lunes, 14 de abril de 2014

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, ¿EL ÚLTIMO TRANCE DE LA DEMOCRACIA?, PIDO LA PALABRA, VENTANA DE PAPEL

En coyunturas asediadas por condiciones políticas vacilantes, el hecho de debatir proposiciones contrarias al proyecto político en ejercicio luce profundamente delicado por cuanto lo que está en juego es la democratización del sistema político.
¿EL ÚLTIMO TRANCE DE LA DEMOCRACIA?

En política, el debate siempre ha sido un recurso necesario. Primeramente, como cauce para la organización y conducción de ideas. En segundo lugar, como mecanismo de distensión y de resolución de problemas que no tienen solución consensual. Más aún, cuando se ventilan reveses que ponen en aprieto a procesos de gobierno comprometidos no sólo con mantener bajo control la magnitud de los problemas. Sino también, con gobernar en la dirección del progreso social y económico. Sin embargo en coyunturas asediadas por condiciones políticas vacilantes, el problema luce profundamente delicado por cuanto lo que está en juego es la democratización del sistema político. Y tan crucial objetivo, tiene implicaciones capaces de poner en riego la estabilidad del gobierno. Y en consecuencia, el bienestar del colectivo bajo la égida del gobierno en cuestión.

El mentado “llamado al diálogo” por parte del gobierno venezolano, con el ambiguo propósito de conseguir la paz en medio del conflicto nacional alentado, contradictoriamente, por la intolerancia propia de un proyecto ideológico inflexible, pareció ser este jueves la expresión de un gobierno “roñoso”. De un gobierno que no acepta otra palabra que la suya. Al menos, es lo que se infiere luego de escuchar al presidente Maduro, quien valiéndose del abuso mordaz y en un extenso discurso inicial, dijo que nadie debía pensar que dicho encuentro justificaría la posibilidad de realizar algún pacto o negociación con factores de la oposición.

Maduro, en compañía de su opresor estado mayor, está creyendo que la crisis política nacional ha sido el resultado de una serie de maniobras financiadas y dirigidas desde el exterior en contra del pueblo venezolano. Ante tan simplista e infundada excusa, elaborada al estilo castro-fascista y al margen de las crudas realidades que azotan al país, estos gobernantes siguen empeñados en negarle al país demócrata el legítimo ejercicio de derechos fundamentales que sólo la democracia sabe  y puede exhortar. No aceptan que las causas de esta aguda crisis de todo tenor, trascienden el momento actual. Más aún, que tienen su asidero en los atropellos infundidos por las medidas despóticas del ex presidente Chávez ordenadas después de los sucesos vivido de abril 2002. Y quizás, preparadas con antelación a la susodicha conmoción libertaria.

En medio del debate que consiguió argumentos en modelos económicos y políticos antagónicos, sólo se vio un país que ya no puede más. Un país que ha venido padeciendo la merma de la idea de nación, que según José Ortega y Gasset, filósofo español, “es la conciencia de querer tener un destino compartido”. Pero ante la mengua de tan necesaria comprensión, sobran recriminaciones que no tienen el eco deseado pues la intención desvergonzada de imponer un socialismo carente de valores morales, ha llevado a que se haya arrojado al cesto del olvido la dignidad antes que la perseverancia por impugnar o revertir los desafueros gubernamentales. Pero esas mismas recriminaciones se han articulado a acciones de tan perversa catadura, que el país puede verse azuzado a acentuar las escisiones provocadas desde un espacio político amalgamado por el desequilibrio de emociones capaces de animar la patética concepción de una patria descuartizada en su esencia. Particularmente, cuando el terreno que pudiera abonarse con sentimientos de venezolanidad, es apolillado por la efervescencia de pasiones violentas derivadas de una u otra manifestación de conciliación. Y esto, tristemente, colocaría el país al borde de un verdadero despeñadero del cual no tendría salvación. Más, porque cada quien se asociaría con cada cual, tal como viene dándose. De ser esto cierto, ojalá nunca se llegue a tan infortunada y desgraciada realidad, no habría duda de que lo que aconteció este jueves 10 Abril, pudiera considerarse como el último momento decisivo y crítico que tendría la democracia venezolana para restablecerse y fortalecerse en su naturaleza política. Es decir, Venezuela habrá vivido ¿el último trance de la democracia?

VENTANA DE PAPEL

BALANCE DE UNA CONTROVERSIA

Todo hecho tiene las consecuencias que las posibilidades, de darse, lo permitan. El tan fanfarroneado “diálogo” convocado por el presidente de la República, el pasado jueves 10 Abril, además de no contar con la presencia de todos los factores políticos opuestos a las líneas ideológicas del régimen, pareció seguir un guión de novela negra inspirada en los apesadumbrados momentos de la vida de quien ha sido condenado a morir en el patíbulo.

Los representantes del régimen dejaron ver que no sólo son sordos. También, ciegos. Aunque excesivamente charlatanes. Los de la oposición, si bien demostraron alguna orden en cuanto a la temática abordada y en conocimiento de la gran política o Política en mayúscula, no fueron lo debidamente contundente. La oportunidad requería menos discreción y mayor pegada. Sin embargo, no todo fue infortunado. A juicio de algunos observadores, por primera vez se vio desguarnecido el cerco mediático impuesto por el régimen desde hace casi tres lustros.

Los declarantes del oficialismo, pusieron al descubierto las debilidades que tantas veces buscan encubrir con horribles mentiras y sarcásticas argumentaciones. El desconcierto y atoramiento de personajes de la calaña de Diosdado Cabello, Aristóbulo Isturiz y Blanca Eekhout, así como de José Pinto, líder tupamaro, hicieron que sus discursos fueran tan vacíos como denigrantes. Atropellaron no sólo el idioma. También, la moderación propia de una alocución hecha ante la opinión nacional. Hubo palabras que lucieron ridículamente adulantes.  Por su parte, Jorge Arreaza, a pesar de su voz meliflua y postura melindrosa, no pudo evitar esconder su característica petulancia y desconocimiento del mundo de la politología. Asimismo, Maduro demostró nuevamente su mal remedo de Chávez lo cual lo retrata como un pésimo comediante de porte cubanizado.

Los discurso más centrados y lucidos, indudablemente provinieron de la oratoria de Ramón Guillermo Aveledo, Henry Ramos Allup, Henry Falcón, Omar Barboza, Julio Borges y Roberto Enríquez. El cierre de Henrique Capriles, fue valiente toda vez que sus expresiones estuvieron a la altura del riesgoso compromiso asumido. No obstante, pese al esfuerzo que dicha jornada ha significado para la historia política contemporánea, será difícil detener el creciente descontento que ha venido acumulándose en la población en contra del régimen presidido por Nicolás Maduro. Gobernante éste cuyas órdenes de reprimir la osada resistencia civil venezolana, ha dejado un deplorable saldo de vidas ofrendadas en nombre de la lucha por recuperar la democracia. Aparte de los cientos de detenidos y heridos. Esto es lo que, en la brevedad del espacio de prensa, puede explicarse como balance de una controversia.

EL PUEBLO HA CONCIENCIADO LA CRISIS

La dictadura suele concentrar su poder en torno a la figura de un único individuo. Este gobernante es la persona que funge como dictador razón por la cual se arroga todas las atribuciones posibles para actuar de acuerdo a una visión sesgada de la realidad. Al acceder al poder, ya sea por vía democrática o mediante un golpe de Estado, el dictador suele formar un gobierno de facto donde no existe la división de poderes y se impide que la oposición llegue al gobierno por medios institucionales. Esta situación, aunque todavía no del todo calcada con la exactitud del caso, está próxima a ser lo que de ella se dice y se ha escrito. Aunque algunos hechos acometidos en el país, evidencian un relativo grado de dictadura que puede demostrarse por vía de distintos argumentos irrebatibles.

Por ejemplo, el hecho de que el régimen declare su obstinación ante la exigencia nacional de poner en libertad a numerosos presos políticos, o como quiera llamarlos algunos encumbrados politiqueros, es fehaciente demostración de que las cosas apuntan a una dictadura. Asimismo, permitir la impunidad ante la violación de derechos fundamentales, es otra de las razones para creer que el país vive una auténtica dictadura. El quebrantamiento de la autodeterminación del pueblo, como razón para hablar de soberanía, a lo que se ha prestado la complicidad del régimen con gobierneros cubanos genuflexos al dictamen de los hermanos Castro, es otra razón para pensar en la decadencia de la democracia venezolana.

Estas consideraciones, son razones para justificar las protestas que ocupan las calles y avenidas por parte de una población enardecida a consecuencia de legalizados e inconstitucionales atropellos endosados por la firma del presidente de la República. Con estas acciones, que aunque molestan al régimen pues lo descubren ante el resto del mundo, el pueblo demócrata está reclamando e imponiendo su poder originario. El grito seguirá siendo “abajo cadenas”. Más, cuando ahora, más que nunca, el pueblo ha concienciado la crisis que padece.

 “Cuando la democracia comienza a presentar fisuras en su comprensión, por abusos de autoridad y poder del gobernante, sus acciones tienden a contaminarse por la perversión gubernamental que decanta a través de una  praxis que se contrapone al esfuerzo de un pueblo cubierto de dignidad y moralidad” AJMonagas

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas

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