jueves, 12 de diciembre de 2013

Saúl Godoy Gómez, Proust de acuerdo a Maurois

Dijo Dostoievski que hay momentos en que el tiempo se detiene de pronto para dejar paso a la eternidad, y de eso se trata justamente la extraordinaria novela de Marcel Proust, En busca del tiempo perdido, la cual, para mí, es una selva salvaje e inexplorada y que si no cuentas con un buen guía inevitablemente te pierdes. En mi caso necesité de otro escritor francés para que me abriera paso en la espesura, y André Maurois resultó el mejor navegante posible en aquella jungla de sensaciones y reminiscencias.

Tomó a un arqueólogo de ruinas de templos budistas en indochina, a un revolucionario que llegó a convertirse en secretario del Kuomintang en China, que fue actor, junto con Chang Kai-Shek, de la pavorosa crisis de Shanghái en 1927, que de regreso a su país se gana el prestigioso premio Goncourt con su novela sobre el oriente, El destino del hombre, el mismo que denunció el fascismo de Mussolini y que en 1936 se va a España a luchar en contra de Franco y quien sin ser un aviador experto, crea un grupo de tarea con el que lidera 75 misiones aéreas; durante la Segunda Guerra Mundial perteneció al cuerpo de blindados del ejército francés, es capturado por los nazis, se escapa y se une a los maquis en la clandestinidad desde donde ayuda a la inteligencia británica en la lucha contra los alemanes que han invadido su país. Llega a la Academia de las Letras apadrinado por el Mariscal Pétain, el que luego sería la cabeza del infame gobierno de Vichy pero sorprende al mundo cuando luego de la guerra, se alía con la extrema derecha y apoya los poderes dictatoriales entregados a Charles de Gaulle.

André Maurois no era un gatito de peluche, era un escritor portentoso, un historiador del arte, un cirujano del alma humana que escribió las mejores biografías de su época, fue también uno de los primeros escritores franceses que se ocupó de la ciencia ficción.

El libro que escribió Maurois sobre Proust está considerado una obra maestra de la investigación y la interpretación, basado no solo en su obra literaria formal, fue el primero que tuvo acceso a su correspondencia, notas, cuadernos personales y fichas, leyó cuanto material se escribió sobre este “Príncipe Persa de las letras francesas”, entrevistó a quienes tuvieron la oportunidad de conocerlo, visitó cada lugar que menciona en sus escritos, su experiencia con el análisis freudiano le sirvió para ahondar en la compleja personalidad del artista y descubrir para nosotros no solo a un esteta y filósofo, sino a una de las inteligencias más preclaras de su siglo.

Dice Maurois: “Hacia 1905, Marcel Proust, tras veinte años de lecturas, observaciones y pacientes estudios sobre el estilo de los maestros, se hallaba en posesión de un gigantesco fondo de notas. Personajes surgidos de sus amistades y sus odios habían nacido lentamente en su interior, se nutría de sus experiencias y eran para él más vivos que los vivos mismos. En el transcurso de sus largos insomnios había extraído de sus sufrimientos y sus debilidades una filosofía original que había de proporcionarle un tema maravilloso y nuevo para su novela. Sobre aquellos inmensos paisajes sentimentales, la luz lejana del paraíso perdido arrojaba una luz oblicua y dorada, que ornaba de poesía todas las formas. Faltaba instrumentar ese rico material melódico y componer con esos numerosos fragmentos su obra.”

Para Proust, el transcurrir inexorable de los instantes hace que nuestro mundo cambie con cada momento, transformando nuestros cuerpos y pensamientos.

Todas nuestras querencias y sentimientos terminan en ausencias, nada perdura, estamos inmersos en el tiempo y es una ley que vivimos luchando en su contra, nuestros ideales se van erosionando, nuestros amigos y amores envejecen y la muerte finalmente nos los quita.

Para Proust, el mundo real no existe, en su lugar hay un proceso en continua creación y degradación, por ello no hay solo un mundo, sino millones de ellos, tantos como personas existen.

La única posibilidad de rescatar el pasado es por medio de la memoria, el tiempo destruye la vida, la memoria trata de preservarlo, he aquí el corazón del pensamiento proustiano.
Un paisaje es creado en el momento por la visión de la persona, una visión que no es inocente, que ya viene cargada de tendencias, valores, conocimientos, experiencias y lo que estemos sintiendo en ese instante, por ello los paisajes son irrepetibles y únicos, entre otras razones porque cuando volvemos a mirarlo, tratando de rescatar ese sentimiento original, ya somos otros.

Pero la memoria puede rescatarse por medio de sensaciones, como un olor o un sabor, o palpando una textura, es como recobrar esos instantes del pasado saboreando una magdalena con té en un jardín o escuchando alguna vieja canción, se destapan los recuerdos y por un solo instante, vivimos en la eternidad.

Lo único que podía centrar de alguna manera ese flujo de sensaciones de vida era el arte, dice André Maurois sobre el pensamiento de Marcel Proust: “El papel del arte habrá sido, pues, derribar los obstáculos, las ideas preconcebidas que se interponen entre el espíritu y lo real. Así la filosofía se convertía en una reflexión sobre el arte.” Y remata el propio Proust: “De este modo, el arte enfila el camino de la metafísica y deviene en método de descubrimiento”.

En busca del tiempo perdido, la más lograda y famosa obra de Marcel Proust no es una lectura que se hace por obligación y mucho menos contra el reloj o con otros asuntos en la cabeza, es una novela de cerca de tres mil páginas que le deparará un gran placer estético, se sumergirá en el mundo de uno de los más grandes estilistas del mundo, y como dice Maurois, del mejor “cazador de sensaciones” que ha existido. – 

saulgodoy@gmail.com


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