Arrepentimiento,
una palabra casi en desuso en el siglo actual. Totalmente incómoda ante la idea
de nuestra modernidad de vivir la vida sin nada de que lamentarnos.
Descrita
por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española sencillamente como
el pesar de haber hecho algo. Originaria del latín "poenitere", lo
cual significa ser penitente. Del griego "metanoien" que se traduce
como un cambio de mente. Según la lingüística del griego su significado literal
denota un cambio de dirección, o un retorno. Más tarde sustituida por la
palabra "metanoia", la cual fue usada por los primeros cristianos
para expresar la profunda transformación experimentada por aquellos que se
convertían al cristianismo.
Nada
más alejado de nuestra humanidad, la cual lleva implícita en sí misma la
evolución hacia lo bueno y noble, que el pensamiento del no arrepentimiento.
El
no arrepentirse de nada en la vida es
simplemente un acto de soberbia.
Las personas profundamente humanas, aquellas
que responden al llamado intrínseco de su ser interior por el Creador, aquellos
que anhelan exaltar en su personalidad las virtudes del bien constantemente
experimentan pesar por ciertas acciones, palabras y hasta pensamientos. Pues,
el arrepentimiento no es solamente un lamento por algo que hemos hecho que ha
ofendido a otro; sino en primer lugar, por lo que nos hacemos a nosotros
mismos. Entendiendo que en este principio yace el fundamento de la regla de
oro.
Pero
arrepentirse va más allá de sentir pesar o lamentarse. Desde el punto de vista
bíblico el estar verdaderamente arrepentido conlleva "frutos dignos de
arrepentimiento", lo cual se traduce como un cambio de actitud, una
transformación de la intención del corazón en su expresión por medio del
lenguaje y el hecho. En otras palabras, el arrepentimiento implica un cambio de
rumbo. Primero, ante el reconocimiento de que el camino transitado no es el
correcto o el más idóneo. Segundo, ante el pesar que debería producir en
nosotros el haber sido el causante del dolor de otros. Tercero, ante la
necesidad de restituir al agraviado. De tal manera que, el arrepentimiento,
constituye un proceso que produce bien por todas partes; beneficia a quien lo
experimenta y a quienes son objeto de la restitución.
Los
seres humanos nos equivocamos; por ende, las familias se equivocan, las
instituciones, y en mayor escala, también las naciones se desvían del camino
que deberían seguir para lograr ese tan preciado objetivo del cual hablara
nuestro Simón Bolívar, de ofrecer la mayor felicidad posible a sus ciudadanos.
Si equivocarnos es algo seguro, ¿por qué no incluir el ejercicio del
arrepentimiento como una constante en nuestras vidas? ¿Por qué perseverar en la
actitud obstinada de la soberbia? ¿Por qué ir por la vida haciendo daño,
causando dolor, destruyendo obras de amor sin sentir el más mínimo pesar y
mucho menos restaurando lo que hemos destruido?
Sencillamente, porque quien no se arrepiente termina con un corazón de piedra que no siente compasión ni por sí mismo. Personas con una actitud autodestructiva, que refugian sus consciencias en los vicios y adicciones; que consienten su carne, pero sus espíritus languidecen. Llaman a lo bueno malo, y a lo malo bueno. Maquillan sus obras perversas con la zalamería de sus palabras; invitan a la mesa a compartir el pan pero sirven veneno. Son hipócritas por naturaleza, sus bocas están llenas de mentira; su entendimiento está entenebrecido. Nada les hará cambiar de rumbo, solo el quebrantamiento que proviene del Altísimo.
"Un
buen arrepentimiento es la mejor medicina que tienen las enfermedades del
alma". Miguel de Cervantes.
"Cuando
un hombre descubre sus faltas, Dios las cubre. Cuando un hombre las esconde,
Dios las descubre; cuando las reconoce, Dios las olvida". San Agustín
"Pero
por tu dureza y por tu corazón no arrepentido, atesoras para ti mismo ira para
el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios". Romanos
2:5.
Rosalia
Moros de Borregales
rosymoros@gmail.com
@RosaliaMorosB
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