El gran problema, al momento de escribir de
manera crítica sobre Acción Democrática (AD), es vencer el mito abarcador de
Rómulo Betancourt, su líder carismático, fundador y conductor durante el tiempo
más difícil de nuestra historia democrática. Pero el aspecto en que voy a
tratarlo me facilita la tarea, AD nace y funciona como un partido de izquierda,
aquí no hay mucho que discutir, y todo está registrado en los documentos del
partido; de hecho, una buena parte de los partidos políticos de izquierda, que
hacen vida en el país que hoy tenemos, nacen de AD.
Hay un punto que me interesa destacar, AD le
dio al país un estilo de hacer política que hoy perdura, esa mentalidad
estatista del venezolano, que ve en el Estado a su gran padre que todo se lo
resuelve, esa “necesidad” de que sea el Estado el impulsor de todas las
iniciativas, esa idea de que el Estado es el motor de la economía, una vieja
idea marxista leninista, fue impulsada por AD.
De la misma manera, AD impulsó el voto como
derecho, hizo de la democracia una actividad participativa y tumultuaria,
instauró el contacto cara a cara con el pueblo, dejó en cada caserío y
villorrio una casa del “partido del pueblo”, fue el primer partido político con
verdadera expresión nacional y nacionalista.
Rómulo era un verdadero animal político, se
olía las oportunidades y amenazas a su proyecto en el aire y tenía una
flexibilidad prodigiosa, que siempre le dio la ventaja frente a sus
contrincantes; era un hombre que, aún perdiendo, ganaba, pero, por sobre todo,
era un pensador, y eso le permitió navegar por aguas turbulentas con éxito;
cuando Venezuela era la única democracia funcional en el subcontinente, en medio
de continuas asonadas militares y golpes de estado, supo no sólo “contagiar” de
democracia la región, sino mantener esplendidas relaciones internacionales, con
todos.
Como un demócrata integral, permitió, sin
ningún problema, la coexistencia política, de hecho promovía la aparición de
otros partidos políticos y buscaba integrarlos al proceso democrático; su gran
ejemplo fue permitir el relevo no sólo generacional, dentro de su partido, sino
quizás, lo más importante, instauró la posibilidad de la alternabilidad como
factor clave para el desarrollo político de la nación, reconocer la derrota y
entregar el poder sin ánimos de perpetuarse en el mismo, honraron su persona.
Como decía el Conde de Saint-Simon, la
historia la hacen hombres vivos, tratando de desarrollar sus facultades lo más
rica y polifacéticamente posible, y juzgarlos desde otros tiempos y épocas,
criticando sus acciones, desde posiciones de avanzada, con pensamientos que no
correspondían a sus circunstancias, es un error.
Dicho esto, vamos al meollo. Rómulo
Betancourt construyó un sistema democrático donde hizo partícipes a grupos de
los más disimiles intereses de un objetivo común, la preservación del orden
nacional, logró convencer no sólo a los militares, a la Iglesia, a los
revolucionarios y conservadores, a los campesinos y a la burguesía que era de
su provecho apoyarlo, y a cada uno le tiró un hueso para que se entretuvieran
(no lo digo despectivamente, sino figurativamente) y lo logró; sus principales
problemas vinieron del exterior (Cuba, República Dominicana) y los que enfrentó
con éxito, precisamente, gracias a la unidad lograda; pero ese esquema de
cosas, ese equilibrio, le sirvieron a él, no a los gobiernos que lo sucedieron,
no tuvo el tiempo o el interés de fortalecer las instituciones y, cuando
finalmente sale del poder, sólo deja funcionando cabalmente la industria
petrolera, su partido y al órgano electoral, no poca cosa para la inestabilidad
que encontró.
La ideología marxista, en la que se formó, la
temperó en grado suficiente para lograr consensos populares, sin caer en el
extremismo; su socialismo racional le permitió sentarse y dialogar con el
empresariado, sin imponerse aunque controlándolos, permitió las libertades
sindicales sin llegar a los ofuscamientos de pretensiones irrealizables; muy
hábilmente, manejó las relaciones con los EEUU, para aprovecharse de las
ventajas de sus programas de desarrollo sin comprometer su independencia; su
manejo ético de la cosa pública y sus hábitos estoicos, alejaron de él posibles
señalamientos que pudieran comprometer su autoridad moral, que en más de una
ocasión, tuvo que poner sobre la mesa.
Igualmente, despertó en la gran masa de
desposeídos su conciencia de clase, les instó a ver el voto como el arma
fundamental para los cambios, aunque tuvo que suspender garantías y derechos
fundamentales en una serie de estados de excepción, pocas veces transgredió los
límites de la decencia y la justicia.
Que cometió errores? Sí y muchos. Que fue
implacable y feroz? Sólo cuando fue necesario. Acción Democrática inauguró la
era del clientelismo político; siguiendo la tradición del pasado, llenaba la
administración pública no con los mejores sino con sus más fieles partidarios,
aunque reservaba algunos cargos claves - muy cerca de su persona, donde pudiera
verlos - para los opositores.
Entendió al Estado como pieza fundamental
para la cohesión social, como la locomotora que arrastra la economía, creía en
la planificación centralizada y en hacer justicia social por medio de la
redistribución de los fondos públicos; inició con fuerza el equipamiento
industrial y de obras públicas para sus planes desarrollistas, dividiendo el
país en regiones y por actividad; inauguró un agresivo programa de relaciones
internacionales, para poner al país en el mapa de las inversiones foráneas; le
preocupaba el déficit fiscal y la estabilidad monetaria, entendía de economía y
le apostó al progreso material de la nación.
Con Betancourt el país tuvo el tiempo y la
paz para poder evolucionar en bloque, colectivamente; el pueblo de Venezuela,
por primera vez, vio elevada su calidad de vida de manera integral. En aquellos
tiempos, la doctrina Betancourt resultó y dejó un legado que, para bien y para
mal, todavía nos toca. –
saulgodoy@gmail.com
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