“Un negocio cuya existencia depende de pagar menos a sus empleados no merece estar en este país” Franklin Delano Roosevelt
Los
demócratas genuinos discuten con enjundia y sin maltratarse. Tal fue el
paradigmático debate entre mis dos amigos Albertos: Muller, católico modélico y
Carlos Alberto Montaner, agnóstico lúcido y simpático.
La
discusión entre ellos en torno a aseveraciones del Santo Padre Francisco en la
encíclica “Alegría del Evangelio”, me incitó
a una reflexión sobre el justo punto medio de las cosas (aurea
mediocritas de Horacio), la necesidad de incesante búsqueda del centro, vital en
estos albores del tercer milenio.
Sobre
todo en política para los conservadores es mejor que deriven a lo que llaman
centro derecha, y, los socialistas hacia centro izquierda. Esos desplazamientos
doctrinarios facilitan el diálogo y por ende, la convivencia social, el avance
de las ideas y los entendimientos.
Porque la política bien entendida es la
búsqueda incansable de los acuerdos, el consenso, y, el rechazo sin ambages al
conflicto, las confrontaciones estériles, prescindibles, inconducentes…
Así
podemos tener claro que la batalla histórica se la ganó el libre mercado, las
libertades económicas y políticas, el capitalismo; al estatismo, el
autoritarismo político y la negación de la propiedad privada, o sea el
socialismo de inspiración marxista.
Eso
está claro. Lo que no autoriza para una supersticiosa veneración del mercado.
La idea de que basta con las libertades económicas para que la producción y la
sociedad se organicen de un modo equitativo.
Alguien
hablo de tanto mercado como sea posible y tanto estado como sea necesario.
Dejar las cosas a las azarosas fuerzas ciegas del mercado, al arbitrio de
capitalistas golosos es algo tan improcedente como confiar la suerte de las
masas a un estado entrometido y prepotente.
Por
eso son pertinentes polémicas como la de los dos Albertos y posturas como las
de Su Santidad Francisco en su afán de ser vocero de los preteridos.
Necesitamos un capitalismo solidario, responsable, interesado en superar la
pobreza y la frivolidad, no empantanado en la codicia, en producir consumistas
dóciles y sacarle provecho ultrajante al trabajo del prójimo.
Algunos
caudillos del socialismo anacrónico proclaman que ser rico es malo. Eso es una
necedad. Pero hay que apostar por un orden social con muchos ricos y pocos
pobres y no al revés. Para eso se necesita gente de pueblo emprendedora y llena
de confianza en sus posibilidades, sin vocación de limosneros del estado y,
desde luego, empresarios comprometidos
no solo con el crecimiento económico, sino también con el desarrollo integral,
sustentable.
jalexisortiz@hotmail.com
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