domingo, 11 de mayo de 2014

CARLOS BLANCO, GOLPES DE PECHO Y DE ESTADO, TIEMPO DE PALABRA

La conspiración de cuando en cuando aparece como La Llorona en los pueblos, precedida por los fuegos fatuos que se desplazan en la sabana. Los mozalbetes cuentan que en las noches oscuras, si se va hacia los confines del caserío, más allaíta de las zonas de tolerancia, se oye el llanto gemebundo de ese espanto y un celaje se pierde en la oscurana.

En estos días, los próceres rojos andan de a toque. Cada vez que una neurona se les activa, denuncian golpe de estado.

Lo último ha sido la performance del general Miguel Rodríguez Torres, quien sin rubor ha denunciado un complot de tal extensión, variedad y naturaleza en cuanto a sus integrantes, que mas bien semeja el hit parade de la política chic. Hasta se encuentran ciudadanos adoloridos por su precaria importancia al no aparecer en el directorio de enemigos consagrados del régimen.

De tanto hablar de golpe de estado el gobierno ha convertido el concepto en cualquier cosa y su contenido tan gelatinoso se ha vuelto que es igual conspirar con generales para alzar las unidades comprometidas en la revuelta, que hablar bullicioso en una esquina, darle agua y comida a los muchachos en las barricadas o sostener que Nicolás ejerce un cargo en forma ilegítima.

Como todo es lo mismo, lo grave y lo leve, lo serio y la chacota, lo denso y lo fluido, se hace difícil atender a la moralina que se desliza en los pliegues de los discursos del poder. El día en que la Iglesia tome los pecados veniales por mortales y se confunda la gravedad de la falta de ayuno con el asesinato, entonces cualquier asunto grave podrá ser banalizado. Tirarle palabras al azar al micrófono como lo hace Maduro en sus atolondramientos puede llegar a ser considerado como un discurso de Churchill.

La confusión es interesada. Verdaderos golpes de estado fueron los de Chávez y compañía en 1992: vastas unidades comprometidas; centenas de muertos; ejecuciones de soldados, policías y civiles por parte de los insurrectos; toma de lugares estratégicos; desconocimiento de los deberes constitucionales por parte de los alzados; intento de asesinato del Presidente de la República y su familia. Pero como la verdad es un efecto de poder, esa matazón la ha convertido la narrativa roja en una rebelión purificadora ejecutada por románticos incurables; una especie de acto poético, como los del Che, con tableteo de ametralladoras.

Mientras tanto, los cinco lustros de marchas agotadoras de la sociedad civil, en todas sus versiones, desde "con mis hijos no te metas", hasta "Maduro, mijito, renuncia", pasando por el "Chávez vete ya", son -según el régimen- ¡intentos de golpes de estado! Está atravesado el 11 de abril cuando los oficiales designados por Chávez, algunos de los cuales no cabían en el tanque de guerra de tanto orgullo chavista, se negaron a disparar a la población civil. Pero el régimen ha convertido estas gestas cívicas en sedición y la de 1992 en infantiles paseos por el prado de unos párvulos perdidos y pasmados. Los golpistas que están en el poder, por una ñinga no aparecen en pantalones cortos, corbata de lacito, mirada estrábica, relamiéndose una chupeta de ajo, con capucha cónica de tontones.

LA TÁCTICA INFORMATIVA.

Estos días, la manera en la que la burocracia roja informa tiene dos componentes importantes. Uno, el de centrarse sistemáticamente en el tema del golpe de estado opositor; y dos, anunciar cada dos o tres días que dentro de otros días más habrá anuncios importantes. El efecto esperado es multipropósito. Por una parte, colocar a los dirigentes opositores a defenderse de la acusación y a que se sientan obligados (algunos les encanta aclararlo sin que se lo pregunten) a decir que no son conspiradores, que no les gustan los golpes, que nunca lo han hecho, que jamás lo harían, que ni les ha pasado por la cabeza; incorporados sin remedio al cuento golpista del gobierno. Estos anuncios repetitivos, con algún "acusado" nuevo cada vez, intentan organizar la opinión pública sobre el tema. Por fortuna, el golpe ha caído en el mismo nivel de credibilidad de los "magnicidios", el "diálogo" y la "recuperación económica".

¿Y LOS MILITARES?.

Como enseña la sabiduría esotérica, para que haya golpe tiene que haber militares. Dicen los portavoces que hay decenas de oficiales detenidos o investigados. Entonces, el golpe habría sido debelado.

Los civiles que el Gobierno denuncia tienen una actividad pública, cívica, ciudadana, de oposición, en el marco de la Constitución. Sin embargo, la denuncia casi diaria de que todo el que no esté en el "diálogo" con el Gobierno está en la conspiración es una patraña simple, de efectos potencialmente criminales: todo a quien el Gobierno no reconozca como opositor pacífico y dialogante es golpista, por lo tanto susceptible de ser perseguido y encarcelado. Obsérvese cómo los que protestan en las calles, los partidos y dirigentes que no están representados en las negociaciones con el régimen, los dirigentes independientes que piensan que el régimen debe ser reemplazado, los líderes estudiantiles no asociados a los partidos, son señalados. El objetivo es impulsar "el deslinde" en la oposición, criminalizar a "los radicales" y al hacerlo, debilitar a éstos y también a "los moderados", porque no hay que olvidar que unos y otros forman parte de una misma fuerza aunque con diferentes visiones. Por eso no resulta demasiado comprensible cuando dirigentes políticos opositores enfatizan su condición "no golpista" como instrumento para diferenciarse de otros líderes opositores, lo que en la práctica es lanzarles la jauría roja.

EL FONDO DEL DEBATE: LOS MILITARES.

Hay quienes piensan en la conveniencia de un golpe de estado militar y esa opinión no hace al que la emita un golpista. También hay los que no les gusta, pero lo estiman inevitable o necesario; tampoco son golpistas. Pero además hay quienes piensan -como quien esto escribe- que la salida de la crisis política actual no podrá ser sin los militares ni contra los militares; que será una salida dirigida por civiles, constitucional, y deseablemente como producto de un entendimiento entre el chavismo (que incluye militares) y los sectores democráticos, lo que incluye principalmente a los que protestan. 

Si los civiles no dirigen la salida a la crisis lo harán los uniformados, a quienes nadie quiere llamar entre otras razones porque ya llegaron, allí están, con sus tanques y aviones en medio de la cristalería. Colocados allí por Chávez que llegó a manejarlos con destreza y encontrados allí por Maduro, que no los entiende, ni ellos lo entienden a él.

Con la protesta se ha potenciado la necesidad de una salida. Es su motor; la rebelión de los nuevos ángeles se instaló mas como una decisión existencial que política, puede subir o bajar, pero es una inédita forma de relación y afecto entre los ciudadanos de un país roto.

www.tiempodepalabra.com
@carlosblancog

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