lunes, 18 de noviembre de 2013

DARÍO ACEVEDO CARMONA, PLUMAS VENENOSAS, CASO COLOMBIA

Egresado de gran universidad privada, con posgrados en prestigiosos centros educativos del exterior, exgerente de la Federación de Cafeteros, uno de los cargos más apetecidos por la burocracia tecnócrata, para llegar al cual se precisa de apoyo presidencial. Exministro de Defensa, exembajador en USA, miembro de la rancia oligarquía capitalina, clubman, en fin, todos los pergaminos, todo el historial que una persona tiene el deber de cuidar y honrar.

Pero no, resulta que este personaje que habló bellezas del expresidente Uribe, que anduvo con él en todo tipo de reuniones de gobierno en las que se tomaban decisiones de alto calado y se asumían hondas responsabilidades, que estuvo con él en decenas de ceremonias con la Fuerza Pública y poso a su lado para cientos de fotos. Que sabía de tiempo atrás de las campañas infames de la extrema izquierda, del liberalismo corrupto y clientelista, de los izquierdistas socialbacanes y de los progres contra de Alvaro Uribe, su jefe.

Esa persona que no estaba obligada a ser fiel o leal al exmandatario porque cada quien es dueño de sus decisiones y responsable de sus actos, digo, una persona de esas calidades, tan bien educado, debería, por lo menos, ser coherente con su pasado inmediato o, mínimo, más decente y respetuoso a la hora de alejarse de la política de Seguridad Democrática que asumió y defendió con plena conciencia y de tomar el mismo rumbo del Judas colombiano que sin pudor traicionó a sus electores y convirtió a su mentor y principal elector en enemigo público número uno de Colombia. Porque claro, a ese Judas si le ha sido leal, cómo no, si hacen parte de los altos círculos sociales de la oligarquía centralista, como no, si fue quien le apoyó para que lo nombraran gerente de Fedecafé y ministro de Defensa.

De Juan Manuel Santos sí es incondicional, a ese sí le dice “mande su merced”, “ordene su merced”, “diga que hay que hacer, su merced”. Y es en razón de esa lealtad de vasallo, atravesada por el interés en los altos cargos, las distinciones, los honores y la plata, “la maldita plata”, que ha puesto su pluma ordinaria con la que escribe columnas burdas, insultantes, grotescas, pantanosas y cochinas al  servicio del sicariato moral (véase El Tiempo 3/11/2013).

Gabriel Silva Luján deshonra la política, el periodismo y pisotea el debate. En el tiempo que lleva en El Tiempo, no se le conoce algo diferente a vomitar odio sobre la persona a quien sirvió como MinDefensa y embajador. ¿Será que nos puede explicar su ordinariez al comparar al expresidente con el “patrón del mal? ¿Sólo se vino a dar cuenta ahora? Peligroso el juego que incita e insinúa con desparpajo este irresponsable, pues aún está fresca en la memoria colectiva el deseo público de que Pablo Escobar, en razón de sus crímenes horrendos, fuera dado de baja por el Estado. Me asisten razones para dudar de las intenciones de este tipo de fusiladores moralistas, de si lo que en el fondo quieren es que asesinen a Alvaro Uribe al compararlo con Escobar. Está fresca la sangre del inmolado Alvaro Gómez Hurtado, cuyo asesinato muchos atribuyen al “Régimen”.

A otro personaje, de procedencia diferente, sin alcurnia conocida pero deseoso de alcanzarla por la vía de la zalamería y del arribismo con la academia y los intelectuales, también se le salió, mejor, se le rebosó, el veneno con el que escribe sus catilinarias moralistas con olor a sacristán de pueblo. Esta vez nos dio a conocer otra de sus grandes tesis, de esas que asombran a incautos y a funcionarios despabilados, a saber, que si no puedes vencer con pruebas y con hechos demostrables a un rival ante los estrados judiciales o en el ágora política, debes acudir a la cizaña, a la sospecha, a la suspicacia. Eso sí, cuidándote de evitar demandas por injuria, calumnia y difamación, por lo que se recomienda utilizar un lenguaje probabilístico. Es lo que acaba de hacer de modo turbio, con evidente malaleche, el niño mimado de la intelectualidad progre, el excomandante del ELN, alias “Gonzalo” en su época de miembro de la Dirección Nacional de este altruista grupo guerrillero, contra la honra del candidato presidencial del uribismo Óscar Iván Zuluaga.

La lógica, si así se pudiera llamar, de su artículo en la revista Semana (3 a 10 de noviembre de 2013) es un buen ejemplo de argucia y maldad. Da por hecho que “probablemente” Zuluaga tuvo nexos con grupos paramilitares por ser nativo de municipio y departamento de fuerte presencia de ellos y paisano de uno de los comandantes. Que esos comandantes “probablemente” no hayan señalado a Zuluaga por no haber sido extraditados a Estados Unidos y que no fueron extraditados quizá porque llegaron a un entendimiento con el presidente Uribe. En fin, que como no se puede demostrar que Zuluaga tuvo lazos con autodefensas, lo aconsejable es sospechar de haberse beneficiado de su apoyo.

No es de extrañar que a León Valencia, un intelectual mediocre que se desvive por entrar a las ligas mayores de la academia, se le siga haciendo la venia en el mundo de los medios donde se le tiene por “gran gurú”, especialista en todo, pero ante todo en el diestro manejo de esa arma letal que es la difamación. Es el mismo personaje de la famosa tesis que deslumbró a magistrados de la Suprema, al Fiscal Iguarán, y al magistrado instructor de la parapolítica con quien departía en fiestas. El creador del delito de “votación atípica”. Como se sabe, todo político, siempre y cuando fuese amigo del gobierno Uribe -no era aplicable a los de otras tendencias- y hubiese obtenido votos en municipios y regiones donde no hizo campaña física y había fuerte presencia paramilitar, debía ser juzgado y llevado a prisión. El fundamento de esta tesis es la SUSPICACIA, la misma que usó contra Zuluaga.

Si uno quisiera utilizar la metodología de Valencia se podría hacer muchas preguntas con el único fin de sembrar la duda sobre su integridad. Por ejemplo, si se firmara un acuerdo de paz con el ELN, ¿será que sus jefes, al comprometerse con la verdad, esto es hipotético, nos cuentan en cuántos secuestros, asesinatos, extorsiones, voladuras de oleoductos, etc, haya participado probablemente el comandante “Gonzalo”? ¿Por ser miembro de la dirección nacional probablemente a cuantas reuniones de planificación de operaciones militares contra la fuerza Pública participó el comandante “Gonzalo”? Pero, no, me niego a usar esas artimañas llenas de insensatez, tan bajas y ruines como las empleadas por el señor León Valencia en su afán enfermizo de perseguir al expresidente Uribe y a sus seguidores.

Darío Acevedo Carmona, Medellín  noviembre de 2013
rdaceved@gmail.com

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