Ese
fue siempre el objetivo de Hugo Chávez. Actualmente, esa equivocada política ha
sido ratificada por Nicolás Maduro. Conocen, perfectamente bien, que una Fuerza
Armada al servicio de la Nación es un verdadero límite a cualquier gobierno que
intente irrespetar la Constitución Nacional y el estado de Derecho.
En lugar de fortalecer el principio fundamental que rige la relación de una institución militar en un estado democrático: su subordinación al poder civil, han tratado de establecer la vieja tesis que caracteriza a los estados totalitarios de orientación marxista: la unión cívico militar, que en realidad significa que los miembros de la Fuerza Armada pertenecen al PSUV. Así ocurrió en la Unión Soviética y es la situación imperante en Cuba. Los miembros de sus Fuerzas Armadas pertenecen al Partido Comunista.
En su intento de lograr este objetivo, se les
ha presentado dos complejos problemas
que no han logrado superar en los quince años de régimen chavista: el primero,
que la Fuerza Armada venezolana no
proviene de un proceso revolucionario, sino de una larga evolución
institucional de más de cien años; el segundo, que nuestras Fuerzas Armadas,
hasta 1998, era la segunda institución, en discusión con la Iglesia Católica
que ocupaba el primer lugar, de mayor prestigio en Venezuela. Estos obstáculos los ha tratado de superar el
régimen chavista mediante una permanente ideologización de sus cuadros que, a
mi criterio, ha fracasado ante la fortaleza de la tradición militar y a través
de campañas de propaganda que buscan destruir, mediante la calumnia y la
mentira, el prestigio de las Fuerzas
Armadas democráticas.
Esa es la única explicación que encuentro a
la apertura de un juicio penal en contra de los generales de división Ítalo de
Valle Alliegro, Manuel Heinz Aspúrua (fallecido), Freddy Maya Cardona, Rafael León Orsoni y del general de brigada
Guillermo Fuentes Serra, intentando responsabilizarlos de los dolorosos
acontecimientos del 27 de febrero de
1989. He tratado de analizar, de la manera más objetiva posible, los elementos
de convicción que la Juez de la Causa
tuvo para ordenar dicha apertura. Lo primero a señalar, es la sorpresa que me
han causado las acusaciones. Imaginarse, que es posible señalar las
responsabilidades intelectuales, después de 25 años de ocurridos los hechos,
sin antes haber logrado determinar los autores materiales y el desarrollo de
los acontecimientos, es realmente inaceptable. Se muestra un marcado interés
político.
La pregunta que tenemos que hacernos es si existe la posibilidad de identificar a los autores materiales, precisar, con alguna exactitud, la actuación de cada uno durante el estallido de violencia y estudiar el desarrollo de los acontecimientos. La respuesta es sí. El Plan Ávila establece la obligación de los comandantes de batallón de emitir las correspondientes órdenes de operaciones, en las cuales aparecen los nombres de los oficiales comandantes de las compañías y de los pelotones responsables de cada subsector. A través de sus declaraciones se puede establecer el desarrollo de los acontecimientos que condujeron a los hechos de violencia. Es imprescindible localizar suficientes testigos presenciales de lo ocurrido en cada caso, evaluar su imparcialidad, con el fin de poder determinar la verdad.
Esta parte de la investigación no se ha realizado
por dos razones fundamentales: primera, el temor a comprometer como autores
materiales de algún delito a oficiales que ocupan o han ocupado altos cargos
militares y civiles en el régimen chavista y que se desempeñaron en dicha
operación como comandantes de compañía y de pelotón; segunda, la convicción de
que esta realidad pudiera demostrar que la justificación del alzamiento del 4
de Febrero, dada permanentemente por Hugo Chávez, al relacionar estos hechos
con los acontecimientos del 27 de Febrero, era totalmente falsa. Un claro
ejemplo de esta realidad fue la muerte del mayor Felipe Acosta Carlés, uno de
los juramentados en la conspiración
militar, que perdió la vida por su decidida actuación al tomar un reducto desde
donde se disparaba contra la Academia Militar.
La operación militar conducida por las
Fuerzas Armadas el 27 de Febrero, en medio del saqueo de más de 2000 negocios,
sin contar la inmensa mayoría de las pequeñas bodegas de los barrios, fue un combate en localidades. Este tipo de operación, exige un control y
una ejecución descentralizada a nivel de unidades fundamentales y básicas. El
empleo de las armas, en caso de disturbios, es regulado por el Reglamento de
Servicio en Guarnición. Allí se establece, un rígido procedimiento para poder realizarlo,
con la excepción de que la unidad militar sea atacada con armas de fuego. Ese
empleo, no se puede justificar con la excusa de haber recibido una orden, ni
siquiera si es por escrito. La obediencia debida, dejó de existir después de
los juicios de Núremberg. Definitivamente, lo
único que se busca es desacreditar a las Fuerzas Armadas democráticas.
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