A
lo largo de las Sagradas Escrituras encontramos infinidad de símiles usados por
Dios para dar un mensaje al pueblo de Israel; de la misma manera que Jesús de
Nazaret usó parábolas, narración por semejanza de una enseñanza moral, para
impartir sus lecciones.
Entre las figuras que más ha llamado mi atención se
encuentra la de las cisternas. Una cisterna es un depósito subterráneo donde se
almacena y conserva el agua producto de la lluvia, o la que se hace llegar a
ésta desde un manantial o río. Remontándonos a la antigüedad podremos entender
claramente la función e importancia de las cisternas, pues desde tiempos
remotos el ser humano ha basado la construcción de su vida en función del vital
líquido.
Desde
el punto de vista espiritual, Dios es la fuente primordial de agua de vida, tal
como lo señala el evangelista Juan en su narración del encuentro de Jesús con
la mujer samaritana. Nos cuenta Juan (4:1-46) que Jesús, cansado del camino, se
sentó al lado del llamado pozo de Jacob, el cual se encontraba en una ciudad de
Samaria de nombre Sicar. Estando allí, llegó esta mujer samaritana a sacar agua
del pozo, entonces Jesús le dijo: -Dame de beber. A lo que ella, probablemente
muy asombrada, argumentó con él, pues judíos y samaritanos no se trataban. Pero
Jesús le responde: -Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice
dame de beber, tú le pedirías y él te daría agua viva. Toda la historia se basa
en el símil que Jesús hace entre la necesidad del agua para nuestros cuerpos y
la necesidad del agua espiritual para nuestras almas. Quizá no exista otra
historia bíblica en la cual el agua junto con la cisterna o pozo cobre mayor
relevancia que ésta. Expresa un significado que trasciende el valor humano
vital que representa el agua, nos lleva a la necesidad que tenemos de beber del
agua que Dios nos ofrece, la cual se convierte en nosotros, en fuente.
Al
pensar en la cisterna, en el agua, y en nosotros, entiendo que no somos fuente;
por el contrario, nos hemos convertido en un país deshidratado. Lo peor es que
estamos viviendo los síntomas sin darnos cuenta de nuestro estado. Los
venezolanos hemos sido permeados con toda suerte de fetiches que de alguna
manera hacen pensar, a quienes los hacen el objeto de su culto o adoración, que
se encuentran en algún nivel espiritual especial. Uno de los peores legados de
la revolución cubana ha sido la oscuridad de sus prácticas religiosas, las
cuales han ido en aumento a la par de sus efectos devastadores de pobreza y
miseria. Lamentablemente, muchos se consideran dentro de las filas de una
religión cristiana, ignorando que Dios no comparte su gloria con nada, ni
nadie; ignorando que no podemos servir a dos señores porque aborreceremos a uno
y amaremos a otro; ignorando que para llegar a Dios es necesario pasar primero
por la cruz de Cristo.
¡Nos
hemos olvidado de Dios! Hemos tomado todos los atajos posibles en lo que
respecta a nuestra vida espiritual. Hemos alimentado nuestros cuerpos, los
hemos engordado con los placeres del mundo; hemos llenado nuestras mentes con
una infinidad de pensamientos que exaltan al hombre por encima de Dios. Nos
hemos envanecido olvidando nuestra fragilidad; la soberbia ha sido nuestra
conductora, la lujuria compañera del camino; hemos abrazado la ambición
desmedida; hemos perdido el respeto a la vida.
¡Necesitamos
ir a la cisterna, necesitamos agua de vida!
"Porque
dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron
para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua". Jeremías 2:13.
rosymoros@gmail.com
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