Si algún tesoro hemos perdido los venezolanos
en estos últimos tiempos es el de aquél espejo donde, por borroso que fuera, se
reflejaba nuestra siempre escurridiza identidad. Y no ha sido casual, porque a
propósito, con la intención perversa de dominarnos, de hegemonizarnos, han
mutilado nuestros signos, símbolos y mitos de orientación cultural, trastocando
las raíces de las que nos nutrimos como nación y árbol social.
Y sin estos
imanes de sosiego orientador y ciudadano, cualquiera es presa fácil de ambiciones
malevas. Una sociedad sin esa brújula primera pierde tres dimensiones de la
realidad que la debilitan como madre acogedora y orientadora de pueblo y
sustentadora de pertenencia patria. Me refiero a ser, espacio y tiempo.
Andamos sin saber quiénes somos, dónde estamos y en qué tiempo transcurrimos. Una nación así carece de alternativas que no sean las de consumir el presente para, tragándolo, evadirlo o regocijarse en un pasado nostálgico de aventuras románticas. En esas circunstancias nadie es libre de planear su futuro ya que es prisionero de las veleidades de los que se engolosinaron con el poder.
Las repercusiones de este envenenamiento
calculado sobre las vidas personales son letales. El sentido de pertenencia se
desarticula, la autoestima se fractura, el auto control pierde la noción de
límite, el otro se convierte en enemigo o cómplice, la confianza no existe, y
la energía individual y social se invierte en protección o aislamiento. Todas
las posibilidades de obra se dirigen a la construcción de un muro para dilatar
el peligro y el miedo que son dos fieras alternas que se complementan. La
desconfianza es ahora la ley de la selva.
A ese desdén nos ha traído un proyecto político militar y golpista que encontró vara alta en una sociedad bonchona y mal tejida, y en unas élites incorrectas que convirtieron complejos y envidias de los suyos en inmolación a favor de los enemigos de la democracia. Ojalá me equivoque pero será difícil superar esta trampa babosa en la que resbalamos a través de óperas dialogadas a menos que otras circunstancias, internas y externas, converjan y conviertan fuerzas y errores de las partes en cambio político determinante.
Los enfrentamientos y luchas que desde
febrero y antes andan por el país y de su cuenta a veces, son expresión de la
esperanza que persiste en los que creemos que no todo se ha perdido aunque
quede mucho por hacer. Los avances han sido significativos hasta en las propias
contradicciones y pugilatos dentro de la oposición ya que ellas caracterizan
parte fundamental y provisoria de nuestra visión inexperta, vertiginosa y
petrolera de la realidad y de la historia, del ser, el espacio y el tiempo.
Pero por ahí andamos, construyendo una
brújula para darle sentido común a la dispersión que nos identifica como pueblo
y como continente. Esto no es nuevo y ya tuvieron que lidiar con esa
incomprensión los que nos antecedieron en esta odisea por civilizar la
barbarie, por erradicar la malaria, construir puentes y caminos, educar a la
gente, dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, lograr la
libertad, dejar de ser esclavos, casa donde encontrar cobijo, amar al prójimo
como a tí mismo. Lo básico, hermano, lo básico.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
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