Desde hace varios años asistimos en Argentina
al deterioro de la educación con el
resultado de una creciente mediocridad general. Los stándares que miden la
crisis reflejan índices cada vez más atroces, tanto que si los comparamos con
los de cien años atrás no podemos menos que estremecernos pensando en el mundo
que aguarda a los jóvenes actuales y a las próximas generaciones.
La decadencia constante del sistema educativo
y del producto social consiguiente, es decir, la sociedad y la cultura de los argentinos formados en aquél,
revelan una irreversible tendencia al agravamiento de los resultados en el
corto y mediano plazo, y por consiguiente en el largo.
Los procesos de expansión educativa y
cultural que hemos conocido hasta hace medio siglo atrás son sólo meros
recuerdos de un pasado que nunca más ha de volver ya que la crisis general de la Argentina compromete
seriamente la continuidad y crecimiento de la creación, el desarrollo, la
calidad y el acceso social a la educación, y en consecuencia la transmisión
intergeneracional de la cultura en general.
Por más que se creen nuevas universidades
excepcionalmente alguna produce saberes nuevos, originales y útiles, en
especial los científicos. En general se
dedican a reproducir pensamientos ajenos como relevamientos temáticos,
resumiendo teorías ajenas aunque con diez años de atraso por lo general que
habrá de pasar de mente a mente pero jamás se aplicará en ningún campo de la
vida.
Tanto el intervencionismo como la desidia del
Estado, según ámbitos y campos a considerar, por un lado, y el ideologismo
político y sindical por el otro contribuyen a obstaculizar el crecimiento sustentable o estratégico de
aquellas variables, provocando constantes fenómenos de desconexión del sistema,
de interrupción, de reducción, de atrofia, simplificación, fragmentación,
superficialidad, elementalidad, instantaneidad y fugacidad de procesos inexorablemente
sistémicos y estructurales.
Dada la acelerada profundización de la crisis
educativa y cultural es posible prever sus ominosas repercusiones en los procesos de
socialización, a la luz del deterioro constante de los valores humanistas producidos
en la Modernidad.
Por lo tanto, lo que está en zona de riesgo
es todo.
Un factor simultáneamente causa y efecto de
esta crisis es el impresionante deterioro del prestigio de la razón,
cuestionado no sólo desde la incesante controversia intelectual culturosa, es
decir, ésa que es movilizada por las izquierdas ociosas que merecen ser
llamadas “progres” ya que no llegan a progresistas.
A ello se suma el deletéreo poder corrosivo que la
proliferación –en magnitud y diversidad- de sus producciones, discursos y
teorías ejerce cada vez más sobre la comprensión social de la realidad, por un
lado, y por el otro sobre la credibilidad de la función intelectual como
función sectorial diferenciada.
Así, cada vez más se expande una incómoda
sensación colectiva de desencanto con mensajes y con mensajeros, con voces y
con voceros, atento a la evidencia de su ineficacia para la solución de
problemas reales y concretos de la sociedad.
Aquí y en América latina las teorías, los
discursos y los pensamientos supuestamente transformadores, sobre todo los
hegemónicos, han perdido la sacralidad y la consideración social que supieron
alcanzar en otros siglos.
Hoy todo el mundo siente que ellos no sólo no
alcanzan a producir las transformaciones necesarias para el bienestar del
conjunto de la sociedad sino que directamente son mentirosos y tramposos y
trabajan en su contra, generando además –como si lo anterior fuera poco- un
hartazgo y un rechazo social creciente, y a priori, de pensamientos y
pensadores, tanto de los ya conocidos como de los por conocer.
La recurrencia de nuestros fracasos
societales de conjunto en lo económico, político y social, junto con el
alejamiento y relativismo de la ética y la moral social, así como del espíritu democrático y de un auténtico anhelo
de progreso -a contrapelo de los éxitos habituales de personeros, grupos y
corporaciones gobernantes vinculados al control de los resortes del poder- ha
llevado en las últimas décadas a un creciente escepticismo respecto del valor
del orden y del saber, y en especial del saber científico, para la vida social
sustentable.
Ello ha producido reactivamente un resurgimiento del pensamiento mágico y de
nuevas metafísicas de discutible veracidad a la que se aferran los nuevos
desencantados de la razón en busca de alternativas éticas y estéticas. Incluso
al punto de que lógicas absolutamente incompatibles y tradicionalmente
enfrentadas aparecen cada vez más conciliadas y avalándose mutuamente en
ámbitos y niveles académicos supuestamente prestigiosos.
No es aventurado suponer -de continuar esta
tendencia- que ambos tipos de
pensamiento, el racional y el mágico, colocados en un pie de igualdad,
terminarán por agotar la credibilidad y la paciencia humana produciendo un
estado colectivo de incredulidad general.
Si detrás de toda creencia subyacen las
voluntades que han contribuido a su credibilidad, tanto las que se han
convencido de ésta, como las que lo han hecho a partir de actos de fe o
mediante opciones sin mayores fundamentos podemos prever que como sociedad en
riesgo creciente marchamos hacia el fin colectivo del deseo y la voluntad de
creer.
Por este camino, desgraciadamente, lo que
triunfará finalmente será lo otro, no la razón ni la metafísica, ni la magia ni
la religión, sino el rechazo de todo conocimiento, de todo sistema de ideas
organizadoras del mundo. En suma, el fin
del creer en algo, en cualquier cosa, la desaparición por igual de la razón y
de la fe, y peor aún, de la voluntad.
Así parecen demostrarlo muchos
comportamientos humanos tanto entre nosotros como a escala mundial, cada vez
más incomprensibles a la luz de los discursos y prácticas reales actuales
supuestamente basados en lo que es tenido como racionalidad política,
filosófica y ética.
Desfasajes, desvíos, distorsiones, atajos y
justificaciones, tanto teóricas como de hecho, horadan y corroen
continuadamente y sin tapujos los tradicionales sistemas y concepciones que por
siglos constituyeron elevadas formas de la conciencia política y social del
humanismo. Tanto y tan gravemente que han perdido poder explicativo de nuestros
derrapes y derivas conscientes e inconscientes.
Mejor dicho, explicar es lo único que pueden
seguir haciendo hasta cierto punto, ya que lo que deberían hacer
prioritariamente y no pueden es proponer un nuevo sentido a la vida, a la
aventura humana, ofrecer nuevos incentivos y generar motivaciones para querer
vivir mejor recuperando plenitud vital… pero su alejamiento de la vida se los
impide.
Por lo mismo, se nota la ausencia de un nuevo
tipo de enfoque, de un punto de observación
distinto con un nuevo objeto de examen, que deje atrás tanta hojarasca
inservible que con apariencia crítica termina siempre legitimando la injusticia
existente y por consiguiente al sistema en su conjunto tal cual se presenta.
Se echa de menos la existencia de un nuevo
espacio para explorar e investigar más allá de la política que conocemos; quizá
una suerte de metapolítica que no sea, sin embargo, la metafísica de la
política.
Probablemente desde ahí haya más posibilidades de descubrir algo
nuevo aunque por el momento no sepamos qué es (yo no lo sé, aunque sí existen
algunos que saben qué buscar), que sea capaz de facilitar la producción de
nuevos comportamientos políticos limpios.
Pese a que algunos consideran que la política
en Argentina nunca existió, y a que para otros si bien existió en realidad
nació sin vida, como mera fantasmagoría -difiriendo éstos últimos tan sólo en
las fechas a considerar- lo cierto es que aquí ha muerto la política pues lo
que hoy existe como tal no es digno de ser llamado así, incluidos los políticos
en general, culpables principales de su desnaturalización junto con otros
integrantes y corporaciones del establishment, amén de la ciudadanía en
general, especialmente en los últimos treinta años, desde el retorno de la vida
institucional hasta hoy.
Ellos la convirtieron en criptopolítica
(“política” de la oscuridad, el silencio y el olvido), “política” degenerada
que ha abandonado los supuestos basales del quehacer político, aquellos del
servicio y el bien común, que han sustituido descaradamente por la manipulación
de la fuerza y la riqueza en beneficio de camándulas de asaltantes del gobierno
y del Estado, falsamente legitimadas institucionalmente, en el colmo de la
abominación ética.
Por ellos, por las cooperativas y
asociaciones de corruptos y corruptores la política se degradó hasta niveles
increíbles y se desnaturalizó para no servir ya ni siquiera para la
administración de la escasez estructural de recursos económicos genuinos a
cargo de los gobiernos, ni para la contención de conflictos sociales cada vez
más grandes. Es decir, la concepción grande de la política es creación y bien
común, mientras que la concepción mínima atiende sólo a la contención, pero ni
siquiera ésta última es posible hoy entre nosotros.
Actualmente la política, tal cual es
concebida y sostenida por los empoderados depredadores del sistema, es lisa y
llanamente una actividad terrorista y antisocial para robar y humillar a la
nación y a la sociedad.
Este ominoso presente es ya una pesada espada
de Damocles sobre la sociedad. La pregunta del millón es hasta cuándo la
tensión entre lo instituido y lo instituyente podrá ser controlada, reprimida y
sofocada por la fuerza del sistema, o bien cuándo, en qué momento, ésta será
superada por una fuerza de origen y sentido opuesto.
Sólo una metapolítica, o una política no
formalizada pero abierta y transparente, puede ayudar a cualquier sociedad a
revertir esa involución compleja que a todas luces conduce a la antipolítica,
tanto si se la enfoca desde el poder y de cara a la sociedad como si se lo hace
a la inversa.
Si la política se basa cada vez más, de
hecho, en la concepción del poder vertical descendente desde una reducida
cumbre y como capacidad personal de dominio y autoridad sobre la sociedad, la
metapolítica debe buscar aquello que sabemos teóricamente pero que es un
inédito posible: una forma horizontal desde unas bases amplias con sentido
ascendente como expresión de resistencia social ante la degradación política
actual, siendo su tarea principal desmontar críticamente el descomunal edificio
político cultural del sistema, pero esto implica llevarlo hasta las últimas
consecuencias, no en el sentido de hacer una revolución para crear un nuevo y
consiguiente poder conservador, sino en el de discutir y eventualmente tomar
partido por nuevas certezas, echando abajo tantos mitos y presupuestos que no
sirven a la sociedad ni a sus miembros sino a quienes gobiernan y tienen el
poder.
No pienso sólo en los mitos negativos, los clásicos,
que pueden ser negativos para la sociedad y útiles para los poderosos, sino en
todos los mitos, incluidos los que pueden llamarse mitos inútiles, y sobre todo
en los más nuevos. Como se apreciará, no los nombro deliberadamente pues
prefiero que el lector piense que existen mitos clásicos, nuevos y novísimos,
otros que son negativos/positivos según para quién, y mitos inútiles (inútiles
pero que traen cola…).
Me gustaría que alguien los pensara, los
buscara, los hallara y los enunciara, y muchos los debatieran. Por mi parte,
hace años que vengo hablando de ellos, ahora deseo que activen neuronas los
demás, a ver si la lectura de artículos de crítica sirve y dura más allá del
tiempo que insume su lectura. Razonar es cosa de todos, no exclusivamente de
intelectuales ni de ciertos sectores especiales.
Sólo después de esas tareas será posible y
deseable para el conjunto de la sociedad aspirar a lograr nuevas formas
saludables de delegación y representación política en un nuevo marco de
recuperación del valor social de los
derechos y obligaciones, de las responsabilidades y de la custodia rigurosa de
aquello que se haya recuperado o refundado.
Para finalizar, quiero decir al lector, por
si no lo ha descubierto aún, que lo más grave que nos aguarda es la resignación,
la indiferencia, la muerte de la esperanza, individual y socialmente.
En consecuencia, lo que me mueve en
particular es contribuir a que el soplo de vida no se apague. Como podrán
apreciar, creo que la esperanza auténtica puede reaparecer… siempre que se
trabaje en ella, nunca mágicamente ni por revelación de ninguna clase, ni por
consumir un artículo periodístico.
carlos@schulmaister.com
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