“Si abrí los ojos para ver el rostro puro y
terrible de mi patria. Si abrí los labios hasta desgarrármelos, me queda la
palabra”. Blas de Otero
Obviamente, el título de esta nota se vincula al raro acto, transmitido en cadena nacional, que la señora Presidente protagonizó en Tecnópolis para inaugurar, precisamente, el “Encuentro Federal de la Palabra”. Cuando Pepe Soriano, parafraseando a Neruda, dijo “se llevaron el oro, se llevaron la plata, se llevaron todo, pero nos dejaron las palabras”, se produjo uno de esos momentos mágicos que, cada tanto, la historia nos regala; bastaba con ver la cara desencajada de doña Cristina para saber a quiénes cabía el sayo.
El
otro episodio curioso, por no decir trágico, fue la distinción del doctorado
honoris causa que tanto la viuda cuanto su fallecido marido recibieron de la
Universidad Nacional de La Plata, mientras la Facultad de Ciencias de la
Comunicación de la misma otorgaba un premio, en principio destinado a honrar la
libertad de expresión, a los miembros de la familia imperial. Si bien es cierto
que antes habían recibido la misma distinción esos otros campeones del respeto
a la prensa libre que son el extinto Hugo Chávez y su homólogo ecuatoriano, el
contradictorio Rafael Correa, no deja de llamar la atención que ahora sean
premiados los Kirchner, que han recurrido a todas las bajezas imaginables para
intentar destruir a los medios independientes, como las que ahora están
encarando contra Vicente Massot y La Nueva Provincia.
Pero lo más trascendente de lo ocurrido en la semana que pasó fue, claro, el exitoso paro nacional –en la práctica, un verdadero plebiscito desaprovechado por los timoratos opositores, que salieron a despegarse- que motorizaron la CGT Azopardo (Moyano), la CGT Azul y Blanca (Barrionuevo), la CTA (Micheli), UATRE (Venegas) y FAA (Buzzi), organizaciones a las cuales acompañaron las esenciales UTA (Fernández), APTA (Cirielli) y La Fraternidad (Maturano), ya que garantizaron la masividad de la medida. Tal como había supuesto, los afiliados a los gremios comandados por dirigentes cooptados por la Casa Rosada se plegaron masivamente a la huelga. Después de la simpática conferencia de prensa que ofrecieron esos dirigentes, el viernes todos los analistas –algunos, como Carlos Pagni, con excelencia- se ocuparon de desmenuzar motivos, ayudas y consecuencias de la medida, por lo que me siento relevado de hacerlo.
Las
imágenes que nos brindó la televisión permitieron confirmar una segunda
presunción de quien esto escribe: en el futuro, para reprimir la protesta
social, el Gobierno sólo contará con la Gendarmería, que no tiene suficientes
efectivos para lograr un eficiente control de todo el territorio; las policías
no fueron convocadas, como era dable esperar, para disolver los piquetes que la
izquierda más combativa organizó para exagerar, con poco éxito cuantitativo, la
importancia de su nueva presencia en la escena política nacional.
Sin
embargo, creo que lo más notorio, y lo más preocupante, es el brete de hierro
en el que el Gobierno se ha metido, y con él al país entero, por obra y gracia
de la peor y más torpe conducción económica que la Argentina recuerde. Para
confirmar estos calificativos basta con tomar nota de la enorme oferta de
fondos que recibió Grecia, hasta ayer uno de los países más denostados por los
mercados internacionales, que finalmente aceptó “sólo” US$ 3.000 millones a una
tasa anual de 4,5%, o sea, la mitad de lo que nos vemos obligados a pagar.
Los
líderes sindicales, que sufren la presión de esas izquierdas en sus bases, ya
que les han arrebatado en muchos casos importantes seccionales y muchas comisiones
internas de fábricas, no pueden menos que actuar para evitar la pérdida masiva
del poder adquisitivo de los salarios, corroídos por la inflación –el piso de
este año será superior al 40%- y por la falta de actualización del impuesto a
las ganancias, que llevará a las arcas oficiales gran parte de los aumentos de
sueldos que los gremios obtengan. Por supuesto, además, el arco de reclamos
incluye a la extensión de los subsidios familiares, la actualización de la
asignación universal por hijo, las míseras retribuciones que perciben el 80% de
los jubilados, la situación de los trabajadores informales –el 40% de la
población-, la negación de la pobreza y la indigencia en los índices oficiales,
la indebida retención de $ 22.000 millones de las obras sociales, y la
inseguridad, que está al tope de las inquietudes de la ciudadanía.
En
resumen, los gremialistas se ven obligados a reclamar algo que los empresarios,
masivamente golpeados por el estancamiento de la economía, por la caída del
consumo interno y por la imposibilidad de exportar con éxito, no pueden
otorgar. Sumemos a ello que, desde hace varios años, el empleo se ha mantenido
sólo por la contratación de un millón de personas por el Estado, en sus tres
niveles; así, ahora el propio Gobierno debe actuar como empleador en una
convención paritaria en la que le exigirán, también a él, incrementos que no
puede dar, so pena de caer en hiperinflación.
Más
allá de las perversas alusiones de la señora Presidente a los millones de
argentinos que veranean o llenan los restaurantes, resulta claro que la frazada
del “modelo” se ha encogido y no permite, a la vez, atender a las dos partes en
natural pugna; de allí que resulte fácil predecir que la conflictividad social
se incrementará, y mucho, este mismo año; seguramente, estas huelgas generales
se reproducirán en el futuro inmediato, y la CGT Balcarce (Caló) y la CTA
oficialista (Yasky) verán cómo migran sus afiliados, que sufren las mismas
penurias, hacia los gremios opositores o hacia la izquierda combativa.
Y
ello porque, pese a lo que dijo esperar Camión en la conferencia de prensa, no
es razonable pensar que el Gobierno cederá en los reclamos después del paro,
porque aparecería como vencido por la medida, algo imposible por sus
características tan similares a las del famoso escorpión, que no pudo
contrariar su naturaleza y murió ahogado.
Dedicaré
un párrafo a la monumental sentencia que la Cámara Nacional de Apelaciones en
lo Criminal y Correccional Federal dictó en la causa de los sobornos en el
Senado, en la que se encontraba imputado Fernando de la Rúa. En su meduloso
análisis, los jueces demostraron que el delito no existió y que, para construir
esas acusaciones, el Estado nacional, mediante la actuación de los fiscales y
de falsos testigos, inventó pruebas para incriminar, por decisión del
kirchnerismo, al ex Presidente y a varios senadores, algunos inclusive del
propio partido gobernante.
Y
merece recordarse porque lo mismo –la inexistencia del crimen- ha sucedido, y
sigue pasando, en la enorme mayoría de los juicios a los militares y civiles
imputados en las causas de lesa humanidad. He presenciado algunas de las
audiencias de esos procesos y he sentido vergüenza, después de 47 años de
ejercicio profesional, ante estos pseudo tribunales que degradan y hasta
“desaparecen” a la Justicia, manipulando a los testigos, falsificando “hechos”,
forzando hipótesis y situaciones y condenando, a veces, porque “deben haber
sabido” por el mero hecho de dormir en dependencias castrenses.
El
martes 15, a las 20:00 hs., en el programa “Un país distinto”, que conduzco y
se emite por www.canaltlv1.com, estarán Susana Merlo y Agustín Monteverde, con
quienes conversaremos sobre la situación de la economía y del campo.
Para
terminar, permítame reproducir una frase que no me pertenece: “No linche a los
ladrones, deje de votarlos”. Gracias a Dios, aún “me queda la palabra”,
especialmente por aquéllos que no la tienen.
Enrique
Guillermo Avogadro
ega1@avogadro.com.ar
Twitter:
@egavogadro
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