¿Cuántas muertes más tendremos que aportar para impedir que se implante definitivamente el castro comunismo?
Jamás habíamos vivido en Venezuela una
situación como la actual. Desde que el teniente coronel felón, hoy difunto,
asumió el poder comenzamos a transitar una situación inédita, compleja,
difícil.
El régimen que se instaló en 1999 se inició con toda la apariencia de
una verdadera democracia, pero casi inmediatamente se le comenzaron a ver las
costuras. El caudillismo comenzó a tomar
fuerza. Los militares se fueron incorporando en mayor número al gobierno. Fidel
Castro pasó a desempeñar un papel preponderante en las decisiones del Estado.
La democracia se comenzó a poner a un lado suplantándola por un autoritarismo
cada vez más fuerte. La autonomía e independencia de los poderes públicos se
fue perdiendo. Un solo poder un solo hombre. La política comenzó a copar toda
la actividad nacional. La única función del gobierno era hacer política, su
objetivo fundamental instaurar su ideología, su tal revolución que fue
adquiriendo sucesivas denominaciones hasta llegar a la de socialismo del siglo
21, que por cierto a estas alturas nadie sabe definir, solo Fidel Castro la
definió con absoluta precisión: “eso es comunismo”. Hasta la fecha el gobierno
rehúsa aceptar ese calificativo, pero aplica sus enseñanzas, y la oposición,
nadie explica por qué razón, no lo señala abiertamente.
Así hemos transitado 15 años. Muchas cosas
han sucedido. Casi todas, por no decir todas, negativas para el desarrollo del
país. La economía de mal en peor, la producción paralizada; la educación, la
salud, la seguridad, la infraestructura, el suministro de bienes de primera y
de cualquier necesidad, en situaciones precarias, solo bien en la avasallante
propaganda gubernamental. Mentiras y más mentiras. Hegemonía comunicacional
absoluta. Los derechos humanos y la libertad de expresión cada vez más
precarias. Solo unas pocas libertades como para justificación internacional.
Presos políticos convertidos en políticos presos. Exiliados. Bandas armadas
gubernamentales amedrentadoras de la oposición. Eso sí, elecciones como sorgo,
de dudosa limpieza claro. Compra de conciencias. Grosero uso de los recursos y
del poder del Estado. Iguales procedimientos, en la compra de apoyo
internacional. PDVSA al servicio del partido. La Fuerza Armada igualmente al
servicio del partido y la revolución. Pero se insiste en que estamos en
democracia. El gobierno justifica lo injustificable. Practica la política del
espejo. Lo que yo hago, lo que yo soy, te lo endilgo. Cinismo puro. Ahora llaman al diálogo eso sí, revolver en
mano. Te sientas y me oyes. Y cadenas y más cadenas. Y muertos y más muertos.
Bajo este panorama el país se desangra, se
destruye. Cada vez que alguien se atreve a decir algo, a protestar, a pedir
algo, a disentir, se les tilda de fascistas, golpistas, apátridas. El ungido se
hace más radical, más amenazador, intolerante. Así las cosas llegado a la
semana de la juventud, la celebración de los doscientos años de la valiente
gesta de los jóvenes seminaristas comandados por el general José Felix Ribas. Y
los jóvenes universitarios de hoy se cansaron de ser borregos. Se lanzaron a
las calles a reclamar sus derechos, su futuro, sus esperanzas. Imitando a los
de 1814. Y al mejor estilo del castro comunismo, el gobierno riposta con
agresiones y muertes. Maduro asume el papel de Boves. Pero y ¿quién asume el
papel de Ribas? Pienso que tenemos muchos Ribas. López, María Corina, Ledezma y
miles más. Pero sin embargo otros, que deberían ser también Ribas, creen en
pajaritos preñados y los llamarán creyones. Y así pasan los días. Y más presos,
y más idos y más muertos. ¿Se nos va el país? ¿Lo dejaremos ir? Que alguien nos
explique.
iolaizola@hotmail.com
@iolaizola1
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