Siento miedo pero tengo razón y no encuentro los fósforos para protegerme de la falta de luz, que se ha ido, por culpa de alguien a quien llaman gobierno, mientras trazo este artículo. Ando descalzo y me tropiezo, aquí y allá, en un piso distante que desde mi miopía parece un abismo plano y disconforme. Allí, en esa dimensión, la costumbre me orienta mientras que la oscuridad-silencio enciende mis alertas. La audición me ubica y olfato y tacto me convienen mientras ando como un zancudo a oscuras cuando no hay nadie a quien aguijonear que dé sentido a mi aleteo de vampiro mayúsculo. ¿Qué será del mosquito mientras no tiene a nadie a quien jorobar?
De pronto regresa la luz y el mundo cambia. Soy otro animal que no sabía o había olvidado. Aparecen los objetos conocidos, los territorios que la costumbre acerca, la geografía de la intimidad. Los fósforos, ahora inútiles y distantes, quedan allí en su importancia canjeada. Ya no siento miedo y la razón no importa pues, como los fósforos, perdió necesidad ante las circunstancias. En algún momento-lugar se encontraron esos desconocidos paralelos que obligación o azar disponen ahora en un mismo escenario como actores que la sorpresa ilumina aunque cada uno persiga un libreto distinto y actúe para público que pagó para opera otra.
Recuerdo mi primer cigarrillo fumado. En mi casa lo hacían por costumbre, moda o vicio, adquirida en el cine que imponía un glamour de humareda. Peligroso límite, norma contravenida, ser grande, fiero, en fin, estúpido. El placer del miedo estaba allí; la razón no importaba y los fósforos eran una necesidad sin la cual el crimen de fumar no se habría consumido. Oíamos a Los Platters “Smoke gets in your eyes” combinado con algún Alfredo Sadel inolvidable que escuchábamos, nocturnales, a través de esa lumbrera que era la radio.
Las cosas, y a veces las personas, ocupamos un sitio que no parece estar en relación con el resto. Todo está fuera de foco hasta que algo aparece, un pensamiento, un ruido, un perfume que pone a funcionar el engranaje de un ajedrez desconocido. Hay millones de puertas a nuestro alrededor que no logramos ver o que no existen; que están fuera de nuestro alcance premonitorio. Y a cada trampa que se abre corresponde un lenguaje nuevo, inaudible y desorbitante.
El miedo, la razón y los fósforos no tienen continuidad, encadenamiento o claves que los tejan. ¿Qué significación tiene el uno para el otro? Ninguna, hasta que la necesidad los hace cómplices de una misma historia en la que nadie es víctima o asesino. Somos, pareciera sorprendidos, como si no fuéramos, y sería demasiado costoso saber a cada paso qué representa una cosa para la otra. Somos tanto como podemos llegar a comprender, aunque sea mentira o ilusión. Tratar de deducir es ya mirar más allá que no lo es todo. De eso se trata en estos tiempos descocados en los que épica, ética y estética se han extraviado de los planetas de costumbre. La política, humildemente ella, nos puede guiar mientras nos tropezamos.
leandro area
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