jueves, 27 de febrero de 2014

GUSTAVO L. MARTÍNEZ, INDEFENSIÓN INDUCIDA

Es indiscutible que la situación nacional se está tornando indeseable para todos sus protagonistas, sean autores o víctimas. El sangriento discurso de lo cotidiano lleva a preguntarnos: ¿Por qué la acidia? ¿Por qué algunas personas se dejan maltratar y hasta matar sin defenderse? ¿Qué inhibe su instinto básico de supervivencia? 

LA VIOLENCIA DE LOS COBARDES
Según Zeligman y otros investigadores, tal condición surge cuando las acciones que el sujeto realiza repetidamente para protegerse, o para cambiar una situación indeseada, no producen el resultado previsto,  experimentando una falta de sincronía entre sus actos y sus expectativas que van restándole fuerzas. 

La víctima de un proceso sistemático de violencia, cuando no logra escapar, va perdiendo la motivación vital, la confianza en sí misma y en la ayuda externa, terminando por aceptar que no tiene control sobre su realidad, y que cualquier cosa que haga para modificarla será inútil. 

Con frecuencia desarrolla el conocido Síndrome de Estocolmo. A eso apuestan los gestores de la situación actual. Saben que la adaptación psicológica al abuso recurrente puede conducir a sus víctimas hasta una defensa desgastante, pasiva e inocua, orientada a soportar el sufrimiento prolongado y la pérdida creciente con tal de sobrevivir. Los depredadores ideológicos y sus testaferros apuntan a esa meta, reforzando de manera planificada el desvalimiento de una masa numéricamente muy superior, luego de tomar la medida justa a sus recursos para despojarlos uno a uno de su efectividad, en un proceso de condicionamiento social e individual conocido como Indefensión Aprendida.

Quien la padece muestra un marcado déficit en cuanto a aprendizajes de éxito. A nivel motivacional sufre un retraso creciente en la iniciación de respuestas voluntarias. Cuando la persona acepta que sus actos no son factores de cambio, la probabilidad de emitir tales respuestas va disminuyendo en forma progresiva hasta alcanzar la apatía y la total inacción. En el ámbito psico-emocional, evidencia desórdenes conductuales y fisiológicos típicos de un estado prolongado de estrés severo, ansiedad y depresión. La disminución orgánica de norepinefrina y otros mediadores químicos limita la cantidad y calidad de la actividad motora e intelectual hasta un nivel insuficiente para generar y ejecutar respuestas distintas en contra del estímulo negativo. La estabilidad de este refuerza la indefensión que causa. 

Cuando una persona experimenta suficientemente que las consecuencias obtenidas son independientes de sus actos, es decir, que son incontrolables, se ata a la creencia de que tampoco habrá contingencia entre su respuesta y las consecuencias, no importa lo que haga, con los efectos ya mencionados: falta de confianza y motivación, parálisis de la voluntad, lentitud intelectual, retraso psicomotor, derrotismo, inacción y todos los demás síntomas asociados con la depresión. Un pueblo domado es un pueblo deprimido y sin autoestima. Y si no se deja domar, se le incita a irse. O se le mata.

No obstante, esa situación llevada al límite también puede terminar en ciertos casos por conducir al sujeto, sea un individuo o un colectivo, hasta reacciones defensivas que anulen la indefensión inducida por la retórica alienante y el maltrato crónico. 

Todo en nuestro mundo está sujeto al cambio, hasta lo malo, y dicha indefensión puede desaprenderse y disiparse mediante estímulos repetidos que estimulen la expresión de la parte más sana de la persona violentada, incitándola a mostrarse proactiva en vez de reactiva, hasta que se restablezca su capacidad potencial para dar las respuestas más convenientes. 

El ejemplo oportuno del líder, la organización adecuada, la comunicación efectiva, la asunción de riesgos calculados, la capacidad de automotivación, el restarle dramatismo inútil, rumores inciertos, enfoques errados o parciales y actos fallidos a la realidad, el posicionarse por momentos fuera del problema para verlo con objetividad desapasionada, el modelaje de quien sacrifica su egoísmo personal en aras del bien común, son reforzadores positivos comprobados en otros escenarios como muy eficaces. Recientemente hemos visto el efecto de algunos de ellos. 

Es cuestión de seguir aplicándolos, mientras aumenta la conciencia de cuán pernicioso resulta seguir portando etiquetas diferenciadoras entre opositores, cuando todos son víctimas. La unión es imprescindible para no seguirle el juego a terceros y poder conservar la autonomía de un país privilegiado que jamás volverá a su pasado, pero que puede ahorrarse un futuro ya superado por otras sufridas naciones; una tierra todavía rescatable, cuyo pueblo pierde aceleradamente en ingenuidad lo que gana en madurez, y sobre la que todos sus hijos tienen derecho por igual.

Gustavo Lobig M.
Gustavo L. Martínez
soyotuel@hotmail.com
@lobigus

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1 comentario:

  1. Excelente artículo por breve, oportuno y fundamentado. Con la debida acreditación, lo compartiré con otros colegas y en otros medios.

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