El
escritor auténtico es por antonomasia un crítico social y en general la
historia de la literatura es precisamente un cuestionamiento permanente a la
sociedad y sus múltiples miserias.
De
mi generación, los amigos escritores que se metieron a "politiqueros"
o esta mezcla de caldos enrarecidos, están gordos y mofletudos, con panzas
"batracoides" y arterias inundadas de colesterol, que los vincula al
exceso de comida y bebida a cuenta del gobierno. A esta perversión sucumbe
quien nunca contó con un sistema de valores mínimo.
Hoy
esos jóvenes con los cuales compartía temas de mutuo interés y amor por la
literatura, conversan acerca de sus cargos públicos, de cómo han hecho plata
con el gobierno y le andan ofreciendo trabajo al que se le atraviese, en un
alarde de demagogia y burla. En la actualidad
no escriben casi nada y lo poco que
escriben no llega ni al nivel de
un panfleto.
Desde
el gobierno, se ha tratado de impulsar a un montón de tarifados de la palabra,
quienes a través de editoriales con títulos decadentes y temas aburridos, caen
en la loa grotesca que intenta justificar las barbaries de múltiples
experimentos de conducción política escandalosamente anti-éticas. Los lectores
son espantados y los libros terminan siendo útiles para la higiene personal,
hacer parrillas o fogatas.
Una
de las competencias más relevantes que tiene el escritor en países carenciales
como Venezuela, es el de asumir un mínimo compromiso ético en relación a la
dinámica política y social de su entorno, de la cual forma parte y sin
excepción afecta a todos. Este es un papel que por antonomasia lo ha asumido el
escritor. Particularmente desde el siglo XIX ha sido a través de la prensa
escrita y los ejemplos abundan en
Hispanoamérica, por encima de cualquier otra región del mundo. Es un
deber moral que muchos prefieren obviar, sea por temor, falta de conciencia
histórica o desesperanza, pero sigue siendo uno de los papeles inherentes al
hecho de ser escritor.
Este
fenómeno ya ha ocurrido antes en todos los países en los cuales se ha impuesto
o se ha tratado de imponer la tesis del pensamiento único. Es precisamente el
escritor, quien que se vuelve un fastidio para la clase dominante por su
propensión natural de "ir contra corriente". A fin de cuentas el
escritor, por usar la palabra, es el más libre y solitario de todos los
artistas. Al contrario del cineasta o del músico, que necesariamente requieren
del aparato de gobierno para que su obra se pueda materializar.
El
papel del intelectual, pero particularmente el del escritor es ser garante de
que independientemente de los desmanes que pudiesen ocurrir en una sociedad,
existan referentes humanos que se han de mantener por convicción en una
posición de cuestionamiento y crítica, porque a fin de cuentas ese es y ha sido
siempre el papel de los escritores. Este rol lo entendieron muy bien hombres
que han jugado un sitial preponderante en el pensamiento y la opinión pública
del venezolano como lo fueron en su momento intelectuales de la talla de
Ludovico Silva (crítico inmaculado de los falsos marxistas), Argenis Rodríguez
(el más crítico transgresor de los escritores venezolanos del siglo XX) ,
Arturo Uslar Pietri (que su casa terminó siendo una lavandería por un pase de
factura de los adecos) o a Juan Nuño (auténtico Filósofo-Escritor que con su
fina ironía, fue uno de los más certeros analistas políticos de su tiempo),
sólo para citar algunos.
Independientemente
de su postura política, en su posición de intelectuales, todos los mencionados
antes, sin excepción, fueron profundamente cuestionadores de la dinámica
corrupta y desatinada de la sociedad que les correspondió vivir. El colectivo
los veía como un referente que daba claridad, y actuaban como referentes
morales o faros, algunos incandescentes e incluso intelectualmente incendiarios, en una
sociedad que permanentemente necesita que sus hombres de ideas den un poco de
luminosidad, en medio de toda una dinámica que aturde y confunde a un colectivo
ávido por voces medianamente pensantes.
No
me imagino a un Miguel de Unamuno haciendo lobby para que le diesen un carguito
o lo mandasen para alguna embajada como agregado cultural, cuando frente a la
miserable consigna necrofílica de Millán Astray : "¡Abajo la inteligencia! ¡Viva la
muerte!", la Respuesta de Unamuno
(Rector de la Universidad de Salamanca) fue: "Este es el templo de la
inteligencia y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto.
Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para
convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta:
razón y derecho en la lucha." Lo cual le costó su cargo y su aislamiento
de por vida.
No
es posible imaginar a Ramón Sender sirviendo de celestino del régimen político
con el cual tenía que lidiar. Ni los comunistas ni McCarthy pudieron doblegar
su espíritu libertario. Fue dignamente enemigo de la imbecilidad y la historia lo mantiene en el lugar que se
ganó por su excepcional supremacía intelectual.
No
me imagino a Pío Baroja arrastrándose frente a un político, mucho menos frente
a un gobierno porque cuando necesitó dinero, dejó la medicina para meterse a
panadero y cuando quiso ser político, perdió las elecciones para luego seguir escribiendo y dedicar toda
su vida a escribir como un Dios.
El
caso más tristemente célebre de los escritores al servicio de "la causa"
es el de Pablo Neruda. Después de haber escrito obras geniales y valiosas, su
ceguera política y propensión a arrastrarse frente al ideario comunista lo
llevó a grandes desatinos. Neruda es la máxima expresión del carácter vilmente
"comprometido" del hombre de izquierda. Era un amante de la buena
comida, "la buena vida", los cargos diplomáticos y las colecciones de
"souvenirs millonarios", que lograba enviar por valija diplomática.
El colmo de la miseria al servicio de una causa política fueron sus esperpentos de elogio al criminal
más grande de la historia (Stalin) y esa miseria que escribió exaltando el
"Nixonicidio". ¿Un poeta que escribía
versos deseando que matasen a un ser humano?
Un
escritor apegado a una causa política no puede escribir. Me explico: Si la
razón de ser de toda la historia de la literatura es precisamente ser artífice
de la recreación crítica y representación de la conciencia de su tiempo, sería
un contrasentido que existiesen escritores al servicio de un régimen político,
porque de facto están redundantemente tarifados. Su conciencia tiene precio y
ese precio es tanto monetario como ético.
Los
tarifados de la palabra escrita ni siquiera son amorales. Son ajenos al
verdadero espíritu del escritor, que es el espíritu libertario – repito,
"libertario" – que es la esencia de todo escritor.
@perezlopresti
perezlopresti@latinmail
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