“Tu puedes ser engañado si confías demasiado, pero si no confías en nada, vivirás en un tormento. Sin confianza no hay nada. Frank Crane
El
Presidente Truman en los años 50 hizo mundialmente famosa la frase: “Yo nunca
les dibujé un infierno, solo les dije la verdad.” El significado de ella iba
mucho mas allá de su simple semántica; era la primera señal clara para el
pueblo americano de que había esperanza para recuperar algo muy importante y
que durante mucho tiempo se había permanecido perdido en la vorágine del Siglo
XX: la confianza.
En
uno de sus famosos libros el autor Fukuyama afirma el que la vida económica de
los pueblos es esculpida por la cultura y depende y se fundamenta en ese
vínculo moral que es la confianza. Esto, subraya, es un contrato moral no
escrito entre ciudadanos que facilita la convivencia, las transacciones,
promueve la creatividad individual, y justifica alguna acción colectiva. En la
lucha global que se desarrolla en estos momentos por lograr la predominancia
económica, el capital social representado por la confianza será tan importante
como el capital físico o intelectual.
Desde
la formación de los EU como nación, el pegamento que amalgamara la construcción
de una nueva sociedad tan bien descrita por Toqueville en el Siglo XIX, fue sin
lugar a dudas la combinación de dos elementos; libertad y la confianza de sus
ciudadanos en las instituciones que en esos momentos construían y, sobre todo;
confianza en su novel gobierno emanado de las brillantes mentes de sus
fundadores, quienes plasmaban sus visiones en la Declaración de Independencia
en la cual de forma tajante se describía cómo el poder debía residir en la gente.
Sin embargo, Jefferson pronunciaría también una profética frase: “El precio de
la libertad es su eterna vigilancia.”
La
libertad y confianza durante los primeros 70 años de vida de los EU como nación
independiente, fueron el combustible para catapultar a ese pequeño grupo de
colonias que se tímidamente asomaban al Atlántico, en una poderosa nación de
emprendedores, exploradores, arriesgados y visionarios hombres de negocios que
expandían su territorio para ahora conectar los dos océanos. Sin embargo, con
el estallido de la guerra civil en la cual el gobierno federal ilegalmente y
con la fuerza de las armas, le negaba a los Estados del sur su derecho
constitucional de separarse de la Unión, se iniciaba un lento proceso de
erosión de esos dos elementos fundamentales responsables de la producción del
milagro del siglo XIX; los EU como la nueva potencia mundial.
Este
proceso de descomposición siguió desarrollándose y se arreció con motivo de la
Primera Guerra Mundial y así a principios del Siglo XX—el siglo de la agresión
en contra de la libertad—el gobierno federal en una renovada avanzada, logra
apretar las cadenas sobre los Estados mediante el establecimiento del
anticonstitucional Impuesto Sobre la Renta, argumentando ser una fórmula
transitoria para financiar los gastos de el conflicto. Al finalizar la
confrontación mundial, esa carga impositiva jamás sería revocada.
El
derrumbe de ese gran edificio de la confianza siguió su lento proceso cuando
las erróneas políticas gubernamentales y la torpeza del Fondo de la Reserva
Federal, provocaron la gran depresión de 1929 que postró no solo a los EU sino
al mundo entero sobre sus rodillas. Por primera vez los americanos se
enfrentaban a un fenómeno que los azotaría durante 11 dolorosos años, mismo en
el cual el desempleo alcanzaría niveles hasta de un 20%. Sin embargo el impacto
más importante de esta depresión—aun más que esa grave erosión de la confianza
del ciudadano en su gobierno—fue la creencia generalizada de que el elemento
utilizado por ese inepto gobierno para la carnicería; eran los mercados libres.
La
historia de los EU a partir de esos momentos tomaba un rumbo totalmente
diferente al contemplado por sus fundadores mediante el proceso de
socialización liderado por Roosevelt y su New Deal que para su fortuna
coincidiría con el estallido de la Segunda Guerra mundial, lo cual crearía el
espejismo de lo exitoso de sus políticas. El desempleo se reducía; si, pero con
la conscripción de 11 millones de soldados.
Los
años 60 y 70 fueron la culminación de ese proceso de pérdida de confianza con
los tristes capítulos del asesinato de Kennedy, el de Martin Luter King, la
guerra de Viet Nam y sus casi 60,000 muertos, el Watergate de Nixon, pero sobre
todo el arribo a la Presidencia de ese gran país de un hombre inepto y timorato
como Carter. La década de los 70 se despedía abrazando a los EU con una
depresión inflacionaria nunca antes vista. Los norte americanos perdían su
orgullo y su confianza al mismo ritmo que sus ahorros.
Estos
acontecimientos llevarían a la Presidencia a Ronald Reagan quien dedicaría gran
parte del inicio de su administración a recuperar esa confianza extraviada en
los senderos de la demagogia y la mentira. Después de 8 años de prosperidad
recuperada, de haber destruido el comunismo, Reagan abandonaba ese recinto casi
sagrado; la Casa Blanca, ante una ciudadanía que de nuevo creía en su líder y
en su gobierno a pesar inclusive de las dudas en el Irán--Contras.
Pero
en 1992 llegaba a ese mismo recinto el carismático Presidente Bill Clinton, la
personificación del engaño y la mentira. Durante 8 años este hombre se dedicó a
engañar a su pueblo que no solo lo aceptaba, lo festejaba porque “la economía
prosperaba.” El “Yo no tuve relaciones sexuales con esa mujer;” el mentir bajo
juramento, el recibir aportaciones para su campaña de gobiernos como el de
China, el convertir $1,000 dólares en $100,000 en futuros de ganado, se
identificó en el nuevo juego. La contabilidad del gobierno federal ahora se
sabe estaba mas amañada que la de Enron y los superávit eran espejismos.
¿Qué sucede en estos momentos? La confianza se ha perdido, la gente no cree en su gobierno, en sus empresas, en sus contabilidades, en sus iglesias. El precepto bíblico de “ten fe y te salvarás;” parece ausente de la vida de los americanos. Confianza es el lubricante de los sistemas sociales; sin ella, la maquinaria del sistema se atora. Por ello en estos momentos mientras los economistas se rascan la cabeza tratando de adivinar lo que sucede; el mercado parece gritarles; la mula no era bronca.
Ricardo
Valenzuela
chero13704@gmail.com
@elchero
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