El
problema político fundamental en Venezuela, que desembocó en la aparición del
chavismo, tiene su origen en el tamaño del Estado que nos hemos dado para
gobernarnos, y este crecimiento del Estado degeneró en una atrofia de la
sociedad civil, el hiper-estado ahogó al país y su primera víctima fue la
libertad de los ciudadanos.
Esto tiene
sus variantes importantes; por un lado, para construir un mayor estado se
necesitó de mayor poder político para el Estado; cada nuevo ministerio, cada
una de esas corporaciones estadales, de fondos, fundaciones, misiones, planes,
empresas, cada uno de esos nuevos funcionarios, que aparecían con atribuciones
y poderes para áreas específicas, toda esa nómina de cargos e instituciones
nuevas necesitaban de jurisdicciones, de nuevas leyes y regulaciones, de
presupuesto, de sedes, de ámbitos y por supuesto, de poder. Y aquí la formula nunca falla, a mayor poder
para el estado menos poder para el ciudadano; mientras más grande la burocracia,
menos libertad para la sociedad.
¿Quiénes
son los más beneficiados de esa mayor cuota de poder?, sin duda los partidos
políticos que manejan el poder, los políticos siempre buscan la salida más
fácil y provechosa para ellos, y esas soluciones pasan por hacer más grande y
fuerte al estado donde ellos son factores de poder.
No
siempre lo que es bueno para el político es bueno para el ciudadano, y dejar
que el estado se infle de manera tal que termina por aplastar la iniciativa
social, es buscarse un problema que tarde o temprano terminará en un conflicto.
El
crecimiento del estado venezolano empezó bajo la creencia, muy popular todavía,
de que la acción del estado es indispensable para resolver los problemas del
país; la tesis de un “estado fuerte” deriva del centralismo marxista, que hace
al estado prácticamente el dueño de todos los medios de producción y el único
capaz de conducir los destinos del país, esta idea desembocó en la famosa frase
de los tiempos del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez: “la Locomotora del
Estado”, que arrastraba con su fuerza a todas las demás instituciones e,
incluso, al sector privado.
Este
centralismo a ultranza viene dado por un elemento principal, el estado como
dueño de las riquezas del subsuelo, la vieja pretensión del absolutismo español
que se reservaba las riquezas minerales de sus colonias para su uso y provecho
en términos de exclusividad, de allí que el petróleo resultara un bien
administrado por el estado; para un país esencialmente minero, como el nuestro,
el petróleo es la fuente principal de riqueza, lo que convierte al estado,
prácticamente, en un botín muy preciado, la fuente de todo poder y del oro
negro, poder y dinero.
Todos los políticos llegan al poder con la promesa de que trabajaran por los intereses de la nación; pero, al menos que sean unos ángeles caídos del cielo, unos ascetas, o unos santos, jamás podrán cumplir con su compromiso de gobernar para el pueblo, gobiernan para ellos y sus intereses, para el partido, para la revolución, para Cuba…
Creo
que lo razonable, de ahora en adelante, es ir desmontando ese estado-botín,
despojarlo de sus atributos de cueva de Alí Babá y convertirlo en lo que
debería ser: el compromiso por el bien común. Spinoza decía que al estado hay
que modelarlo de modo que quien llegue al poder no tenga otra manera de hacer
las cosas sino bien, no permitirle el menor extravío ni otra distracción que la
del servicio público.
La
única manera de hacerlo es transfiriendo el grueso de ese poder y riqueza a la
sociedad civil y repartirlo de manera equitativa para balancear apetitos y
competencias, quedando el estado como árbitro, que sería su función real y
permanente; el estado que imagino es un estado austero, gobernando un país
rico, pero un estado respetado y eficiente, cuya función es convocar a los
ciudadanos a la solución de los grandes problemas del país, y en caso de
emergencias o guerra, tener a su disposición todos esos recursos y poderes,
pero sólo por vía de excepción y mientras dure la crisis.
Creo
que el término más correcto para lo que propongo es el “desconstrucción” del
estado, en el sentido que Derrida le daba a la palabra, desensamblar las partes
de una estructura para darle nueva forma o significado en otro lenguaje, porque
vamos a necesitar de otro lenguaje para entendernos a partir de este momento
como país, como sociedad y como nación.
Uno
de los males inevitables de nuestro sistema estatal es el clientelismo
político, la democracia se ve totalmente adulterada por la necesidad de incluir
en los gobiernos a los amigos, colaboradores, financistas, amigos y allegados
que han ayudado en las victorias electorales, descuidando el gran recurso
humano que está fuera de los partidos políticos; es por ello que nunca
gobiernan los mejores, sino los enchufados o arrimados, que van al gobierno con
una clara intención: enriquecerse lo más rápido posible, haciendo el menor
esfuerzo posible.
La
descentralización es una de las formas de ponerle coto al “estado fuerte” o el
“estado ladrón”; creo en un verdadero estado federal, en una conjunción de
diferentes intereses, en la pluralidad de culturas y razas, de regiones y
economías, de ideas y creencias, reunidos en un ideal común y con un gobierno
que vele por la armonía y el equilibrio de todas las partes, haciendo política
de verdad, no imponiendo puntos de vista ni haciendo lo que me dé la gana
porque tengo el poder, sino por medio del dialogo, de los acuerdos, de la
negociación, de los argumentos para llegar a términos de entendimiento. Eso es
política.
Y
empezaríamos con una poda no sólo burocrática, sino también administrativa; hay
que llevar los ministerios a menos de la mitad de los que hoy existen, hay de
desbrozar la administración pública de todas esas funciones que le corresponden
a la sociedad civil; empresas, bancos, fondos, corporaciones, todo lo que pueda
ser privatizado o manejado de manera mixta hay que dejarlo ir; hay que reducir
los estados y municipios del país, trabajar con base en “ecoregiones”, que es
lo más sensato, no en divisiones nacidas en una mesa de trabajo de burócratas,
en una oficina y a medianoche.
La
industria petrolera hay que repartirla y asociarla a las regiones,
especializarla, los que no produzcan tendrán la oportunidad de refinar,
almacenar o distribuir; hay que desarrollar fuentes alternas de energía y
aprovechar nuestro frente oceánico, estudiarlo, comprenderlo y usarlo a nuestro
favor… en fin, tenemos trabajo para las próximas dos décadas, para darle
sentido a este país que llamamos Venezuela. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
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