Miedo, temor,
angustia… una piedra en el estómago. Todo esto y muchas sensaciones más, todas
negativas, me acompañan desde hace ya ocho días cada vez que se, que oigo, que
me entero de cualquier movilización estudiantil. Intuyo sus resultados de
heridos y, desgraciadamente, ya de muertos.
¿Qué nos está pasando
y por qué esto sucede? ¿Se nos fue el país de las manos? ¿Nos enfrentamos a un
Gobierno que no le importan los Derechos Humanos; que no le importan nuestros
estudiantes? ¿Es que nuestros jóvenes no entienden que hay leyes que debemos
respetar? ¿Quién es el equivocado y hasta dónde vamos a aguantar?
Creo que los
estudiantes; esa juventud que se educa en nuestros centros de estudios, públicos
y privados, tiene todo el derecho a dar a conocer su inconformidad. Es su
derecho; están en la edad en que tienen, y deben hacerlo. El Gobierno está,
también, en la obligación de oírlos; de atenderlos y de presentarle soluciones.
Más cuando sabemos que la crisis educativa nos está golpeando de la manera más
despiadada. Como padre de una estudiante de los últimos años de bachillerato lo
percibo. A pesar de los esfuerzos educativos y económicos, tanto nuestros como
de los profesores del instituto donde estudia, palpo esa deficiencia
informativa y educativa, que me preocupa. Sé que esto no es de hace 15 años.
No, viene de mucho más atrás y combina mala formación con poca autoestima;
bajos salarios profesorales con un decadente estímulo a los educadores. Lo viví
como profesor universitario muchos años, y por eso, muy a mi pesar, dejé de dar
clases a nivel universitario, donde la “bomba” de la ignorancia y la mala
preparación de la mayoría de los estudiantes, me mostró la más falaz de sus
facetas.
Creo que esto, unido
a la situación económica y social del país han incubado un “germen
contestatario” en los adolescentes, que avizoran con poco optimismo su futuro
en nuestro país. Eso, y una política represiva, donde todo el que protesta es
visto como “enemigo del proceso” ha ayudado al caos que padecemos desde hace
una semana. La represión n o es la solución. Dispararle a los estudiantes como
si fueran trofeos de caza no es lo indicado señores del Gobierno. Las fuerzas
policiales deben disuadir y contener las protestas. Tampoco el destruir bienes
públicos y privados es la solución y “encapucharse” para hacerlo es la muestra
más evidente de la cobardía y la sinrazón. ¡No, así no se exigen nuestros
derechos”.
Ojalá y tuviese
alguna solución que plantear. No, y lo reconozco con tristeza. Pido a Dios, a
Alá, a Buda, a Yavhé que esto acabe. No más estudiantes muertos o heridos; no
más padres apesumbrados; no más hogares destruidos por un dolor que es
irreparable, porque la muerte de un hijo es un dolor que nunca se cura…Y eso lo
sabemos ambos bandos.
marioberoes@hotmail.com
@marioberoes22
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