Esta pregunta me la hago varias veces al día
y la consigno en muchos de mis artículos de opinión, para llevar la cuenta de
las agresiones contra las mujeres denunciadas por los medios. Y cada vez siento
la misma infinita indignación y el mismo desprecio por esa mayoría apabullante
de hombres que maltratan de palabra, actitud, golpes y hasta asesinan, sin otra
justificación que el género.
¿Qué pensamiento cruza por la mente de uno de
esos millones que golpean reiteradamente a una mujer como un ser indefenso, muy
inferior en peso, sin sus habilidades y aptitudes para defenderse? No podemos
más que voltear a mirar la sociedad que los alimenta, nutre, acepta y aprueba,
integrada especialmente —quien lo creyera— por mujeres, que somos mayoría
absoluta en casi todo el país.
Me pregunto por el pensamiento, porque debe
ser algo terriblemente doloroso e insoportable que explota en su autoestima,
les produce pavor y les dispara el cerebro límbico como comandante de la acción
y, claro, aparece el reptil.
O también puede ser que consideran inferiores
a las mujeres, necesitadas de sujeción, control mental y corrección, buenas
para la cama y como asistentes domésticas, mamás, hasta para ellos, los
inteligentes, serenos, conocedores.
Cualquiera de las dos posibilidades no me
alcanzan: la primera confirmaría que los hombres por ser reproductores
conservan mayor el cerebro reptil y el neocórtex y viven en función de esto.
La segunda, muy vivencial y aprendida del
ejemplo de sus madres, soportadoras de todo tipo de violencia de género y
dependencia económica, devela una situación femenina aterradora de resignación
y sumisión a su condición de receptoras de maltrato, mamás que además, son
duras en la crítica y responsabilizan de los ataques recibidos a la víctima (cualquiera
que esta sea) aduciendo que “provocó” las agresiones y excusan y esconden las
suyas propias.
Y sin embargo, siento que ninguna de esas
causales explica el acto mismo violento, desde la palabra desconsiderada, el
mote grueso, la comparación ridiculizadora, hasta el súmmum de los golpes
inmisericordes.
¿Cómo se puede ser de tan mala índole y
bajeza mental? Se diría que nuestro cromosoma Y nos hace diferentes, tanto así
que la violencia entre mujeres, excepto en quienes han perdido su cabeza o han recibido
sobredosis de abuso, no forma parte del repertorio para dirimir conflicto o
solucionar desencuentros.
Los hombres no, evaden la comunicación,
rehúsan la palabra y, luego de suponer toda clase de estupideces, pasan a la
acción más virulenta e irracional sin medir consecuencias o conociéndolas no se
detienen. ¿Cómo cambiar el chip en el imaginario colectivo?
Con la denuncia permanente y el castigo a los
agresores, que es una labor que solo podemos hacer las mujeres y nos obliga,
para evitar que se siga repitiendo la barbarie, generación tras generación,
porque es el ejemplo vivido lo que forma en los niños y niñas esa terrible
condición de víctimas y victimarios.
Enfrentar con valor y cuidado al agresor y
llevarlo hasta las últimas consecuencias, eso sí es ejemplarizante. De otra
forma, seguiremos nosotras las mujeres mismas promoviendo la violencia.
Zenair Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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