jueves, 29 de agosto de 2013

ALONSO MOLEIRO, EL EQUILIBRIO INFORMATIVO Y EL EQUILIBRISMO EXISTENCIAL

De un tiempo a esta parte, cada vez que un vocero público quiere hacer vigente los cambios en su escala personal de prioridades, agita ante las graderías el resbaloso expediente del “equilibrio informativo”. La más común de las engañifas que consumen felices algunos periodistas y políticos que no terminan de comprender los rasgos fundamentales del momento venezolano actual.

No se trata de que el norte del equilibrio, como la de la despolarización, no sean horizontes a conquistar para toda la sociedad. Quien suscribe esta nota ha sido durante toda su vida, junto a muchos otros de sus colegas, un obsesivo defensor de la precisión en el dato; la relación correcta, pero sin concesiones, frente al poder; y el imperativo de que, en la obtención de una noticia, todas las fuentes sean consultadas.

Pienso que es necesario hacer todos los días ejercicios de buena voluntad; desahogar, hasta donde se pueda, el duro fermento anímico que producen las agresiones cotidianas del oficialismo asentando la convicción de que las cosas se pueden hacer bien, ejerciendo correctamente la profesión, hablando también de aquello que a todos nos beneficie. Por muy grave que sea la diferencia que tenemos con los chavistas, por discutible que nos parezca aquello que a ellos les enorgullece, y por despreciables que con frecuencia consideramos sus maniobras y su vocación para mentir, jamás debemos perder de vista que este país seguirá siendo una sola cosa: buenas y malas las heredarán nuestros hijos y nietos, en un contexto completamente distinto, espera uno que para bien, al que vivimos actualmente.

La defensa del equilibrio información, sin embargo, en ninguna circunstancia puede comportar la consagración del arte del equilibrismo. La enfermedad del oportunismo, del exceso de ambición, la venta de conciencias y de la debilidad de espíritu que inunda a tantas voluntades en la Venezuela de hoy.  El equilibrio no es un decreto: como todo equilibrio, precisa de unas circunstancias precisas que permitan su concreción. Necesita un contexto que le permita florecer con dignidad.

Uno de los actores de la vida nacional está promoviendo una moción en la cual quede prohibida la tolerancia. Pues bien: es lo único que no puede tolerar un tolerante. El juego civil en Venezuela tiene en este momento las cartas marcadas. El equilibrio será una circunstancia consolidada en la medida que rescatemos un estado democrático que nos permita sembrarlo de nuevo, junto a otros valores hoy en decadencia, en la nación.

La línea que colmó el plato en torno a cualquier debate con el oficialismo en torno a la libertad de expresión, la transparencia informativa, el pluralismo político y la ética en el proceder lo constituyó el cierre de Radio Caracas Televisión, en mayo del año 2007. El Venezuela hay gente que olvida muy rápido. Demasiado rápido. A partir de entonces las cosas, lejos de mejorar, han empeorado: el alto gobierno a creado un estado para sus amigos y simpatizantes y hace lo que quiere con la legalidad. A todos debería lucirnos obvio que no tiene la menor intención de rendirle a la nación un sincero y humilde relato autocrítico de sus excesos. Son jerarcas acomodados, privilegiados y amorales en su inmensa mayoría. Están dispuestos a hacer lo que sea, incluyendo la posibilidad de venderle el alma al demonio, con el objeto de no perder  jamás el poder. Todos los días se llaman a propietarios de medios y se les amenaza; a los más críticos se les han levantado incontables procesos administrativos. Los poderes públicos se complotan legalmente contra muchos de nuestros colegas por denunciar lo excesivo y lo punible. Periodistas de todos los medios han sido apaleados en incontables ocasiones por bandas armadas en actitud gangsteril. Sus medios de comunicación han escupido incontables insultos cotidianos en contra de la disidencia. Vivimos en un gobierno que ha hecho de la impunidad su razón de vida.

Disidencia a la cual pertenecen, por supuesto que sí, partidos, sindicatos, ligas estudiantiles, universidades, y algunos medios de comunicación: gracias a ellos la opinión pública ha podido ir cotejando, de forma dispersa pero consecuente, los indicios más serios de un estado disfuncional, peligrosa y profundamente corrompido en todos sus estamentos. Nadie termina de explicarse por qué es que los periodistas y medios del gobierno pueden evidenciar una conducta como la que observan mientras, al mismo tiempo, se sienten con derecho a vetar y condicionar la de los demás.   Sabemos lo que sabemos porque Globovisión, Tal Cual, El Universal y El Nacional, La Patilla, y El Nuevo País, entre otros, lo han ido denunciando de forma responsable y valiente. El propio gobierno ha ido destilando la información de forma oportunista, con el objeto de presentar algunos presos de menor monta a manera de hora de parra: el Fondo Chino, Cadivi, Pdvsa, Bandes, la CVG, las gobernaciones de Guárico, Aragua y Bolívar. Las notas estructuradas del Ministerio de Finanzas. La valija llena de dólares de Pedro Antonini Wilson. Los puertos, los tribunales, las contrataciones, las obras públicas. Todos sabemos lo que está pasando en este país.

La disidencia que describo forma parte de un estamento social que tuvo su epicentro en la clase media, pero que es amplísimo, ya mayoritario en el país, con una enorme diversidad social y un amplio espectro: la oposición política que existe en medio del marco constitucional dispuesto para ello. A nadie le debe dar pena asumir tal circunstancia en este momento. Un sentimiento completamente legítimo: es robusto, es profundo, y, en virtud del estado actual de destrucción de la nación y la calidad de vida de sus habitantes, está completamente justificado.

Vayan dedicadas estas líneas a ciertos delanteros centrales de la oportunidad que gustan posar de santurrones; a los funcionarios hipócritas que gustan calzarse el sombrero de periodistas, pero que no dejan jamás de ser dolientes de esta decadente burocracia; a los empresarios que expanden sus intereses inconfesables a la sombra del poder político, a aquellos que se están haciendo ricos mientras nos venden por partes la radionovela de la revolución

A aquellos que, todavía hoy, se atrevieron a decir que  Globovisión “es un partido político”.


Alonso Moleiro (

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