Desde
la llegada de Chávez al poder, una de sus misiones prioritarias fue la de
pulverizar las supuestas cadenas de infamia que nos impedían alcanzar nuestro
destino manifiesto. Era su concepción que el cordón umbilical de hazañas y de
glorias heroicas había sido amputado por tres enemigos evidentes, a saber:
Cristóbal Colón, quien trastocó nuestros orígenes indígenas; Páez, quien
traicionó los sueños de Bolívar; y la democracia con partidos políticos,
“cúpulas podridas”, que desnaturalizó al pueblo y al ejército, convirtiéndolos
en pilares apolillados de nuestra identidad y soberanía. Los tres con rostro de
águila soberbia.
Era
la oportunidad, con epopeya golpista triunfante, de retomar aquél hilo
conductor desbrozando el camino de malas hierbas acumuladas, mitos y símbolos
proclives al imperio.
Y así se dedicó y logró imponer una Constitución, cambió el nombre del país, el escudo nacional, terminó de sepultar a los partidos políticos, ofició el réquiem de las élites, dispuso de las instituciones del Estado a su gusto, se hizo de una agenda de amigos y enemigos, dividió al país, acabó con la industria, con la imagen idealizada del Libertador, impuso colores, estética de rojo, encadenó a los medios de comunicación y demás libertades cívicas, puso a la gente, al país, a bailar su joropo y regaló alpargatas, arpa, cuatro, maracas y botó a manos llenas, trago y “rancho”, él, mandamás, a gente desorientada y lambucia de líder. Militarizó nuestras vidas.
Había
nacido pues una revolución millonaria y dispendiosa que a punta de petróleo
permitió repartir a diestra y siniestra su decálogo atrabiliario y de segunda
mano: el Socialismo del siglo XXI.
Escogió a Cuba como continente de su
contenido, sendero luminoso, y tanto aprendió de ellos que dejó en sus manos el
manejo de Venezuela. La era estaba entonces
y por fin pariendo un corazón con la ayuda de una chequera interminable
y ajena. En ese líquido amniótico del mar de la felicidad se reconstituía el
horizonte extraviado.
Hizo y deshizo en existencia corta si te pones a ver las
tasas actuales de esperanza de vida. Intensa y violenta la forma en que se hizo del poder y manejó a
mansalva. Intensa y enferma además, por invasiva.
Ahora,
después de tanto resumen de quince años, quedan extremaunción, crisis de
legitimidad y representación, expresadas en el plebeyismo impuesto por Chávez,
que no es sino el establecimiento de una sociedad bloqueada, de minusválidos y
pordioseros asistidos por un patrón que dice liberarlos, esclavizándolos.
Porque todo asistencialismo es una forma camuflada de dominación, que castra al
individuo al hipotecarle un “yo” a través de un Estado Misionero, en donde la
pobreza es comprada y pagada para que siga siendo.
Eso dejó como legado: demagogia, pobreza y servilismo. Sus herederos de ahora lo celebran, sembrando su derrota. Quedamos también, los que queremos salir de eso. A estas horas no sé dónde reside la verdad, pero siento el volumen de la farsa.
Leandro Area
leandro.area@gmail.com
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