De
un tiempo a esta parte, cada vez que un vocero público quiere hacer vigente los
cambios en su escala personal de prioridades, agita ante las graderías el
resbaloso expediente del “equilibrio informativo”. La más común de las
engañifas que consumen felices algunos periodistas y políticos que no terminan
de comprender los rasgos fundamentales del momento venezolano actual.
No
se trata de que el norte del equilibrio, como la de la despolarización, no sean
horizontes a conquistar para toda la sociedad. Quien suscribe esta nota ha sido
durante toda su vida, junto a muchos otros de sus colegas, un obsesivo defensor
de la precisión en el dato; la relación correcta, pero sin concesiones, frente
al poder; y el imperativo de que, en la obtención de una noticia, todas las
fuentes sean consultadas.
Pienso
que es necesario hacer todos los días ejercicios de buena voluntad; desahogar,
hasta donde se pueda, el duro fermento anímico que producen las agresiones
cotidianas del oficialismo asentando la convicción de que las cosas se pueden hacer
bien, ejerciendo correctamente la profesión, hablando también de aquello que a
todos nos beneficie. Por muy grave que sea la diferencia que tenemos con los
chavistas, por discutible que nos parezca aquello que a ellos les enorgullece,
y por despreciables que con frecuencia consideramos sus maniobras y su vocación
para mentir, jamás debemos perder de vista que este país seguirá siendo una
sola cosa: buenas y malas las heredarán nuestros hijos y nietos, en un contexto
completamente distinto, espera uno que para bien, al que vivimos actualmente.
La
defensa del equilibrio información, sin embargo, en ninguna circunstancia puede
comportar la consagración del arte del equilibrismo. La enfermedad del
oportunismo, del exceso de ambición, la venta de conciencias y de la debilidad
de espíritu que inunda a tantas voluntades en la Venezuela de hoy. El equilibrio no es un decreto: como todo
equilibrio, precisa de unas circunstancias precisas que permitan su concreción.
Necesita un contexto que le permita florecer con dignidad.
Uno
de los actores de la vida nacional está promoviendo una moción en la cual quede
prohibida la tolerancia. Pues bien: es lo único que no puede tolerar un
tolerante. El juego civil en Venezuela tiene en este momento las cartas
marcadas. El equilibrio será una circunstancia consolidada en la medida que
rescatemos un estado democrático que nos permita sembrarlo de nuevo, junto a
otros valores hoy en decadencia, en la nación.
La
línea que colmó el plato en torno a cualquier debate con el oficialismo en
torno a la libertad de expresión, la transparencia informativa, el pluralismo
político y la ética en el proceder lo constituyó el cierre de Radio Caracas
Televisión, en mayo del año 2007. El Venezuela hay gente que olvida muy rápido.
Demasiado rápido. A partir de entonces las cosas, lejos de mejorar, han
empeorado: el alto gobierno a creado un estado para sus amigos y simpatizantes
y hace lo que quiere con la legalidad. A todos debería lucirnos obvio que no
tiene la menor intención de rendirle a la nación un sincero y humilde relato
autocrítico de sus excesos. Son jerarcas acomodados, privilegiados y amorales
en su inmensa mayoría. Están dispuestos a hacer lo que sea, incluyendo la
posibilidad de venderle el alma al demonio, con el objeto de no perder jamás el poder. Todos los días se llaman a
propietarios de medios y se les amenaza; a los más críticos se les han
levantado incontables procesos administrativos. Los poderes públicos se
complotan legalmente contra muchos de nuestros colegas por denunciar lo
excesivo y lo punible. Periodistas de todos los medios han sido apaleados en
incontables ocasiones por bandas armadas en actitud gangsteril. Sus medios de
comunicación han escupido incontables insultos cotidianos en contra de la
disidencia. Vivimos en un gobierno que ha hecho de la impunidad su razón de
vida.
Disidencia
a la cual pertenecen, por supuesto que sí, partidos, sindicatos, ligas
estudiantiles, universidades, y algunos medios de comunicación: gracias a ellos
la opinión pública ha podido ir cotejando, de forma dispersa pero consecuente,
los indicios más serios de un estado disfuncional, peligrosa y profundamente
corrompido en todos sus estamentos. Nadie termina de explicarse por qué es que
los periodistas y medios del gobierno pueden evidenciar una conducta como la
que observan mientras, al mismo tiempo, se sienten con derecho a vetar y
condicionar la de los demás. Sabemos lo
que sabemos porque Globovisión, Tal Cual, El Universal y El Nacional, La Patilla,
y El Nuevo País, entre otros, lo han ido denunciando de forma responsable y
valiente. El propio gobierno ha ido destilando la información de forma
oportunista, con el objeto de presentar algunos presos de menor monta a manera
de hora de parra: el Fondo Chino, Cadivi, Pdvsa, Bandes, la CVG, las
gobernaciones de Guárico, Aragua y Bolívar. Las notas estructuradas del
Ministerio de Finanzas. La valija llena de dólares de Pedro Antonini Wilson.
Los puertos, los tribunales, las contrataciones, las obras públicas. Todos
sabemos lo que está pasando en este país.
La
disidencia que describo forma parte de un estamento social que tuvo su
epicentro en la clase media, pero que es amplísimo, ya mayoritario en el país,
con una enorme diversidad social y un amplio espectro: la oposición política
que existe en medio del marco constitucional dispuesto para ello. A nadie le
debe dar pena asumir tal circunstancia en este momento. Un sentimiento
completamente legítimo: es robusto, es profundo, y, en virtud del estado actual
de destrucción de la nación y la calidad de vida de sus habitantes, está
completamente justificado.
Vayan
dedicadas estas líneas a ciertos delanteros centrales de la oportunidad que
gustan posar de santurrones; a los funcionarios hipócritas que gustan calzarse
el sombrero de periodistas, pero que no dejan jamás de ser dolientes de esta
decadente burocracia; a los empresarios que expanden sus intereses
inconfesables a la sombra del poder político, a aquellos que se están haciendo
ricos mientras nos venden por partes la radionovela de la revolución
A
aquellos que, todavía hoy, se atrevieron a decir que Globovisión “es un partido político”.
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