas de la represión y la tortura, mientras que el otro reivindica el
civilismo, la decencia y la libertad.
El 25 de abril Marcos Evangelista Pérez
Jiménez hubiese celebrado su centenario. Su gobierno, caracterizado y exagerado
con la suntuosidad de la infraestructura se ve permanentemente opacado por lo
funesto de su política de derechos humanos, en la que la prensa libre estaba
sometida al lápiz rojo de la censura, la disidencia era conminada a las
mazmorras de la tenebrosa Seguridad Nacional y los partidos políticos estaban
maniatados y presionados.
Caso contrario al del tirano lo representa
Luis Herrera Campíns, quien nació el 4 de mayo de 1925. A su sencillez y
humildad debe añadirse que defendió enfáticamente la democracia, llevando la
dirección de un país en el que pese a los problemas económicos, la oposición
actuaba libremente. Además, en el gobierno se realizaron políticas educativas
de gran inclusión y se llevaron adelante grandes obras de modernización, todo
ello cubierto bajo el manto del civilismo.
Triste que la nueva historia oficial opte por
realzar la figura del dictador Pérez Jiménez frente a la de hombres como Luis
Herrera Campíns, cuya poca valoración, más que un acto de injusticia, es un
elemento de mezquindad. El Teatro Teresa Carreño, en contrapartida a la
Seguridad Nacional, son sólo dos ejemplos de los distintos modelos aplicados en
Venezuela.
Los 4 de mayo recordaremos con algarabía a
Luis Herrera, pues con él celebramos la democracia, mientras que los 25 de
abril guardaremos silencio sobre las represivas dictaduras continuistas, que
parecen estar cada día más presentes.
Luis D. Alvarez V
luisdalvarezva@hotmail.com
@luisdalvarezva
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