miércoles, 5 de febrero de 2014

GABRIEL BORAGINA, LAS EXPECTATIVAS EN LA ECONOMÍA

¿Qué rol juegan las expectativas en la economía? Y ¿qué clases de expectativas encontramos en ella? Lo primero que debemos despejar es el concepto económico de expectativa, que se deriva de su significación general, mucho más amplia por supuesto:
"expectativa. Aquella previsión o suposición sobre el futuro que afecta el comportamiento presente. Las decisiones económicas raramente se toman sobre la base exclusiva de los datos del presente: todo agente tiene, por lo general, alguna idea de cómo evolucionarán los precios en el futuro, y de acuerdo a ella decide su conducta. Sobre la base de las expectativas es que se realiza la especulación, se efectúan inversiones, se solicitan y otorgan préstamos y se desarrollan muchas otras acciones básicas de la vida económica."[1]
Desde luego que, esa "idea de cómo evolucionarán los precios en el futuro" no significa -automáticamente- que sea correcta, que se ajuste a la verdad, o que se condiga con la realidad. Es decir, dicha idea no reviste ningún tipo de infalibilidad.  A este aspecto, de alguna manera, alude la segunda parte de la definición que estamos comentando:
"Las expectativas, por otra parte, no deben ser entendidas como una previsión científica deducible a partir de una ley, sino como estimaciones que tratan de reducir en lo posible el nivel de incertidumbre propio de toda actividad económica: el hecho de que un agente económico tenga expectativas definidas no es suficiente para determinar por completo el curso de acción que se seguirá; es preciso tener en cuenta que los otros agentes con los que el primero interactúa también tienen expectativas, por lo que la resultante puede ser diferente según tales expectativas coincidan o discrepen en mayor o menor proporción."[2]
Sin embargo, las expectativas como tales, poco valor tendrán si no existe ese "curso de acción" que –forzosamente- ha de seguirles para que adquieran alguna relevancia en el campo de la economía. En otras palabras, si bien puede decirse que la expectativa es -sin duda- un componente de la acción humana, no equivale a la acción humana en sí misma, sino que, en cierto modo, es un prerrequisito de esta última. Se puede actuar conforme a una determinada expectativa, o bien puede dejarse de actuar por un cambio de expectativa.
A veces se ha hecho uso en economía del concepto de expectativas racionales:
"expectativas racionales. Formulación de previsiones sobre el comportamiento futuro de la economía sobre la base de la adquisición y uso racional de la información. La teoría de las expectativas racionales supone que los actores económicos ajustan su conducta no sólo a los datos de la realidad presente, sino también a las expectativas de evolución que pueden inferirse a partir de ella. De ese modo los inversionistas, compradores y vendedores, estiman el comportamiento a futuro de diversas variables macroeconómicas de importancia -crecimiento, inflación, tasa de cambio, etc.- tratando de maximizar sus beneficios ante la situación que racionalmente calculan que existirá. El hecho de que los actores económicos procedan de esta manera, lo cual se comprueba casi siempre en la práctica, resta poder de maniobra a las políticas económicas de los gobiernos, pues los efectos de las mismas son anticipados y contrarrestados por quienes intervienen en el proceso económico."[3]
El tenor de la definición parecería indicar una expectativa a más largo plazo que la definida en primer lugar, y por otro lado da por implícita la acción consecuente a la que hacíamos referencia más arriba.
M. N. Rothbard también se refiere a las expectativas (sin calificarlas) cuando explica el mecanismo en el que opera la inflación:
"Al igual que en el caso de los billetes “asignados” que sirvieron de papel moneda durante la Revolución Francesa, tenemos aquí una panacea mágica para resolver las dificultades del gobierno: ¡inyectemos más dinero en la economía, y los precios subirán sólo un poco! Envalentonadas por el aparente éxito del plan, las autoridades aplican más de lo que presuntamente ha funcionado tan bien, y la inflación monetaria avanza a pasos acelerados. Con el tiempo, sin embargo, las expectativas y opiniones del público respecto del presente y el futuro económico sufren un cambio de vital importancia. La gente empieza a comprender que no habrá ningún retorno a la pauta de preguerra, que la nueva norma es la persistente inflación de los precios, que éstos continuarán subiendo en lugar de bajar. Se inicia entonces la segunda fase del proceso inflacionario, con la continuada caída de la demanda de saldos de caja sobre la base de la siguiente composición de lugar: “Será mejor que gaste mi dinero en X, Y y Z ahora, porque sé muy bien que el año próximo los precios serán más altos”. Los precios empiezan a aumentar más que el incremento de la oferta monetaria. El crítico punto de inflexión ha llegado."[4]
La primera fase a la que alude M. N. Rothbard se refiere a la expectativa de que los precios bajen (se apunta a los precios de los bienes y servicios que se compran con dinero y no al precio del dinero en sí mismo, el que se llama poder adquisitivo y sobre el cual ya nos hemos explayado). La continuidad de las políticas inflacionarias operan en tal sentido en dirección a un cambio de expectativas de la gente que, en virtud del mismo, deja de esperar que los precios bajen y se lanza a comprar cualquier cosa tangible con tal de desprenderse del dinero envilecido lo más rápido posible, que sólo ve depreciarse a pasos agigantados, mientras su poder adquisitivo se derrite entre sus dedos.
Como ya se ha hecho notar, las expectativas en sí mismas no aportan ningún dato concreto si no se traducen en una efectiva acción por parte del agente económico específico.
 [1] Carlos Sabino, Diccionario de Economía y Finanzas, Ed. Panapo, Caracas. Venezuela, 1991. Ver voz respectiva.
 [2] C. Sabino. Diccionario... Op. Cit. Ídem.
 [3] C. Sabino. Diccionario... Op. Cit. Voz respectiva.
 [4] Murray N. Rothbard, "La teoría austriaca del dinero", Revista Libertas Nº 13 (Octubre 1990) Instituto Universitario ESEADE, pág. 14

Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com

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