Los hechos ocurridos en Venezuela durante
estos dos últimos meses, traen a la memoria de manera casi forzosa, aquellos
otros del 2 de octubre del año 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de la
Ciudad de Méjico, diez días antes del inicio de los Juegos Olímpicos, donde
murieron cientos de estudiantes, y que pasaron al lado oscuro de la historia
con el nombre de la matanza de Tlatelolco.
El gobierno del presidente Gustavo Díaz
Ordaz, del PRI, quería lógicamente que las olimpiadas mejicanas, las primeras
de un país de habla hispana, fuesen un éxito y por ello en materia de seguridad
interna puso algo más que su empeño. Sin embargo, ciertos disturbios, al
principio sin importancia, que empezaron en el mes de julio de 1968 con un
partido de fútbol entre dos escuelas y que terminó en una riña, se fueron
enturbiando con la participación de la policía al disolver la turba y detener a
varios estudiantes en el interior de las instalaciones académicas. La respuesta
a la represión policial, no se hizo esperar y varias instituciones educativas
suspendieron sus actividades. La aparición del ejército y su actuación
posterior entrando a los campus, utilizando incluso armas de guerra, no solo
agudizo la situación sino que la generalizó. El 30 de julio de 1968, el rector
de la UNAM, Javier Barros Sierra en Ciudad Universitaria, condenaría
públicamente los hechos, izando la bandera mexicana a media asta y con un
emotivo discurso se pronuncia a favor de la autonomía universitaria, exigiendo
la libertad de los presos políticos, esto es, de los estudiantes detenidos. Ese
mismo día encabezaría la marcha por la avenida de los Insurgentes, donde surge
un lema muy común utilizado por el movimiento estudiantil, ¡Únete pueblo!
Durante los meses de agosto y septiembre se
producen varias protestas populares, entre las que destacan la multitudinaria
marcha del día 26 de agosto hacia la Plaza de la Constitución, donde se ubica
el Palacio Nacional, sede del Ejecutivo, en la que se insulta abiertamente al
presidente de Méjico, y la del 13 de septiembre, conocida como “La marcha del silencio“, por
ir los manifestantes con pañuelos en la
boca.
A mediados de septiembre el ejército tomó la
UNAM. En la tarde del 2 de octubre, un día después de la salida del ejército de
la Ciudad Universitaria, unas diez mil
perosnas, entre las que se encontraban, estudiantes amas de casa, obreros,
profesores universitarios y miembros del Batallón Olimpia infiltrados en la manifestación, cuyos
integrantes iban vestidos de civiles con un pañuelo o guante blanco en la mano
izquierda, se concentraron en la Plaza de las Tres Culturas en el barrio de
Tlatelolco, bajo la mirada vigilante del ejército apostado en las calles de la
ciudad, en esta ocasión por temor a que fuera asaltada la Torre de Tlatelolco
donde estaba la Secretaría de Relaciones Exteriores.
En medio de arengas y de discursos, de
repente surgieron en el cielo unas luces de bengala que hicieron que los
concurrentes dirigieran automáticamente su mirada hacia arriba. Fue cuando se
oyeron los primeros disparos, que muchos creyeron eran de salva. El fuego
intenso duro casi media hora. Venían de todas partes y de todas partes cayeron
cuerpos. Durante toda la noche se allanaron residencias y detuvieron a miles de
personas. La versión oficial que mantuvo la cifra de 44 muertos, le echo la
culpa a provocadores armados, ubicados en los edificios que rodeaban la plaza,
como los iniciadores del tiroteo. Algunos periodistas, testigos presenciales,
estiman que la cifra pudo haber sobrepasado las 300 víctimas. Varios escritores
mejicanos plasmaron los hechos, siempre negados oficialmente, en varias obras,
como Elena Poniatowska y el Premio Nobel de Literatura Octavio Paz quien cita,
en Posdata, el número que el diario inglés The Guardian, tras una investigación
cuidadosa, considera como el más probable, 325 muertos.
En la serie de fotografías publicadas en la
revista Proceso y en el diario El Mundo aparece cómo los estudiantes detenidos,
algunos integrantes del Comité Nacional de Huelga, fueron torturados por el
ejército y los hombres del guante blanco, en los sótanos del Edificio
Chihuahua, presuntamente por órdenes del presidente Gustavo Díaz Ordaz y su
Secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez, quien sería presidente dos
años más tarde. Este último y algunos de los generales que habían coordinado la
operación y dictado órdenes directas fueron juzgados y condenados en primera
instancia, Echeverría quien había confesado haber solicitado la salida a la
calle del ejército para mantener el orden y quine reconoció 29 años más tarde,
ante un comité de la verdad conformado por el Congreso mejicano, que los
estudiantes estaban desarmados, fue absuelto posteriormente.
Desde hace algo más de una década, se sabe la
relación del gobierno los Estados Unidos con los eventos del 68, al publicar en
octubre del 2003, la Universidad George Washington documentos de la CIA, el
Pentágono, el Departamento de Estado, el FBI y la Casa Blanca. Según la CIA, el
gobierno mexicano "arregló" con el líder estudiantil Sócrates Campos
Lemus una acusación contra dirigentes políticos disidentes, entre los que se
encontraría Carlos Madrazo, de apoyar el movimiento estudiantil, con el
propósito de dividirlo y acabarlo.
La historia siempre es historia; pueden
cambiar las ciudades, las plazas y los nombres de los personajes, pero los
hechos casi siempre se repiten.
Jose
Luis Mendez
Xlmlf1@gmail.com
@Xlmlf1
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