Cuando
observo el interminable menú de problemas y retos que tenemos por delante para construir un país decente y viable, no
dejo de aterrarme. Porque en Venezuela es cada día más difícil respirar, vivir
y convivir. El simple hecho de llegar a la casa de regreso es privilegio que
muchos no alcanzan a compartir. La tragedia cotidiana se ensancha y profundiza,
y el margen ciudadano se aproxima a la orilla del abismo, frente al empuje
atorrante de la dictadura. La indiferencia ante estas realidades es terreno propiciador de venganzas
revanchistas.
Porque
entre otras cosas, una sociedad que no valora la vida tiene que ser
transformada. Un gobierno que no protege a su ciudadanía no debe ser respetado,
un Estado cuyo comportamiento impune se sostiene en la sibilina expresión del
monopolio legítimo de la violencia,
trastabilla apolillado. Un Estado, otra vez, cuyas instituciones están al
servicio de un proyecto humillante de dominación, requiere ser demolido; unas
fuerzas armadas complacientes y cómplices, que asesinan ciudadanos para
defender al régimen impuesto, merecen desaparecer luego de ser enjuiciadas por
sus atrocidades y vejámenes. Una policía que no se distingue de ladrones y
criminales o de colectivos a sueldo, más que por el disfraz, requiere también de
penas ejemplarizantes.
Un
país regalado a otros, requiere levantarse para encontrar oxígeno de dignidad.
Una nación cuya soberanía depende de los designios del torvo ajedrez de
terceros, está a punto de desaparecer. Un pueblo que subsiste de lo que le regala
el amo que se dice gobierno da lástima, vergüenza, ya que todo asistencialismo
no es más que dominación consentida. Un ciudadano que se conforma con votar
cada tanto, como si eso le diera pasaporte de honradez y paz interna, no sabe
lo que la democracia implica. Unos medios de comunicación que se hacen de la
vista gorda frente a los desmanes que ocurren a palmo de sus narices, de sus
cámaras, son un insulto y verdadero escándalo por su silencio encubridor. La
justicia que no reacciona frente a la corrupción de los que mandan es comprada.
Unos estudiantes que no se lanzan a la calle, a buscar el futuro que les castra
el poder, no se respetan a sí mismos.
Un
escritor que no afila la pluma del alma para ir al fondo de este torbellino,
mejor y se ahogue en sus tintas. Una iglesia que no entienda su púlpito como un
lugar sagrado pero comprometido para transmitir fe, esperanza y caridad a la
feligresía, abona su quinta paila. Una dirigencia política que habla desde su
ombligo como centro del mundo perdió la perspectiva y no merece que la oigan.
Un demócrata sumiso juega a la inversa. El diálogo, por cierto, es un lugar
resbaladizo, para el cual deben tenerse los frenos preparados. Los diálogos que
no sean los platónicos, no se ventilan entre ángeles sino entre demonios que
llamamos humanos y que pretenden engatusarte con patrañas. Pero lo cierto es
que estamos aquí y no podemos escapar de nuestra sombra. Mejor es dar la cara
que la espalda.
Leandro
Area
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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