viernes, 13 de diciembre de 2013

GIOCONDA SAN BLAS, PANDORA EN NAVIDAD

A mis afectos lejanos y a los que aquí nos acompañan. Y mi recuerdo para quienes ya nos dejaron
Panettone de Milano e higos rellenos con nueces, llegados de Italia por vía de la nonna, hallacas, pernil, pan de jamón y dulce de lechosa, hechuras de mi madre, engolosinaron mis navidades infantiles. Como tantas familias venezolanas, la mía se fundó con un padre emigrado desde el empobrecido sur de Italia y una madre de profunda raigambre oriental, espantada a Caracas junto con su familia para huir de la miseria y el paludismo que azotaban a su pueblo natal y a ella misma en la primera mitad del siglo XX.

Al paso del tiempo formé mi propio hogar. Y al menú decembrino de mis hijos se añadieron entonces la trucha canaria (un dulce navideño, no un pescado) y otras delicias aprendidas de la mano de mi suegra, emigrante de las Islas Canarias en busca de un futuro promisorio para ella y su familia.
En ese crisol de estirpes crecimos miles de venezolanos, hijos del mestizaje que encontró aquí suelo fértil para construir un país a partir del esfuerzo conjunto de nativos e inmigrantes. Hasta que en la última década los nietos comenzaron a recorrer un camino inverso al de sus abuelos, desterrados de su suelo natal por la violencia, la inseguridad y la falta de oportunidades, convirtiéndose en inmigrantes de tierras ajenas, en procura de una mejor calidad de vida para sus propias familias. Y así, a sus mesas navideñas se han ido añadiendo Christmas pudding inglés, ajiaco colombiano, ribbe noruego y otros platos típicos de sus tierras de adopción.
Con un beso los dejamos ir por saberlos en mejor destino, al tiempo que avizoramos la tristeza de los abrazos imposibles, la añoranza por el ausente, la otra cara del exilio, esa que vivieron nuestros abuelos cuando sus hijos los dejaron. Nos toca despedir a nuestros amores: hijos, sobrinos, amigos, en esa diáspora de nueva data, tan ajena a nuestro gentilicio, corridos por la violencia, la hostilidad, el desaliento.
Mientras, un exilio interno ronda a quienes nos quedamos. Una tierra dividida entre “nosotros” y “ellos”. A fuerza de un discurso pugnaz, promovido desde el poder y asumido por todos, levantamos muros de incomprensión. De una sociedad de matices hemos derivado en dos mundos que no se hablan, cada quien en su propio exilio, con sus resentimientos y frustraciones. Y en medio del agobio generado por tensiones sin fin, una Venezuela que no reconozco.
En esta navidad y fieles al legado de Pandora, perseveramos en la esperanza de reconciliar a la familia venezolana. “Ha llegado el momento de curar las heridas. El momento de salvar los abismos que nos dividen. Ha llegado el momento de construir, de actuar como un pueblo unido para lograr la reconciliación nacional y la construcción de la nación. Que haya justicia y paz para todos. Que haya trabajo, pan, agua y sal para todos (Nelson Mandela)”.

gioconda.sanblas@gmail.com

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