Mientras los académicos, columnistas y
gobernantes nos enredamos en un debate acerca del significado, la justeza y la manipulación
de las protestas sociales en curso, los paros y bloqueos crecen en número,
cobertura y radicalidad.
Empecemos por el tema de la justeza que
anima no pocas de las movilizaciones sociales de los últimos tiempos. No hay
duda que existen poderosas razones justicieras, en particular de los sectores
agrarios. Temores ciertos sobre las consecuencias de la competencia que se abre
con la firma de tratados de libre comercio sin que el gobierno tome las medidas
preventivas para conjurar la ruina de unos y planear el recambio de actividades
económicas de otros. Es claro también que allí donde existen grandes
desigualdades y exceso de pobreza, habrá siempre condiciones sociales para que
las gentes exijan reivindicaciones puntuales.
Ahora bien, no solo en Colombia sino en
cualquier país con problemas similares, los paros y las huelgas no son asépticos.
Quiero decir, no se mantienen en la esfera puramente reivindicativa, v, gr.
salarios, salud, vivienda, servicios públicos, educación, infraestrructura,
medio ambiente, etc. sino que entran en contacto con intereses y agentes
políticos. Hasta este punto no hay motivo para mayores preocupaciones. El
ministro del Interior olvida, adrede, que la democracia ha creado instrumentos,
instituciones, mecanismos y tradiciones que permiten un manejo no explosivo ni
crítico de la protesta social aunque en
ella intervengan intereses y agentes políticos.
En un marco como el señalado, los
movimientos sociales y sus medios de manifestación aprenden a regularse, no se
proponen objetivos radicales de difícil o imposible respuesta por parte del
gobierno. La intervención de activistas políticos en dichos movimientos tampoco
puede ser motivo de alarma siempre y cuando ellos entiendan y se acojan a esa
regla de oro de no instigarlos hacia demandas inalcanzables o hacia el uso de
la violencia.
Pero, y por eso la coyuntura colombiana
no es comparable con la de Brasil por ejemplo, cuando las protestas sociales
son aupadas, infiltradas y azuzadas por líderes y movimientos que no se ubican
en la legalidad, por ejemplo por guerrillas como ocurre en muchas de esas
protestas, la cuestión cambia de naturaleza. Primero y muy grave, la intención
es crear una situación de fuerza llevada al extremo, en el Catatumbo llevamos
más de 40 días y en vez de amainar se agudiza. Segundo, porque lo
reivindicativo pasa a ser instrumentalizado en favor de otro propósito de
carácter subversivo. El Movimiento Continental Bolivariano, el partido
Comunista clandestino y células guerrilleras, siguen lineamientos que les
ordenan intervenir y dirigir las protestas y acrecentar la lucha
revolucionaria, pues lo que ellos buscan no es la solución de problemas
puntuales sino acumular fuerzas, acrecentar el caos del régimen y despejar el
camino de la toma del poder.
No es un invento que en los paros y
bloqueos está la mano de la guerrilla y de la extrema izquierda, aunque no se
puede desconocer que en ocasiones presentes y en tiempos de la guerra fría se
apelaba al fantasma de la subversión para desestimar y descalificar movimientos
reivindicativos justos. Hay también pruebas suficientes sobre la infiltración
de esos movimientos y luchas por parte de grupos al margen de la ley. Fresco
está el recuerdo de lo sucedido con el
movimiento de usuarios campesinos surgido durante el gobierno de Carlos
Lleras en torno a la consigna de la tierra para el que la trabaja. Una amplia
gama de grupos de izquierda y extrema izquierda y hasta guerrillas, se
apoderaron de la dirección del mismo llevándolo al total fracaso. También
sucedió en algunas huelgas obreras en las que para sectores ultradicales lo
importante era la destrucción de las empresas más que la transacción y la
negociación misma.
Un ejercicio de revisión crítica sobre
el comportamiento de estos sectores en aquellos años está por realizarse, pero,
tropieza con el desinterés de la academia y de una intelectualidad que se niega
a mirar con ojos revisionistas esa experiencia. Aún se presentan tesis
doctorales acerca del heroísmo obrero en huelgas que significaron un total
fiasco y sacrificios innecesarios porque se les plantearon a los sindicalistas objetivos
y misiones fuera de sus posibilidades.
De manera pues, que la presunción de
que tras de las gentes rebotadas por problemas reales hay grupos con intereses
que van más allá de lo soportable en democracia, tiene su razón de ser. Pero,
reconozcamos también, que el manejo que les está dando el gobierno Santos es
inadecuado, negligente y errático. Responde con ambigüedad, tardíamente, se
deja presionar, promete y no cumple. La ineptitud de los ministros del Agro,
del Interior y de Minas se revela con crudeza al ser reemplazados por el
supernumerario Angelino, una opción ya desgastada.
El orden público hace agua, por los
cuatros costados se incendia el país y la opinión se pregunta con toda razón ¿y
dónde está el capitán? Y lo grave es que tampoco hay bombero porque la Policía
no puede domeñar la situación con medidas extremas, y ojalá que no lo haga. Si
el capitán entendiera que hay que tomar el timón con firmeza y dar un viraje
como alejarse de las aguas bravas de La Habana, las cosas empezarían a cambiar.
Pero, prefiere cerrar los ojos, como el avestruz, y declara estar jugado por la
paz mientras los supuestos amigos de la paz matan a 21 soldados, en rotundo
mentís a su discurso pacifista en el Congreso, en el que reiteró la infamia de
calificar a sus críticos en la legitimidad como partidarios de la guerra.
rdaceved@gmail.com
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