Las tres principales consecuencias de la
aplicación del modelo socialista en Venezuela han sido:
1) La disminución
dramática de las libertades individuales, principalmente el derecho a la
propiedad, el derecho a la libre expresión y el derecho a la justicia; esto, al
permitir el crecimiento de un hiper-estado que, por tener metas colectivas,
desprecia al individuo.
2) La quiebra de la economía nacional, debido a la
planificación centralizada que requiere de una creciente actividad contralora e
intervencionista del Estado en la actividad productiva privada, a la corrupción
rampante y al gasto público incontrolado del gobierno.
3) La pérdida del
sentido común, de la capacidad de razonar como seres humanos independientes y
autónomos, a fuerza de propaganda y mucho ruido ideológico, que favorece los
mitos historicistas y un idealismo comunista que terminan fomentando
sentimientos fascistas.
Estas tres consecuencias son el reflejo de un
Estado manejado “a la manera de Cuba”, de carácter totalitario, militarista,
autoritario, que obliga a los ciudadanos a financiar las ineficiencias del
gobierno, a costear masivos experimentos sociales y un enorme gasto en la
expansión de un imperialismo socialista en la región latinoamericana.
Al no haber separación de los poderes, se
privilegia la ausencia de controles, lo que significa que no hay rendición de
cuentas para las instituciones de gobierno, sus gestiones se hacen oscuras, la
impunidad es la norma y el abuso se convierte en injusticia continuada para una
gran parte de la población.
El socialismo es, para algunos, una idea
bonita y aparentemente inocua, pero su práctica desbocada trae consecuencias
terribles, su contradicción fundamental es creer que la naturaleza humana puede
torcerse y obligarla a ser de otra manera, que el altruismo puede sustituir al
egoísmo, que la solidaridad tiene la misma fuerza que el interés propio; al
tratar de imponer estas visiones equivocadas de la humanidad, el sistema
socialista se hace peligroso, cruel y generador de violaciones de derechos
humanos a gran escala.
Esa infeliz frase: “De cada uno según sus
capacidades, para cada uno de acuerdo a sus necesidades”, es la fórmula del
desastre social de la que los sinvergüenzas e inútiles se aprovechan de los que
producen, para poder vivir sin trabajar, excusándose en sus múltiples
necesidades y sus “derechos”, para obtener de los demás lo que deben
conseguirse por sus propios medios; esta práctica genera un Estado clientelista
y populista. La Venezuela que soñaba
Chávez era un imposible, quiso sacrificar todo para obtener una igualdad
chucuta donde existía el privilegio de los jefes, de los militares, de los
camaradas del partido, apostó lo que no tenía en una utopía desfigurada por la
ignorancia, conducida por su sola voluntad y entregada a complacer los deseos
de Fidel Castro, todo esto, bajo la excusa injustificada y falsa de que se
trataba de un proyecto bolivariano.
La experiencia ha demostrado, una vez más,
que el socialismo puesto en práctica sólo hace que los pordioseros se
multipliquen, las empresas quiebren, los vicios se hagan virtudes y la miseria
ataque a toda la sociedad. Sólo en el socialismo el incapaz se cree dotado para
gerenciar industrias, dirigir ministerios y llevar en sus manos los destinos
del país; se le permite arruinar a la sociedad cobrando un sueldo, haciendo
negociados y sin que nadie pueda exigirle responsabilidades, y a esto lo llaman
“igualdad”.
El socialista se cree mejor que los demás por
el simple hecho de que siente y demuestra piedad por los desposeídos a costa de
otros, nunca son generosos con el producto de su propio esfuerzo, si es que lo
hay, o recursos; esta fiebre de “idealismo” ataca fundamentalmente a los
pobres, por las falsas esperanzas que pregona y las salidas rápidas que propone
a sus penurias; incide en los jóvenes que, arrebatados por un sueño y la utopía
de una mejor sociedad, intentan cambiar el mundo que se les presenta imperfecto
e injusto, por la peor de las vías, que es el colectivismo, que es la muerte de
la libertad individual.
El chavismo ya lleva quince años aplicando su
modelo socialista radical en Venezuela y lo que hemos visto es fracaso tras
fracaso, arruinando a sectores completos de la economía. Los socialistas bolivarianos, enfrentados a
la posibilidad de perder el poder, ahora amenazan que sin ellos no habrá paz y,
valiéndose de la idea de que la revolución es necesaria, afilan los cuchillos y
preparan las emboscadas electorales.
Todos esos hombres y mujeres tienen una
personalidad inmadura, son incapaces de admitir sus propios errores y viven una
fantasía revolucionaria e infantil que ya tiene demasiados muertos y gente
arruinada; se prestan a seguir gobernando a cualquier precio, su pasión por el
poder supera con creces su amor al país – insisto, si es que lo hay -, su
“hombre nuevo”, que se encuentra allá lejos en el futuro, no es sino la idea
que tienen de un latinoamericano resentido, acomplejado, incapaz de sostenerse
por si mismo solo atento a los regalos de un régimen castrador, y no les
tiembla el pulso para sacrificarnos en el altar marxista y entregarnos
mansamente a las garras cubanas, ese el premio a su misión destructora.
Del cúmulo de elecciones que hemos “perdido”
han surgido unos candidatos con posibilidades reales de derrotar al chavismo;
se trata de otros socialistas, no chavistas, pero igual de populistas y
estatistas, que le dará la batalla en su propio terreno, con sus códigos y lenguaje,
pero con la gran diferencia, que se trata de venezolanos nacionalistas de
verdad, no de agentes cubanos, de gerentes eficientes, conocidos por sus
comunidades, no paracaidistas de la farándula, y hasta donde nos han
demostrado, son hombres y mujeres de bien, el socialismo que practican no es
invasivo ni produce constipación, no le tienen el alma vendida al marxismo y
puede que, con el tiempo, logremos convencerlos de que el socialismo es la vía
equivocada para Venezuela.
Todos esos candidatos de la oposición son los
más aptos para gobernar en alcaldías y conformar los Consejos Municipales, en
medio de esta crisis generada por los chavistas, quienes se saben derrotados y
que no les queda otra vía que más amenazas y trampas.
De nuevo, y en esto hay que ser muy claros,
hasta que no tengamos otra manera efectiva de hacernos sentir, la vía electoral
es nuestro próximo campo de batalla y, pese al ventajismo grosero que nos
restriegan en el rostro, vamos a ganar, porque no hay opción, la alternativa,
es simplemente… pavorosa. –
saulgodoy@gmail.com
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