El clamor popular por mayor "solidaridad"
no sólo es recurrente, sino que también resulta ya acostumbrado. Pero son pocos
quienes a la hora de interrogarlos sobre este reclamo son capaces de explicar
con claridad a qué se quieren referir, y menos aun puede encontrarse dentro de estos
quienes conozcan las raíces del término.
Como no podía esperarse menos de él, es
nuevamente L. v. Mises quien explica mejor el tema:
"En décadas recientes pocos son los que
han logrado permanecer inmunes al éxito de la crítica socialista al orden
social capitalista. Incluso aquellos que no desearon capitular ante el
socialismo han intentado de diverso modo actuar de acuerdo a su crítica de la
propiedad privada de los medios de producción.
De tal modo han originado
sistemas mal diseñados, eclécticos en su teoría y débiles en su política, que
buscaron una reconciliación de sus contradicciones. Pero pronto cayeron en el
olvido. Sólo uno de aquellos sistemas encontró repercusión: el sistema
autodenominado solidarismo. Este ha arraigado sobre todo en Francia; no sin
razón fue calificado como la filosofía social oficial de la Tercera República.
Fuera de Francia se conoce menos el término “solidarismo”, pero las teorías que
originan al solidarismo constituyen el credo sociopolítico de muchos que tienen
inclinaciones religiosas o conservadoras y que no suscriben el socialismo
cristiano o de estado. El solidarismo no se destaca ni por la profundidad de su
teoría ni por la cantidad de sus adherentes. Lo que le confiere cierta
importancia es su influencia sobre muchos de los más grandes hombres y mujeres
de nuestro siglo."[1]
Hoy en día, el término solidarismo no es
tampoco muy usual, pero sí en cambio son frecuentes las continuas apelaciones a
la solidaridad. Incluso en forma redundante recurriendo al pleonasmo
"solidaridad social". Superfluidad tremenda, porque si la solidaridad
no fuera "social" ¿entre quienes otros que no fueran los humanos
podría practicarse la solidaridad?
L. v. Mises expone en qué consiste
verdaderamente el solidarismo así:
"El solidarismo busca colocar otras
normas. Por Encima de éstas. Son esas otras normas las que así se convierten en
la ley fundamental de la sociedad.
El solidarismo reemplaza el derecho de
propiedad por una “ley superior”; en otras palabras, materializa su abolición.
Desde luego que los solidaristas no desean ir
tan lejos. Dicen que sólo desean limitar la propiedad, pero mantenerla en
principio. Pero cuando se ha ido tan lejos como para establecer límites a la
propiedad diversos de aquellos que emanan de su propia naturaleza, uno ya ha
abolido la propiedad. Si el propietario sólo puede hacer con sus bienes lo que
se le prescribe, lo que pasa a dirigir la actividad económica nacional no es la
propiedad sino el poder que prescribe sus usos."[2]
En referencia a entornos contrarios a la
sociedad abierta, enseña el Dr. Benegas Lynch (h):
"En estos contextos, la solidaridad, la
caridad y la filantropía resultan degradadas. Se degradan cuando irrumpe
aquella contradicción en términos denominada “estado benefactor”. La
beneficencia, la caridad y la filantropía se realizan con recursos propios y de
modo voluntario. El uso de la fuerza es incompatible con un acto de caridad. El
mal llamado “estado benefactor” no sólo reduce los ingresos de quienes podrían
haber ayudado a su prójimo sino que transmite la malsana idea de que es el
aparato de fuerza el encargado de “ayudar” a los más necesitados, con lo que,
como ha apuntado Wilhelm von Humbolt, muchos tienden a desligarse de lo que
hubieran sido bienhechoras inclinaciones naturales para con el prójimo. Por
otra parte, quienes reciben ingresos fruto de la coacción resultan disminuidos
moralmente o, si no tienen dignidad, se convierten en activistas alegando
“derechos” al bolsillo ajeno. Como han demostrado autores como Wolfe y
Cournvelle, existe un estrecho correlato entre libertad y caridad y opera una
especie de “Ley de Gresham” devastadora cuando el aparato de fuerza se arroga
tareas “caritativas” desplazando a la genuina filantropía."[3]
Justamente la filosofía solidarista es la que
reivindican los populismos que padecen los países latinoamericanos bajo los
regímenes de los Kirchner en Argentina, Morales en Bolivia, Correa en Ecuador y
el comunismo chavista venezolano. Pero no solamente sucede en las demagogias
populistas, también otro tanto puede observarse en el resto del mundo. Dado que
el solidarismo se ha extendido sobre la faz de la tierra de manera asombrosa. Y
el problema ya se conocía en el siglo XIX, cuando Bastiat exclamaba:
"Al cabo de sus sistemas y esfuerzos
parece que el socialismo, por más complaciente que sea consigo mismo, no puede
dejar de ser el monstruo de la expoliación legal. ¿Pero qué hace? Lo disfraza
hábilmente a los ojos de todos, hasta a los suyos propios, bajo seductores
nombres de fraternidad, solidaridad, organización, asociación. Y en razón de
que nosotros no pedimos tanto a la ley, porque no exigimos de ella sino
justicia, el socialismo supone que rechazamos la fraternidad, la solidaridad,
la organización y la asociación, lanzándonos el epíteto de individualistas.
Sépase
pues que lo que rechazamos no es la organización natural sino la organización
forzada.
No es
la asociación libre, sino las formas de organización que pretende imponernos.
No es
la fraternidad espontánea, sino la fraternidad impuesta.
No es
la solidaridad humana, sino la solidaridad artificial, que no es otra cosa que
un injusto desplazamiento de responsabilidades.
No
repudiamos la solidaridad humana natural bajo la Providencia."[4]
Lamentablemente, en su siglo, Bastiat no fue
escuchado, y se siguió avanzando en el camino equivocado que él alertaba.
[1] Ludwig von Mises. "SOCIALISMOS Y
PSEUDOSOCIALISMOS" Extractado de Von Mises, Socialism: An Economic and
Sociological Analysis, capítulos 14 y 15. La traducción ha tenido como base la
versión inglesa publicada por Liberty Classics, Indianápolis, 1981. Traducido y
publicado con la debida autorización. Estudios Públicos, 15. Pág. 25 a 28
[2] L. v. Mises, Ob. Cit. idem anterior.
[3] Alberto Benegas Lynch (h) Entre albas y
crepúsculos: peregrinaje en busca de conocimiento. Edición de Fundación
Alberdi. Mendoza. Argentina. Marzo de 2001. Pág. 124 y 125.
[4] Frédéric Bastiat. La ley. Pág. 14
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