domingo, 26 de enero de 2014

CHARITO ROJAS, EXPORTANDO INMIGRANTES

“El exilio produce una profunda sensación de desamparo, de vivir a la intemperie.”  Juan Gelman (mayo 1930 – 14 de enero 2014) poeta argentino, periodista, traductor,
Venezuela viene experimentando desde hace más de una década una fuga de sus mejores profesionales, de jóvenes esperanzados, de familias completas que huyen de la inseguridad, de la falta de oportunidades, que buscan algo que se llama calidad de vida y que los venezolanos han dejado de tener bajo un régimen que parece despreciarla con la excusa de una igualdad social que no es más que una excusa para su manía de nivelar la sociedad por el rasero inferior. Es decir, privilegiar el lumpen.

El nuestro jamás fue un país de emigrantes. La mayor salida de jóvenes se dio cuando el exitoso Plan de Becas Gran Mariscal de Ayacucho, bajo la presidencia de Carlos Andrés Pérez, quien tuvo la visión de enviar a estudiantes venezolanos a prepararse en las mejores universidades del mundo. La mayoría de ellos regresó para dar un importante e innegable aporte al desarrollo que el país sintió por esos años. Algunos de ellos, brillantes estudiantes, aceptaron ofertas de trabajo en aquellos países y no regresaron. Sin embargo, el número de quienes se quedaban no alcanzaba a calificar una fuga de talentos ni mucho menos.
  
La secuencia política y socioeconómica del país ha dado la pauta para esta inmensa migración de venezolanos hacia otros puntos del planeta. Cuando el finado comandante ganó las elecciones se produjo una pequeña oleada, representada sobre todo por quienes tenían casas en el exterior, fundamentalmente en Florida. Sin embargo, no podía hablarse aún de inmigración, porque parecían unas largas vacaciones en su segunda residencia. Pero cuando las medidas económicas y ataques contra la propiedad privada arreciaron, y el clima político del país se tornó agresivo, arrancó una decidida oleada migratoria que comenzó a manifestarse en los primeros años de la década del 2000.

Un control de cambio que inició en el 2003 y las continuas expropiaciones de empresas y propiedades agrícolas e inmobiliarias, convenció a muchos que era la hora de abandonar el país. Pero aún el número de migrantes no era significativo. Sin duda las cifras de inseguridad y una economía en picada motivaron a tomar decisiones de escape a personas que jamás hubieran querido o podido vivir fuera de su tierra.

Y sin duda el terrible acoso y segregación política contra quienes no comparten la revolución ha desatado persecuciones y miedos que han llevado a muchos a literalmente huir de un país donde su pensamiento y creencias no son respetados. A estos migrantes se les puede calificar de exilados, pues están en el exterior por motivos políticos, por lo cual es previsible que en cuanto el gobierno cambie, serán los primeros en regresar.

Dejar el país natal, la familia, los amigos, el entorno tan propio, no es nada fácil. Y mucho menos lo es al llegar a un país donde eres un extranjero sin asideros, en la gran mayoría de los casos. Entonces ¿qué mueve a nuestros jóvenes a querer irse al graduarse, ya sea de bachiller o de pregrado? ¿Por qué profesionales exitosos deciden trasladar a sus familias fuera de Venezuela y comenzar desde cero?

Pues las respuestas están a la vista. Los jóvenes quieren oportunidades: de tener un trabajo donde les paguen suficiente, de poder comprar un carro, salir un fin de semana, ahorrar dinero y tener la esperanza cierta de adquirir una vivienda. En Venezuela esto se ha convertido en un imposible. Los recién graduados están económicamente impedidos siquiera de mantenerse a sí mismos, la inflación se ha llevado toda posibilidad de progreso económico.

La otra razón que motiva a los jóvenes a querer irse del país es la vida miserable que llevan, sometidos permanentemente a la incertidumbre de no saber si regresaran vivos a casa. La paranoia (sobre todo de los padres) ante una salida al cine, a rumbear, a la playa, una reunión con los amigos, es insoportable para todos. Un sitio donde los jóvenes no tienen libertad para divertirse sin estar acechados por el hampa que los prefiere para sus ruines fines, es intolerable para ellos.

Según los estudios realizados en la UCV y en la UCAB, hay dos tipos de migrantes: los jóvenes entre 17 y 25 años y los profesionales entre 30 y 44 años. Dos grupos con la misma finalidad. Los resentidos que creen que esta gente no quiere al país no tienen ni idea de lo que ellos pasan buscando estabilizarse en tierras extrañas, espantados por los profundos conflictos venezolanos, con deseos de regresar algún día pero con la convicción de que afuera conseguirán lo que hoy es imposible en Venezuela: paz, seguridad, calidad de vida.

No hay cifras oficiales de cuantos venezolanos están en el exterior, porque el Instituto Nacional de Estadísticas, tan acucioso en dar números favorables al régimen, no revela o tal vez ni siquiera se ha preocupado en cuantificar este éxodo. Pero países como Estados Unidos y España, dos de los destinos más buscados por los venezolanos, tienen cifras aproximadas de ingresos. Estados Unidos ha cuantificado en poco más de 200.000 los venezolanos que viven allá, mientras que España dice que hay 160.000 venezolanos en su territorio. Nadie puede determinar a ciencia cierta cuantos han emigrado, cifras conservadoras dicen que alrededor de 800.000, pero las páginas de Internet que agrupan a venezolanos en el exterior hablan hasta de dos millones de venezolanos viviendo legal o ilegalmente en otros países.

La cuantificación se dificulta aún más por la cantidad de connacionales que han obtenido pasaportes de otros países por ser descendientes o cónyuges de ciudadanos de esos países. Así que cuando se van, usan su pasaporte extranjero para ingresar, por lo tanto allá no los califican de inmigrantes.

Hay personas de escaso intelecto y diminuto corazón que llaman “apátridas”, “burgueses” u “oligarcas” a quienes se van del país. Yo en cambio admiro su valor para dejar todas sus querencias, aprender otros idiomas, plegarse a otras culturas, buscando una sola finalidad: vivir como personas y no como borregos adoctrinados, vivir rodeados de cultura y arte y no de burros rebuznadores. Vivir con esperanzas y no convencidos de que jamás ganaran suficiente para vivir decentemente. Sencillamente, VIVIR. Nativos de un país donde matan a 25.000 personas anualmente, ya es una gran cosa elevar al mil por ciento las expectativas de vida.

Así como ha actuado con una negligente tolerancia ante el hampa desbordada, así mismo el régimen que desgobierna Venezuela desde hace 15 años se ha hecho de la vista gorda con este exilio masivo de los mejores talentos, de excelentes profesionales y de toda una generación de jóvenes que están sumergiéndose en otras sociedades para muy probablemente no regresar jamás.

La pérdida de ellos parece importar al gobierno lo mismo que la pérdida del capital profesional de Pdvsa, hoy regado por los más recónditos lugares del planeta, aportando sus conocimientos a otros países, ganando en dólares, pero soñando con regresar algún día a su tierra. Para ellos mi permanente respeto, porque lucharon a costa de perderlo todo para que los venezolanos conserváramos nuestra principal fuente de recursos fuera del abuso político.

Las terribles consecuencias de la pérdida de toda una generación de jóvenes, trabajadores y profesionales, ya se ven en un país dominado por los peores. La falta de calidad técnica y humana, la sustitución del mérito por la incondicionalidad, la nivelación con los peores y no con los mejores, se refleja en los índices de desarrollo del país en todos los órdenes.

Venezuela debe ser reasumida por los más preparados, el retorno de esta migración “lomito” que es tan apreciada en otros países será fundamental para que el país regrese a la senda del desarrollo, pero con una lección aprendida: la charlatanería y la maldad sólo prosperan cuando el conocimiento y la virtud callan y aceptan.

Charitorojas2010@hotmail.com
Twitter: @charitorojas

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