Como política válida, la planificación sigue
siendo el instrumento técnico de previsión ideal para asegurar la racionalidad
en la toma de decisiones, que permita alcanzar el objetivo, aún superando los
escollos, por lo que debemos verla como una técnica multidisciplinaria de
orientación administrativa, que requiere de una clara definición de políticas,
una estructura orgánica apropiada y un adecuado diseño de estrategias.
Ella es
una necesidad como fase importante en el proceso administrativo, que debe ser
vista, entendida y aplicada sin equívocos para poder gobernar. Sin
planificación, se corre el riesgo de emprender cualquier actividad utilizando
la improvisación, a pesar de haberse creado en el Estado una base fundamental
teórico-práctica basada en la experiencia del ejercicio, dejando de lado la
supuesta frase de Simón Rodríguez: “inventamos o erramos”, que en lógica no
tiene ningún sentido si se aplica la improvisación, que ha sido siempre la
mayor causa del fracaso y nadie puede llamarse capaz e inteligente, si en lugar
de aplicar la experiencia o los resultados científicos de una demostración,
trata de inventar lo conocido. Pareciera entonces ser ésta la causa del mal
gobierno, que ha venido creciendo en los últimos 15 años. ¡Así es que se
gobierna!
Si de algo podemos sentirnos orgullosos los
veteranos de esta tierra, es de haber comprendido y aplicado el uso de la
racionalidad en cualquier empresa del Estado, sea ésta cultural, educativa,
política o social. Para ello, fue fundamental la fase de la planificación en
cualquier actividad; sin confundirnos, como “ahora” entre un plan como
herramienta básica de una operación gubernamental, y su uso como entelequia
política del ´populismo ignaro. Así vemos, como en materia de seguridad, se han
esbozado a la fecha 23 planes de seguridad, cuya base fundamental es el adorno
mesiánico para creer que todo se resuelve con un plan. Más grave aún, que el
plan tenga sello de ley para darle visos de obligatoriedad o amedrentamiento,
olvidando que la delincuencia fue auspiciada, promovida y armada por los
lideres “revolucionarios”, incapaces de imaginarse las garras del cuervo criado.
Sin dudas, el gobierno está entre la espada y la pared, y como en el ajedrez,
la inseguridad le ha cantado jaque. Creyeron en el juramento de los convictos y
los “colectivos” asociados, amparados por la venalidad de los jueces y
fiscales, que lamentablemente, transformaron al Estado en una guarida del miedo
para justos y pecadores.
Pero la mayor gravedad está en el reciclaje
de incapaces ministeriales, muchos con uniformes militares que asimilaron y
creyeron el discurso errático del “difunto insepulto” y hoy no encuentran qué
hacer con el “comandante en jefe” pletórico con las “bobadas militares”. Solo
falta, que veamos a Maduro en la Escuela del Soldado, preparándose para su
ingreso al IAEDEN. Es posible que allí logre diferenciar un plan de una orden
de operaciones, y el efecto necesario de una apreciación de situación que los
conduzca a formas de acción apropiadas para atacar la delincuencia. Dos
elementos son adversos, las acciones demagógicas del ministerio penitenciario y
las comunas policiales, ya que no se podrá delimitar la acción anti delictiva y
la del proselitismo político. En todo caso, debieran comenzar por definir lo
que es un plan y para qué sirve; pero para ello, es necesario el uso de las
herramientas adecuadas, ya que no basta un taller, si el orfebre no sabe
distinguir entre minerales y oropeles, o entre yunque y martillo. La
planificación no es magia, es solo arte para la acción, que se fundamenta en el
conocimiento y la experticia. Su peor enemigo es la improvisación; única
estrategia de esta fracasada “revolución.
Con relación al “Plan de la Patria”, al que
se le dio el visto legislativo, no escapa nuestro criterio científico para la
crítica, toda vez que uno de los principios técnicos en planificación impide
dar al plan le certeza que quisiéramos, por lo que es de doctrina su
flexibilidad, que elimina la posibilidad premonitoria, como se quiere dar al
supuesto plan del “difunto”. A ningún plan se le puede dar vigencia inexorable,
ya que éste es una simple guía para cumplimiento de metas u objetivos, los que
si deben establecerse con parámetros imperativos, que pueden obligar al cambio
o alteración de los elementos del plan por ineficientes, equivocados, o por
alteraciones de las situaciones bases o motivadoras de los objetivos. Es lo que
ocurre con los planes militares fundamentados en formas de acción, que sobre la
marcha, un comandante tiene que tomar acciones diferentes o aplicar fuerzas
distintas en cantidad o forma de empleo, atendiendo a situaciones no previstas
en la apreciación de la situación que fundamentó al plan, o que fueron
cambiantes por elementos naturales, sociales o políticos, no existentes en el
momento de la planificación. En el caso
del “Plan de la Patria”, a pesar de tener el Estado facultad para planificar,
racionalizar y regular la economía, es un precepto fuera de contexto y
realidad, que más que un plan, es una visión político-social personal de su
autor, hoy descontextualizada, que choca con la visión de país establecida en
la Constitución. No es posible contextuar: el “Estado democrático, social, de
Derecho y de justicia” que establece la Constitución, con el “Estado
socialista”, clientelar, populista, fundamentalista y centralista con
tendencias aberrantes, propias de sistemas de gobierno autoritarios, que son el
fundamento del “Plan de la Patria”. Es imposible imponerlo en un Estado
“federal descentralizado…” donde “Toda persona tiene derecho al libre
desenvolvimiento de su personalidad…”; donde “…puede dedicarse libremente a la
actividad económica de su preferencia…” y el Estado promoverá la iniciativa
privada… la libertad de trabajo, empresa, comercio, industria…”
En socialismo real o comunismo, su fundamento
fue la planificación económica, que no debemos confundir con la administrativa
y la de seguridad y defensa, que evidentemente, se conforman a elementos
diferentes inconfundibles. Fue su base el rechazo de la individualidad; de la
propiedad y las utilidades privadas, favoreciendo un sistema con base en el
colectivismo económico, la propiedad de los medios de producción y la
distribución de los bienes en manos del gobierno, de la sociedad o de grupos
industriales, y en la responsabilidad social. Desde el punto de vista político,
los años finales del siglo xix estuvieron signados por cambios diversos en las
concepciones ideológicas, toda vez que el nacionalismo imperante, especialmente
en Europa, había comenzado a sufrir grandes transformaciones, con orientaciones
que habrían de cambiar toda la orientación filosófica del mundo. No podemos
olvidar a Babeuf: “todos los bienes deben ser de propiedad común; la tierra no
pertenece a nadie; los frutos son de todos”; pero tampoco podemos olvidar, que
la ideología perduró como revolucionaria hasta la pasada década de los 90’, y
que solo se mantiene vigente en pocas regiones del mundo.
El Plan de la Patria sigue lineamientos
desfasados como Cuba y Corea de Norte, a los que le oponemos modelos como
Noruega, Finlandia Suecia, Australia, Holanda, Canadá, Alemania, Corea del Sur
y Singapur. También dentro de su rancio contenido revisamos el recuerdo de la
historia que nos dice que la implantación de las comunas y de las tesis del pensamiento único no es
posibles en un sistema de plenas libertades como el establecido en nuestra
Constitución.
El modelo chino es observable. De su plan podemos tomar
referencias demostrables, sin que podamos expresar su acercamiento total, ya
que de este modelo podemos ver sus consecuencias, aún en desarrollo y
evidentemente su plan es cambiante, no estático ni mítico como el que se quiere
imponer en Venezuela. Basta recordar la adoración del “mítico” con el ya
rechazado Mao Tse-Tung.
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