Es una regla de oro en los países con
desarrollo democrático que quien ejerza
un cierto liderazgo dentro de un
partido político sea escogido internamente como candidato a las elecciones para la primera magistratura del
gobierno. Un liderazgo que generalmente
termina cuando pierde las elecciones
o bien cuando las gana, aunque por motivos opuestos.
En nuestras latitudes latinoamericanas no
suele suceder lo mismo y ese
liderazgo aunque se pierda puede volver
a recuperarse. De hecho hay quien nunca
lo pierde y por ello se convierten en
eternos candidatos a la presidencia; no importa si ganan o pierden.
En nuestro país podemos
recordar, a manera de
ejemplo, los casos de Rafael Caldera y de Hugo Chávez.
En el
caso de la Venezuela actual, en que la oposición política no está
representada en un único partido, sino en varios,
unidos circunstancialmente por un
interés electoral bajo un comando
coordinador conocido como “la Mesa de la
Unidad”, el tema del liderazgo no puede
medirse en su origen del modo exactamente antes referido, aunque sus
consecuencias postelectorales puedan ser
similares. Des pues de dos derrotas en
las presidenciales de finales del 2012 y principios del 2013, una contra Chávez
y la segunda también contra Chávez, no obstante
que su contendor físico fuera Maduro, pudiera inferirse que el liderazgo de
Henrique Capriles llegó a su fin. Sobre todo, cuando en el calendario electoral
las presidenciales están muy lejos y más que un candidato para un proceso electoral se requiere alguien que encabece un programa de acción opositora, con una
estrategia y unos objetivos muy claros. Lo que significa, a su vez, que
cualquier liderazgo debe venir apuntalado
a una agenda de propósitos y metas que sean el resultado de un acuerdo general
entre los integrantes de “la Mesa de la
Unidad”, con o sin Mesa. Algo que en este momento no está definido.
Que a estas alturas, es decir, después de un
año de la presidencia de Maduro y de las secuelas de su gobierno, surjan diferencias
y se hagan públicas, entre algunos de los principales dirigentes de la
oposición y Capriles, no debe verse como algo extraño. Lo raro sería más bien
lo contrario.
Capriles, por su parte, sigue fiel a su idea
de que el único camino que existe es el electoral y que la lucha es
política y cualquier reclamo o exigencia debe hacerse por la vía
democrática y con apego a la
constitución. Por eso, quien acuño la frase “hay un camino”, durante su campaña
pasada, considere ahora que no podía
apoyar la concentración convocada para
el domingo pasado por María Corina Machado y por Leopoldo López, pues
es un atajo que conduce a un callejón sin salida. Y para él eso es
salirse de ese “camino” que se trazó.
En el otro bando, Machado, López y Arria,
entre otros, piensan que las circunstancias actuales del país, prácticamente de
caos y emergencia nacional, requieren una acción opositora inmediata que dé
respuesta a la mitad de la población que no votó por el chavismo y que quiere un cambio.
No cabe duda de que la oposición venezolana vive un momento sino de crisis, al menos de opiniones contrastadas entre sus dirigentes. Además, es evidente que
existen también diferentes puntos de
vista y de estrategias entre ellos. Al
menos una cosa es cierta, la agenda del
señor Capriles no es única, ni tampoco unitaria. Y eso, en un camino tan largo
como el que queda hasta el 2019, es más
que conveniente.
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