Venezuela podría crear el
“día del ladrón” para honrar a todos los que le han metido la mano a lo ajeno y
logran quedar impune ante la justicia ordinaria, como también en la más alta, como lo es el Tribunal Supremo
de Justicia.
Supongamos que un
delincuente (aunque lo de suponer es simplemente una mera expresión) roba en
una casa a la vista de un vecino. El vecino informa a la policía lo sucedido con
el malhechor, lo llevan de testigo y la autoridad responde: “Pero su testimonio
carece de veracidad, necesitamos pruebas, por ejemplo, una foto de lo que se
llevó o un comprobante de los dueños de la casa para saber si esos artículos
les pertenecían”.
Del mismo modo, la
justicia más alta, se ciñe por los mismos argumentos como cortados con la misma
tijera; no es capaz de detectar irregularidades en la gestión de un
funcionario, pese a las pruebas presentadas, porque no ven nada por ningún lado
que pudiera señalarlo como malversador de fondos públicos.
Así, al estilo de una
novela truculenta, todos los espectadores saben y están viendo las “movidas”,
casi gritan frente al televisor o en la calle ¡Ese es!, pero los verdugos están
dedicados a crear patrañas para meter presos a los que no son y así liberar de
culpa a los verdaderos bandidos. Por supuesto, como toda novela, se produce un
gran malestar entre los espectadores, pero el capítulo continua porque todos
quieren ver el final, sin hacer nada, porque al fin de cuentas se trata de una
novela, real o ficticia, por televisión
o en la cruda realidad; sin embargo, la
audiencia se goza con lo que se va
desarrollando en la trama.
El próximo 8 de
diciembre, un relator de la novela anuncia que se van a caer algunas caretas,
otros protagonistas hablan de una jugada a mesa limpia, pero al final la casa
pagara. Tal es la expectación, que se han sumado otras figuras extrañas para
conocer como quedará el mapa en las elecciones de los reyecitos municipales,
cuyos resultados pueden determinar cómo será el final de este nuevo capítulo
que supera a la teleculebra “El derecho de nacer”.
Lo que se puede sacar en
conclusión es que hasta el cineasta Steven Spielberg sufriría de un sentimiento de envidia, porque
no quedando nada en un país, se produce el dolor mental de envidiar la
mediocridad en lugar de la genialidad. ¿Quién envidia la mediocridad? Solo en
Venezuela pasa eso, hay tanto mediocre que se creen los están envidiando. Un guión original digno de envidia.
Susana Morffe
@Susana
Morffe
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