Doy por sentado que una buena parte de mis
amigos son socialistas, y estoy hablando de hombres y mujeres cultos,
profesionales, de mundo, pero basta conversar con ellos cinco minutos sobre el
tema y se hace evidente que lo que ellos llaman socialismo es la buena voluntad
que sienten por los desposeídos, aunado a la importancia que le dan al rol del
Estado como motor de la beneficencia pública y a una “responsabilidad social” a
la que se ven compelidos como manera de elevar el nivel de vida del pueblo.
Eso es todo, más allá de esas impresiones
que, ellos creen, es socialismo, sus valores y creencias se ajustan más al
modelo capitalista, incluyendo sus estilos de vida.
Pero para expresar sentimientos de
solidaridad y humanitarismo- les digo- no necesariamente hay que ser un
socialista, puedes hacerlo desde cualquier ideología; lo que sucede es que el
socialismo ha logrado, con su exitosa estrategia de marketing en Latinoamérica,
acaparar esos nobles sentimientos, al punto de hacer creer que, cuando se
refiere a gente buena y, de alguna manera, comprometida con su entorno social,
se habla exclusivamente de socialistas, confusión ésta que ha sido permitida
por la iglesia latinoamericana, muchas veces equiparando al buen cristiano con
el socialista.
Eso tiene una explicación, el socialismo
venezolano se impuso por vía de los partidos políticos democráticos, se trataba
una cepa aparentemente inocua y desarrollista, pero en su seno tenía el
cromosoma totalitario, que sólo esperó a tener las condiciones adecuadas para
manifestarse, y cuando lo hizo el país carecía de anticuerpos, no había
defensas para combatirlo, nadie dudó de las buenas intenciones de un
revolucionario socialista, ex golpista y militar, que decía sólo vivir para
hacer “justicia social”.
Cosas de la vida. Esta expresión radical del
socialismo, que es el chavismo, ahora acusa a los socialistas demócratas de ser
factores de la ultra derecha. Vaya con la paradoja, cría cuervos y te sacarán
los ojos.
Lo que más preocupa es que, la vieja idea
marxista de colocar al Estado como máquina de tren del progreso, que arrastra
tras de sí a todos los demás componentes de la sociedad, era la filosofía a
favor del estatismo, fomentada durante todo el período democrático y,
justamente, la piedra de tranca para que se desarrollara en el país una clase
media y empresarial robusta y amplia.
Privilegiar al Estado por encima de otras
instituciones sociales ha sido una pésima idea, pero peor aún ha sido
convertirlo en el único que decide en el reparto de lo que John Rawls describe
como “Las cargas y beneficios de la cooperación social y los deberes y derechos
de las instituciones básicas de una sociedad”.
Un político, un militar, un funcionario
público no es mejor ni peor persona que usted o yo; somos todos humanos con
nuestras debilidades y virtudes, por lo que es insensato asignarle a un solo
grupo de ciudadanos esa tremenda responsabilidad, preferible es distribuirla,
descentralizarla, que tenga una amplia base de factores sociales y obligarlos
al consenso; pero el Estado solito, decidiendo por todos nosotros, así
estuviera conformado por puros sabios, sería simplemente un disparate.
Pero volvamos a mi grupo de amigos, “a mis
socialistas”, entre los que soy considerado un radical o de la extrema derecha,
debido, entre otras causas, a que critico con contundencia al socialismo,
muchos de nosotros venimos de familias ligadas al socialismo democrático y con
fuertes vínculos con la iglesia; si bien no toman mis argumentos como ataques
personales, de alguna manera los incomodo al recordarles que el socialismo
tiene su lado oscuro y siniestro, que tiene que ver con su espíritu
colectivista, que no cree en el libre mercado ni en las libertades individuales,
que tiene un esquema económico centralista y monopolista de Estado, con una
ética utilitaria y sólo para pobres, que incentiva el odio de clases, que no
cree en la división del trabajo, que predica que sólo la clase obrera está
ungida para dirigir la sociedad, eso, hasta que los sindicatos se le hacen
incómodos, que detesta la propiedad privada y la culpa de ser la causante de
todas las desigualdades e injusticias.
Para todos es conocido que el socialismo se
ha fragmentado de tal manera que hay un tipo de socialismo para cada gusto y
necesidad, desde los inocuos y agradables movimientos ecológicos, pasando por
neo keynesianismo y el social cristianismo, hasta llegar al leninismo más
brutal.
Lo que no me entienden, o no logro explicar
adecuadamente, es que existe un movimiento socialista a escala mundial que se
nutre de todos estos, llamémoslos, “socialismos satélites”, que giran al torno
de ese inmenso agujero negro que es el socialismo duro, ese que se mantiene en
el poder gracias a la maquinaria militar, que obliga a sus nacionales a una
vida dirigida y planificada, bajo un férreo control por parte del Estado, donde
la miseria y la pobreza reinan – recuerden que los pobres son lo importante -
donde los que se aprovechan de esta retórica se han convertido en tiranía.
Simplemente, saquen las cuentas ¿Cuántos
socialismos en el mundo son realmente humanistas y efectivamente han conducido
a los pueblos a una mejor forma de vida?
No se vayan al pasado, digo ahora en este
preciso momento ¿Cuántos países que se dicen socialistas pertenecen a ese
núcleo de dictaduras y opresión?
Según mis cuentas, son el 98% de los países
sometidos a regímenes de terror y explotados por el Estado, sin libertades y
atrasados.
Entonces ¿De qué socialismo estamos hablando?
Les reitero, quiero mucho a mis amigos que se
dicen socialistas, leo mucha literatura socialista, me gusta discutir sobre
estas ideas, creo que los socialistas ven las cosas desde puntos de vista
interesantes, aprendo de ellos lo que puedo, pero jamás, permitiría que tomaran
el poder, porque cuando un socialista gobierna, el orden y la prosperidad se
extravían, es el toque de Midas, pero al revés.
No los abrumo más con mis pensamientos, sólo
espero que lo piensen bien antes de contestar a la pregunta, ¿Son, de verdad,
socialistas?-
saulgodoy@gmail.com
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