Ya lo había descubierto y decodificado una de las pensadoras más importantes del capitalismo, Ayn Rand, este centro ideológico sobre el cual giran todos los demás conceptos de las corrientes colectivistas, entre ellas, el socialismo, es lo que ella llama “el eje místico-altruista-colectivista”, al que opone una de sus principales contribuciones para el pensamiento capitalista, que es “el eje racional-individualista-capitalista”. Ambos ejes se contradicen, se repelen.
Los socialistas basan sus ideas en creencias
místicas, propias de las religiones, donde la principal misión del hombre en la
vida es velar por el bienestar de los otros antes del propio, un concepto que
contradice las leyes fundamentales de la naturaleza, sobre todo la propia
supervivencia.
Si alguien no puede hacerse el bien a sí
mismo (proveerse de lo necesario para la vida, asegurar el bienestar propio y
el de su familia, fortalecer y crear riqueza en su entorno y comunidad), menos
está en capacidad de hacerlo para los demás, como dice la sentencia de los
gerentes norteamericanos: “No puedes prestar tu camisa si no tienes una”
Tal generosidad es un suicidio, incrementa la
miseria que ya existe, es tan grotesco como visualizar a dos mochos tratando de
rascarse la espalda entre sí; todos los animales del reino animal, crían a sus
pequeños para que aprendan a sobrevivir, les enseñan a cazar, a escaparse si
están en peligro, dónde hallar la comida y el agua, a competir para ser los
mejores, dónde pasar la noche sin ser víctimas de otros depredadores.
El socialismo cría a sus acólitos en la
creencia de que otros se ocuparán de ellos, que no hay que esforzarse mucho por
conseguir el sustento, pues el Estado Benefactor proveerá por ellos, no hay
nada que aprender para ser un buen proveedor, en último caso, siempre puedes
robarle su propiedad a los otros, a quienes tienen, con el consentimiento del
gobierno socialista.
En un sistema socialista los perdedores, los
ineficientes, los vividores, los criminales, tienen una gran ventaja, cuando se
trata de competir con los ciudadanos productivos, que saben lo que están
haciendo, que son perfeccionistas, que cumplen con la norma, que ponen lo mejor
de sí en sus emprendimientos; siempre pueden contar con el estado benefactor,
para que “iguale” las cosas por medio de leyes, fiscalizaciones, multas, y
medidas judiciales, que perjudican a los que son exitosos y los obligan a
compartir sus mercados y técnicas, haciéndoles ineficientes para que los
“débiles”, los que no son aptos, se igualen, y hasta triunfen sobre los líderes
naturales.
El socialismo se dedica a criar a una camada
de flojos e ineptos, a gente que no tiene incentivos para aprender, para ser
mejores, para inventar, para superarse; está diseñado para premiar a los más
embrutecidos miembros de la sociedad, a quienes el vicio suma en la
degradación, a los tramposos, a los mentirosos, a los ladrones, a los más
enfermos e incapaces.
Ser bueno es un asunto bastante pervertido;
una sociedad que es capaz de sacrificar a sus emprendedores, a sus
investigadores, a sus profesionales más excelsos, a sus más destacados
intelectuales, para favorecer una masa de menesterosos y parásitos está
condenada a desaparecer en el corto plazo.
Si no lo creen, fíjense lo que pasa en
nuestras universidades; el socialismo cree que esas pruebas que miden el
conocimiento y las habilidades de los estudiantes, que quieren ingresar a los
estudios superiores, esos “filtros” que detectan quiénes están preparados para
continuar en estudios más profundos sobre las diferentes profesiones, y las ve
como una discriminación, como una forma de crear desigualdades y diferencias de
clase, calificándolas de “inaceptables”. ¿Y qué hacen? Elimina esas pruebas, obliga a las
universidades a bajar sus estándares de calidad educativa para que entre todo
el mundo, porque “la educación es para todos”, expropian inmuebles y hacen
universidades populares, crean nuevos currículos de estudios, acortan las
carreras, eliminan los exámenes y gradúan en actos oficiales una masa de
estudiantes, todos engañados con títulos que no se han ganado. ¿A quiénes
perjudican?
Miren lo que pasa con nuestros médicos,
teníamos en las mejores escuelas de medicina de Latinoamérica, todos esos
médicos especialistas con que contaba el país ¿Dónde están? Lo que ha habido es una impresionante fuga de
cerebros hacia los países desarrollados, o a países hermanos, donde existen
oportunidades de superación, donde sus conocimientos y experticias son bien
remunerados.
Los socialistas les tienen asignados a los
médicos unos sueldos de hambre (al contario, los diputados de la Asamblea
Nacional se asignan unos sueldos y beneficios millonarios por su labor de
arruinar al país), los obligan a trabajar en condiciones inhumanas, humillados
al ser comparados con los improvisados médicos cubanos y continuamente
insultados por el gobierno.
Los que tienen una oportunidad, se van a
lugares donde puedan desarrollar sus conocimientos, tener a disposición equipos
y material de punta para sus investigaciones, con buenos sueldos y condiciones
de trabajo, respetados, donde puedan hacer emprendimientos sin que los estén
fiscalizando, cerrando sus clínicas y consultorios, perseguidos por una policía
sanitaria socialista.
La salud, como derecho popular, se ha
convertido en un infierno para la población, no se consiguen los médicos necesarios,
no hay insumos ni medicinas, la atención es infame y las muertes, producto de
la negación de la atención debida o de la mala praxis, se multiplicaron
exponencialmente.
El altruismo, mal entendido y peor
practicado, es una broma de mal gusto del colectivismo; lo que Venezuela tiene
ahora en su sistema de atención primaria a enfermeros “doctorados”, que apenas
saben llevar los moribundos en ambulancia para un “ruleteo” de muerte, que
exhiben en sus oficinas, al lado del retrato del líder máximo, sus títulos de
oropel para hacer intervenciones que requieren pericia y práctica; hay un
ejército de médicos cubanos atendiendo a los venezolanos más necesitados a
fuerza de pastillitas “made in Cuba” y palmaditas en el hombro, que nos está
costando una fortuna (sólo tenemos que recordar que el sistema de salud cubano
fue el verdadero asesino de Hugo Chávez Frías).
El socialismo le roba al ser humano no sólo
las ganas de vivir, lo reduce a estadísticas, a simples guarismos, que enseña
orgulloso al mundo, para mostrar las grandes bondades de su medicina
socialista, de su universidad socialista, del nuevo hombre.
De eso trata ser de izquierda, a eso es lo
que aspiran los socialistas – saulgodoy@gmail.com
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