Una
población que ha caído en la trampa de señalar con el dedo acusador a culpables
convenientes
A
diario leo la prensa nacional y regional. Paseo la mirada también por las
páginas de los periódicos de otras latitudes y los cables de las agencias
internacionales. El escrutinio da para una gruesa obra de Ionesco. Dentro de
nuestras fronteras, los medios tratan de burlar la censura para poder informar
a sus lectores. Pero el miedo a la represalia gubernamental puede más que el
afán de hacer periodismo serio, profesional, oportuno, veraz.
Afuera somos
vistos como un pueblo patético que le sigue el juego a un gobierno que ha
decidido hacer del caos y la barbarie su estrategia y táctica. Dentro y fuera
lucimos como una nación derrotada, sorprendida en su buena fe, sumida en el más
patológico absurdo.
Recurro
a la psicología. Vuelvo a mis libros, a la voz que desde los consultorios, los
divanes y las academias lleva años de años tratando de entender y explicar
fenómenos como el que vivimos. Me tropiezo con aquel esquema de tres puntas,
ese que plantea que las sociedades en crisis se bambolean como muñequitos
porfiaos entre los arquetipos, los prototipos y los estereotipos. Buscando
respuestas sin tener muy claras cuáles son las preguntas importantes.
En un
enloquecido extravío que responde a intenciones de liderazgo malsano. Con una
población que ha caído en la trampa de señalar con el dedo acusador a culpables
convenientes y que celebra como en festival de ebrios cuando unos que se creen
dioses les obsequian la oportunidad de justificar y validar el resentimiento y
el odio. Y recuerdo también haber estudiado que en las crisis sociales, los
estereotipos, los prototipos y los arquetipos terminan metidos en el mismo saco
del mago de turno para así confundir a placer a la audiencia del espectáculo.
Así,
el estereotipo, esa falsa imagen, no fundamentada científicamente, más pasional
que racional, con que se pretende definir, tipificar y caracterizar a la
generalidad de los individuos de un conglomerado y que tiene que ver más con
falsedades que con cualidades morales o de personalidad, se zambulle en el
mismo pozo con el prototipo, el más perfecto ejemplar y modelo de una virtud,
el héroe, aunque no siempre responda a una serie de "cualidades" o
"virtudes" positivas y puede tratarse de formas de actuar negativas,
es decir, del antihéroe. Y en medio de este reventón de vanas pasionalidades,
espeluznantes de suyo, está el arquetipo, ese que es el símbolo que se
convierte en un de símbolo universal a ser imitado y que alude al hecho de que
los seres humanos compartimos una serie de experiencias, en el curso de nuestra
evolución, que han quedado, por naturaleza colectiva, incorporadas en la
memoria de la humanidad como patrones positivos.
En
esta vorágine los estereotipos vencen a los arquetipos. Triunfan. Nos toman de
su cuenta, nos revuelcan en un marasmo de iniquidades mal vestidas de justicia
y comprensión social. Sólo que los que compraron este sueño pronto despertarán
para percatarse que no era un sueño bonito, era una terrible pesadilla de la
que aceptaron ser marionetas.
Y entonces, aunque muchos tendrán que mentir para
no mostrar al descampado la vergüenza y la culpa, el error y el horror ya se
habrán instalado en la historia de cada cual que alejándose de la civilidad
aceptó ser un salvaje revolucionario. Y los hijos y nietos o imitarán el
comportamiento de sus antecesores y se "salvajizarán", o, los
despreciarán y negarán, con lo cual se habrá roto la cadena familiar. De
cualquier modo, el daño ya está hecho.
soledadmorillobelloso@gmail.com
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