La farsa de la convocatoria al diálogo por
parte de Nicolás Maduro quedó al
descubierto cuando a una pacífica manifestación de los estudiantes de la
Universidad de los Andes, en protesta por la inseguridad que viven en las aulas
universitarias, donde han sido asaltados por grupos armados, identificados con
el gobierno, fue reprimida con violencia criminal
La crisis política, económica y social que atraviesa el país requiere que el gobierno ponga en práctica un diálogo sincero, porque la represión policial y la intervención de los grupos paramilitares afectos al régimen, fotografiados por miles de los jóvenes que asisten a las marchas y por los organismos de inteligencia civiles y militares, no puede conducir a una solución a corto plazo, y si se prolonga las consecuencias son impredecibles, pero de ninguna manera convenientes para la estabilidad del régimen.
La
aprobación de varios decretos leyes por
el Presidente de la República, por su contenido constituye una provocación a
los sectores democráticos del país con la finalidad de crear un peligroso
desconcierto que los pueda inclinar a una reacción violenta y a olvidarse de su
política pacífica y democrática.
Todo
gobernante de espíritu o tendencia autocrático y personalista puede iniciar su
gestión con un aparente apego a la legalidad del país que le ha otorgado democráticamente el derecho a ejercer
funciones de gobierno, pero en la medida en que considera que puede
perder esas facultades, comienza a restringir los derechos de la oposición y
generalmente termina persiguiendo a quienes le apoyaron para ascender al poder,
si tratan de disentir de algunas de sus decisiones unilaterales.
La
represión en el ejercicio del poder
rompe las reglas que caracterizan a un régimen democrático, de una forma
abrupta y violenta o con aprobación de una legislación especial que le permita
gobernar sin impedimento alguno, sin descartar la violación de la legislación
vigente. En una época como la
actual, en la que las naciones democráticas han creado organizaciones multinacionales
y han hecho aprobar una legislación respetuosa de los derechos humanos y de las
instituciones y poderes públicos independientes, el camino hacia la tiranía se
dificulta y obliga a los autócratas a preservar cierta apariencia de legalidad.
Se aprueban leyes que facilitan la discriminación y posterior persecución de
los sectores que se oponen al mandato
ejecutivo unipersonal sin controles de otros poderes. Y como en todo régimen
autoritario surgen internamente algunas discrepancias, por parte de individualidades
democráticas o sectores disconformes con las promesas incumplidas, la represión
también recae sobre ellos. Es lo que estamos presenciando a casi un año de
gobierno de Nicolás Maduro. La represión se extiende a toda disidencia.
La
muerte de varios estudiantes y algunos manifestantes, más los centenares de
detenidos, torturados y vejados en general, lo que ha logrado es elevar la ira
de los estudiantes y de los sectores de la sociedad civil que se les han sumado, al extremo que hoy parece
incontenible la profundización de la inseguridad y de la crisis en general que
afecta a casi toda la población, con la excepción de los boligurgueses enriquecidos ilícitamente y
protegidos por guardaespaldas y camionetas blindadas.
El repudio a los colectivos armados por
el gobierno con armas de guerra,
violando el texto constitucional que establece que las armas de guerra
sólo las pueden tener y portar los integrantes de la Fuerza Armada Nacional, ha
colocado la vida de la nación en una seria encrucijada, porque la Ministra del
Régimen Penitenciario ha declarado que dichos colectivos son el baluarte que
garantiza la revolución socialista y
bolivariana. ¿Quién garantiza la vida de los venezolanos, la soberanía nacional
y el orden público nacional, si estos grupos paramilitares son utilizados para
reprimir y asesinar a estudiantes y ciudadanos pacíficos que manifiestan contra
algunas políticas gubernamentales? La respuesta debería estar en manos o en
poder de las autoridades nacionales, pero si el Poder Ejecutivo controla a los
demás Poderes Públicos y, además, arma grupos paramilitares represivos y
criminales, el pueblo queda indefenso, porque ante la actuación de esos grupos
la Guardia Nacional Bolivariana y la Policía Nacional también denominada
Bolivariana, se hacen la vista gorda, es decir, no protegen a la población
desarmada.
Crisis
mayor por su gravedad y repercusión nacional e internacional no se ha conocido
en la historia contemporánea del país. Si no es posible establecer un diálogo sincero,
patriótico, de interés venezolano, el futuro es incierto.
Juan
Paez jpaezavila@gmail.com
@jpaezavila
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