Tiene
razón el General en Jefe Vladimir
Padrino López cuando afirma que los
guardias nacionales no son bestias. Por fin acierta este general
de cuatro estrellas, no
ganadas en batallas para
garantizar la soberanía nacional, ni en
posiciones cívicas en defensa de la Constitución, sino por ser sumiso a una
ideología que ha fracasado en donde se impuso y por ser palafrenero de quien
usurpa la primera magistratura.
Ciertamente,
bestias son los animales domésticos de carga, tales como
los caballos y las mulas, que son seres nobles. También se consideran bestias,
según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, a seres fantásticos,
generalmente monstruos; evidentemente
nuestros guardias son reales y de apariencia física humana. El diccionario
además consigna la acepción de persona ignorante, pero nuestros guardias saben
leer y escribir y han pasado por una escuela de formación, la cual asumimos
contempla, entre sus enseñanzas, el aspecto de los derechos humanos y sus
correspondientes sanciones nacionales e internacionales. Definitivamente no son bestias.
Entonces, ¿cómo calificar a quienes torturan a los manifestantes? ¿Cómo llamar a quienes lanzan bombas lacrimógenas directamente al cuerpo? ¿Cómo evaluar a quienes lanzan esas bombas, delante, en medio y detrás de los manifestantes con el único propósito de causarles daño? ¿Cómo definir a quienes innecesariamente disparan balas de plástico a quemarropa y asesinan a una joven venezolana? ¿Cómo catalogar a quienes se prestan a proteger a los paramilitares rojos para que agredan a los ciudadanos?
Definitivamente,
quienes han actuado contra los manifestantes no
son bestias, sino malandros inescrupulosos que sienten placer
infligiendo daño a seres humanos.
Asesinos y torturadores que piensan que sus crímenes quedarán impunes
por creer falsamente que esta llamada revolución perdurará para siempre. Los
venezolanos demócratas tenemos que comprometernos a que los crímenes
cometidos por guardias nacionales, por los policías nacionales y por los
paramilitares rojos no queden impunes. Así mismo, que el peso de la justicia
caiga sobre los jefes civiles y militares que han actuado directamente o que
son cómplices por ordenar o por callar. Al final la civilización se impondrá a
la barbarie. ¡ No más prisioneros políticos, ni exiliados!
Eddie A. Ramírez S.,
eddiearamirez@hotmail.com
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