Egresado
de gran universidad privada, con posgrados en prestigiosos centros educativos
del exterior, exgerente de la Federación de Cafeteros, uno de los cargos más
apetecidos por la burocracia tecnócrata, para llegar al cual se precisa de
apoyo presidencial. Exministro de Defensa, exembajador en USA, miembro de la
rancia oligarquía capitalina, clubman, en fin, todos los pergaminos, todo el
historial que una persona tiene el deber de cuidar y honrar.
Pero
no, resulta que este personaje que habló bellezas del expresidente Uribe, que
anduvo con él en todo tipo de reuniones de gobierno en las que se tomaban
decisiones de alto calado y se asumían hondas responsabilidades, que estuvo con
él en decenas de ceremonias con la Fuerza Pública y poso a su lado para cientos
de fotos. Que sabía de tiempo atrás de las campañas infames de la extrema
izquierda, del liberalismo corrupto y clientelista, de los izquierdistas socialbacanes
y de los progres contra de Alvaro Uribe, su jefe.
Esa
persona que no estaba obligada a ser fiel o leal al exmandatario porque cada
quien es dueño de sus decisiones y responsable de sus actos, digo, una persona
de esas calidades, tan bien educado, debería, por lo menos, ser coherente con
su pasado inmediato o, mínimo, más decente y respetuoso a la hora de alejarse
de la política de Seguridad Democrática que asumió y defendió con plena
conciencia y de tomar el mismo rumbo del Judas colombiano que sin pudor
traicionó a sus electores y convirtió a su mentor y principal elector en
enemigo público número uno de Colombia. Porque claro, a ese Judas si le ha sido
leal, cómo no, si hacen parte de los altos círculos sociales de la oligarquía
centralista, como no, si fue quien le apoyó para que lo nombraran gerente de Fedecafé
y ministro de Defensa.
De
Juan Manuel Santos sí es incondicional, a ese sí le dice “mande su merced”,
“ordene su merced”, “diga que hay que hacer, su merced”. Y es en razón de esa
lealtad de vasallo, atravesada por el interés en los altos cargos, las
distinciones, los honores y la plata, “la maldita plata”, que ha puesto su
pluma ordinaria con la que escribe columnas burdas, insultantes, grotescas,
pantanosas y cochinas al servicio del
sicariato moral (véase El Tiempo 3/11/2013).
Gabriel
Silva Luján deshonra la política, el periodismo y pisotea el debate. En el
tiempo que lleva en El Tiempo, no se le conoce algo diferente a vomitar odio
sobre la persona a quien sirvió como MinDefensa y embajador. ¿Será que nos
puede explicar su ordinariez al comparar al expresidente con el “patrón del
mal? ¿Sólo se vino a dar cuenta ahora? Peligroso el juego que incita e insinúa
con desparpajo este irresponsable, pues aún está fresca en la memoria colectiva
el deseo público de que Pablo Escobar, en razón de sus crímenes horrendos,
fuera dado de baja por el Estado. Me asisten razones para dudar de las
intenciones de este tipo de fusiladores moralistas, de si lo que en el fondo
quieren es que asesinen a Alvaro Uribe al compararlo con Escobar. Está fresca
la sangre del inmolado Alvaro Gómez Hurtado, cuyo asesinato muchos atribuyen al
“Régimen”.
A
otro personaje, de procedencia diferente, sin alcurnia conocida pero deseoso de
alcanzarla por la vía de la zalamería y del arribismo con la academia y los
intelectuales, también se le salió, mejor, se le rebosó, el veneno con el que
escribe sus catilinarias moralistas con olor a sacristán de pueblo. Esta vez
nos dio a conocer otra de sus grandes tesis, de esas que asombran a incautos y
a funcionarios despabilados, a saber, que si no puedes vencer con pruebas y con
hechos demostrables a un rival ante los estrados judiciales o en el ágora
política, debes acudir a la cizaña, a la sospecha, a la suspicacia. Eso sí,
cuidándote de evitar demandas por injuria, calumnia y difamación, por lo que se
recomienda utilizar un lenguaje probabilístico. Es lo que acaba de hacer de
modo turbio, con evidente malaleche, el niño mimado de la intelectualidad
progre, el excomandante del ELN, alias “Gonzalo” en su época de miembro de la
Dirección Nacional de este altruista grupo guerrillero, contra la honra del
candidato presidencial del uribismo Óscar Iván Zuluaga.
La
lógica, si así se pudiera llamar, de su artículo en la revista Semana (3 a 10
de noviembre de 2013) es un buen ejemplo de argucia y maldad. Da por hecho que
“probablemente” Zuluaga tuvo nexos con grupos paramilitares por ser nativo de
municipio y departamento de fuerte presencia de ellos y paisano de uno de los
comandantes. Que esos comandantes “probablemente” no hayan señalado a Zuluaga
por no haber sido extraditados a Estados Unidos y que no fueron extraditados
quizá porque llegaron a un entendimiento con el presidente Uribe. En fin, que
como no se puede demostrar que Zuluaga tuvo lazos con autodefensas, lo
aconsejable es sospechar de haberse beneficiado de su apoyo.
No
es de extrañar que a León Valencia, un intelectual mediocre que se desvive por
entrar a las ligas mayores de la academia, se le siga haciendo la venia en el
mundo de los medios donde se le tiene por “gran gurú”, especialista en todo,
pero ante todo en el diestro manejo de esa arma letal que es la difamación. Es
el mismo personaje de la famosa tesis que deslumbró a magistrados de la
Suprema, al Fiscal Iguarán, y al magistrado instructor de la parapolítica con
quien departía en fiestas. El creador del delito de “votación atípica”. Como se
sabe, todo político, siempre y cuando fuese amigo del gobierno Uribe -no era
aplicable a los de otras tendencias- y hubiese obtenido votos en municipios y
regiones donde no hizo campaña física y había fuerte presencia paramilitar,
debía ser juzgado y llevado a prisión. El fundamento de esta tesis es la
SUSPICACIA, la misma que usó contra Zuluaga.
Si
uno quisiera utilizar la metodología de Valencia se podría hacer muchas
preguntas con el único fin de sembrar la duda sobre su integridad. Por ejemplo,
si se firmara un acuerdo de paz con el ELN, ¿será que sus jefes, al
comprometerse con la verdad, esto es hipotético, nos cuentan en cuántos
secuestros, asesinatos, extorsiones, voladuras de oleoductos, etc, haya
participado probablemente el comandante “Gonzalo”? ¿Por ser miembro de la
dirección nacional probablemente a cuantas reuniones de planificación de
operaciones militares contra la fuerza Pública participó el comandante
“Gonzalo”? Pero, no, me niego a usar esas artimañas llenas de insensatez, tan
bajas y ruines como las empleadas por el señor León Valencia en su afán
enfermizo de perseguir al expresidente Uribe y a sus seguidores.
Darío
Acevedo Carmona, Medellín noviembre de 2013
rdaceved@gmail.com
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