Tal ha sido la crisis política sobrevenida de tanto odio, revanchismo y resentimiento, utilizados como recursos de gobierno, que la situación del país hizo agua.
VENEZUELA EN SU LABERINTO
No hay duda de que la situación nacional se
salió del cauce. De un cauce que ya venía desbordándose entre tempestades y
aluviones de distinta intensidad. Pero que de igual manera, ha causado estragos
no sólo políticos. También, sociales, económicos y hasta culturales toda vez
que el régimen de fuerza ha querido imponer criterios que en nada se compaginan
con la lenidad de las artes. Su mal calculado proyecto de gobierno, sumado a la
incapacidad del gobernante para entender el significado del Estado democrático
y social de Derecho y de Justicia, determinaron resultados espasmódicos. Peor
aún, sus acciones equivocadamente aplicadas, fustigaron la institucionalidad de
la democracia al punto que la gobernabilidad que pudo lograrse en el fragor de
serios tropiezos de toda índole, hasta 1998, se vio condenada dando al traste
con la mediana ordenación de la administración pública. Y llegándose por esta
vía a alcanzar descomunales niveles de corrupción. Tanto, que el Índice de
Percepción de la Corrupción, según Transparency International, 2013, ubican a
Venezuela en el lugar 160 entre 177 países.
Tal ha sido la crisis política sobrevenida de
tanto odio, revanchismo y resentimiento, utilizados como recursos de gobierno,
que la situación del país hizo agua. La ineptitud del gobernante superó
cualquier posibilidad de contener el caos imperante. La sed de poder sobrepasó
los límites de la razón. Tan inicua realidad, permitió que este gobernante, con
ínfulas de reyezuelo, disfrazado de ciudadano, adoptara abiertas posturas de
intolerancia y arbitrariedad que al final sirvieron para fijar los caminos expeditos
que han conducido a asumir el execrable papel de tirano o dictador. A pesar del
maquillaje aplicado a procesos electorales por cuya manipulación han terminado
convirtiéndose en demagógicos festines o
espectáculos de baja categoría, dado los sucesivos arreglos al antojo del
gobernante.
Este gobierno revolucionario, mejor parecido a un circo de orilla,
representa el mascarón de proa de una embarcación llamada “Patria Socialista”
cuyo rumbo es el acantilado existente al final del curso de aguas río abajo. Su
engañoso juego de legitimidad democrática, no pudo terminarlo ya que su apuesta
inicial no llegó a concretarla por causa de sus mismas trampas. Ni siquiera
superó la primera prueba de confianza lo cual hizo que sus procesos de gestión
se vinieran a pique en momentos que las exigencias internas demandaban
decisiones de mayor precisión ante la ola de problemas que vinieron
acumulándose sin evitarlo.
En fin, al actual régimen de fuerza le quedó
grande el compromiso asumido de establecer la conciencia histórica necesaria
para conseguir un desarrollo económico y social que se compadezca de un
proyecto político debidamente vinculado con la esencia de la venezolanidad. Por
el contrario, el embrollo al que se ha llevado al país por culpa de los mismos
defectos que padece quien nunca aprendió a reconocer al otro, a tolerar al
otro, a respetar al otro, por cuanto siempre ha actuado según el principio de
la fuerza del poder, tiene hoy al país al borde del más crudo derrumbe político
e histórico que le habrá tocado experimentar al país. Más, cuando éste se ha
desgastado por la mediocridad la cual considera su razón de vida. Por eso y
otros tantos motivos que igualmente tienen una gruesa cuota de maldad e
inmoralidad, es que el país está como está. O sea, que está metida Venezuela en
su laberinto.
VENTANA DE PAPEL
COMO EL LEJANO OESTE
La anomia cundió los cuatro costados del
país. Gracias a la oquedad del socialismo, Venezuela se ha visto atrapada en
las miserias que la praxis de tan obstinada ideología provee. Resulta
inconcebible que, entrada la segunda década del siglo XXI, lejos de avanzar
como naturalmente debe suceder a todo país que se muestre consecuente con la
evolución histórica, Venezuela ha retrocedido hasta niveles sólo comparables
con el siglo decimonónico. El torbellino social y político que viene acusando
el país, entre sus más dilectos espacios para poner a prueba tristes ejercicios
de ignorancia y envidia, virtudes propias de la presente revolución
bolivariana, está dejando al país en medio de serios destrozos a nivel
político-ideológico, político-gerencial y político-administrativo.
La posibilidad de actuar en consonancia,
entre líderes sociopolíticos, necesita del diálogo entendido como fuente de
acuerdo y de demostración de inteligencia. moralidad y dignidad. Y dicha
posibilidad pareciera haberse extraviado por la inmediatez de un gobierno que
se sabe perdido. Pero además, ante la realidad de una oposición desconcertada
por la confusión de sus mecanismos de encuentro y coordinación. Como dice el
sabio aforismo: “el sol no se puede tapar con un dedo”. Tampoco con la mano.
Así sea “peluda y pintada de rojo”. De manera que luce injustificable que el
régimen venezolano intente desconocer que hacer política, es comprender la
naturaleza del ser humano.
Por tanto, no puede pensarse en negarle al
otro la posibilidad de exponer su visión del mundo. Es lo que se conoce como
“tolerancia”. Su importancia es tal, que es considerada como un valor moral o
un valor político. Nada debe revertir su significación. Menos anular o
contrariar su acepción. De hecho, la revolución francesa tuvo su fundamento en
la reivindicación de estos valores y por los mismos se luchó a sangre y fuego.
Entonces si así ha ocurrido y ello configura el estado del arte que apoya su
razón de ser, resulta contradictorio desde todo enfoque que a estas alturas de
la historia universal haya quienes siguen queriendo demostrar que la Tierra es
redonda o se planteen descubrir el agua tibia. Y es lo que está pasándole a
estos gobernantes que por la obtusa obsesión de “jugar al poder”, se aferran al
mismo con todas las excusas posibles e imposibles. Por ello, el país ha decaído
a estratos desvergonzados donde se destaca quien más robe, quien más insulte,
quien más ignorante y atrasado sea, o quien más grite e insulte. Y lo
lamentable es que estas manifestaciones de mediocridad, son alzadas desde el
poder, desde el alto gobierno. Al final, el país luce derruido. Se exhibe
conducido desde la improvisación, la impunidad y la impudicia. La combinación perfecta
para que Venezuela luzca como el “Lejano Oeste”.
APAGANDO EL FUEGO CON GASOLINA
La obcecación del régimen, no tiene nombre.
Perdón, si lo tiene: autoritarismo, despotismo. Sus equivocaciones al momento
de buscar la gobernabilidad necesaria, han sido reiteradas. No ha entendido que
gobernar no es mandar. Las órdenes tienen cabida dentro de organizaciones
verticales. Verbigracia, un cuartel. Su estructura cerrada como organización
militar, lo justifica plenamente. Pero una sociedad, caracterizada por las
libertades y los derechos que amparan la vida de sus integrantes, necesita
organizarse según disposiciones que consigan la mejor colaboración de los
factores políticos, políticos y sociales que hacen vida en ella. Lo contrario,
es “arar en el mar”. Es lo que está pretendiendo este régimen obtuso cuyos
conductores tienen ínfulas de “sargentos” de tropas sediciosas.
No es posible que lejos de reconocer los
errores cometidos en aras de “gobernar”, estos politiqueros asuman
comportamientos de burdos contrabandistas o vulgares forajidos. Tal actitud,
avergüenza toda vez que sus expresiones públicas dejan ver un claro
resentimiento lo cual es fiel indicador del desprecio que sienten ante todo lo
que representa excelencia, desarrollo, innovación y crecimiento. Las decisiones
tomadas desde el acusado y cuestionado socialismo bolivariano, apuntan a
igualar por debajo toda condición y actitud que pueda vivir el venezolano. Cada
una de las determinaciones gubernamentales, aunque pomposas gracias al trabajo
de los medios oficialistas y a la censura impuesta mediante amenazas y férreos
controles, buscan asfixiar las esperanzas que la democracia despierta en los
hombres libres. Tales han sido las aberrantes medidas de un régimen
desquiciado, que se atrevió a ordenar el acoso militar a toda una ciudad como
San Cristóbal, Edo. Táchira, cuyos habitantes se atrevieron a levantar su voz
de protesta frente a los desproporcionados arrebatos de un régimen pusilánime.
De un régimen incapaz de dialogar en el
exacto sentido de lo que ello significa. No de acatar consideraciones derivadas
de un monólogo. En fin, estos gobernantes demostraron no comprender las
implicaciones de un proceso social creativo e incierto. Y eso no se aprende en
la calle. Menos desde la mediocridad. El país le quedó inmenso a estos salvajes
capitalistas disfrazados de menesterosos al mejor estilo populista. Es como si
el régimen estuviera apagando el fuego con gasolina.
“Cuando
el caminante, por presuntuoso o bravucón, obvia las dificultades de la senda que
transita, corre el riesgo de verse atrapado por las circunstancias que las mismas contingencias
animan. Es cuando puede confundir el camino y extraviarse en cualquier recodo”
AJMonagas
Antonio
José Monagas
@ajmonagas
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